Hay un cuento, Metamorfosis, incluido en su último libro recientemente presentado y publicado “Una ventana abierta”, en Ediciones C&G, que nos llama la atención, acaso para jugar con él al juego del azar. El escritor manchego, madrileño desde su juventud, siempre piedrabuenero, siempre poeta y narrador, tiene a lo largo de su vida y escritura varias transformaciones que le llevan a publicar 20 libros de poemas y 5 de narrativa.
Todo escritor va dejando en el papel detalles de su existencia. En Metamorfosis comprobamos cómo lo rural hace mella en él, aunque sea para demostrar que su círculo familiar amaba y conocía tanto el campo, como para dejar de amarlo por sus duras características. Adivinamos mucho en este cuento, en este autorretrato, como lo llama él, adivinamos todo lo que puede ser verdad o ficción y que nos introduce en lo literario o real. El escritor y el lector dirán si acertamos y en qué medida. Adivinamos que nació un dos de febrero, un día de la Candelaria que “llovió, nevó, hubo ventisca, y hasta el sol tuvo presencia activa en algunos momentos”. Un día crucial para el invierno, lleno de refranes, la Candelaria a través de los siglos plora o implora y deja que el invierno se quede dentro o fuera. Un día bonito para nacer con la ambivalencia del sol, la lluvia y la nieve; un día de contrastes, entre el calor de la hoguera y el frío del campo, una natural jornada para nacer en la misma casa donde ha de criarse el niño, y donde el padre sigue obligado a labrar la dura tierra, sin poder celebrar como se debe el nacimiento del primer hijo varón. Buen día para nacer un poeta, y para que la madre renuncie con él a la tierra, a modo de despecho, por ese padre enraizado en el paisaje.
La comadrona Rufi pertenece a esas comadronas valientes que andorreaban por las casas de los pueblos asistiendo a parturientas y bebés, dando vida en las peores circunstancias, es la tercera vez que visita aquella casa, hay dos hermanas. El padre besa al niño en la frente a la vuelta del campo, la madre le recrimina, no se dedicará al campo. Difícil lo tienen los padres en el año 1934 para decir que un niño tendrá un oficio u otro. La Candelaria puede que le valiera a Nicolás del Hierro para elegir la mejor profesión.
Pero formar parte de una larga saga de agricultores no le serviría a Nicolás para labrar la tierra pero sí para describir la agricultura, las tierras de labor, las historias rurales, un rico vocabulario de pueblo agricultor, y lo mejor, unido a los vocablos más literarios como hace en los otros 26 cuentos. Es como si el autor no pudiera evitar hablar de agricultura y literatura unidas; lo que pudo ser y lo que es, es como si fuera su propio sino, su especial metamorfosis de escritor del terruño. Aunque quiera volar la tierra le retiene, le presta su arado para no dejarlo marchar del todo. La hoz, la mies, la yunta, el surco, la horca, la mancera, la era, la parva, la linde, el costal, se transforman en Nicolás en libros de texto, cuadernos, lápices, diccionarios, aceras de Madrid, poetas como Neruda, Celaya, don Miguel y don Antonio. Esa metamorfosis que buscó su madre parturienta y se hizo permanente como una promesa. Nicolás siempre vuelve a la tierra para ser el poeta, posible labrador, o quizá un posible labrador que, con toda seguridad, hubiera sido escritor y poeta. Predicciones de la Candelaria.
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