Es posible que, en alguna parte del planeta Tierra, exista otro lugar, un lugar maldito, en el que también
sus habitantes renieguen de su bandera, de sus símbolos patrios, de sus lazos comunes o de sus siglos
de unidad, hermandad y convivencia. Y es que, señores, si queremos continuar pretendiendo que se
nos llame civilizados, que podamos mantener el estatus de animales racionales ( a veces cuesta creerlo,
ante la forma de comportarse de algunos) y si esperamos vivir en paz con nuestros vecinos, es obvio
que el crear conflictos artificiales, el recrearse en diferencias nimias, intrascendentes o inventadas,
pretendiendo darle más importancia a elementos materiales o rencillas locales que a los lazos que
unen a los españoles los unos con los otros o el anteponer lo accesorio o pasional a lo esencial y
razonable; no es más que una muestra de falta de sentido común, de escaso raciocinio y de perversión
de los valores humanos sobre aquellos valores que debieran regir, por encima de lo que nos separan o
enfrentan.
En España, por desgracia, parece que en algunas de sus autonomías se han creado, entre sus
ciudadanos, ya fuere por transmisión familiar o, como ocurre en la mayoría de los casos, por
ambiciones políticas o prejuicios de clase, determinados sentimientos de superioridad, de xenofobia
respecto al resto de etnias que habitamos en la península o por supuestos y, en muchas ocasiones,
interesados agravios comparativos, sentimientos de no recibir lo suficiente del Estado o problemas
idiomáticos; hemos llegado, en la mayoría de los casos por la incuria de los gobernantes, a una
situación en la que existen lugares en los que el mostrarse como español, pretender expresarse como
tal, usar el castellano (idioma oficial del Estado) o el exhibir símbolos patrióticos como la bandera, el
himno, la historia patria o el declararse primero español y, en segundo lugar, como miembro de una
comunidad determinada; se ha convertido en un pecado mortal incluso para los más ateos.
Por desgracia, hemos llegado a unos extremos en los que, lo que antes se mantenía oculto, se
rumoreaba sólo en secreto, se trataba en pequeños grupos de extremistas y sólo era compartido
por un escaso tanto por ciento de los ciudadanos de determinadas autonomías; hoy en día ya se ha
multiplicado y no hay nadie que se esconda. Se publicita por medio de banderolas independentistas
colocadas, sin el menor recato, en las fachadas, no sólo de las viviendas de particulares, sino que
en muchas instituciones y oficinas públicas. La pasividad con la que, los sucesivos gobiernos y,
en ocasiones, la necesidad de pactar con el nacionalismo para poder gobernar, ha permitido que
las facilidades que la Constitución les dio a las autonomías de tener sus propios estatutos y las
transmisiones de competencias para gobernar en determinados aspectos de la política española, sin
depender del consentimiento del Estado; les haya dado patente de corso para, excediéndose en sus
funciones y haciendo caso omiso de las recomendaciones o advertencias que se les han formulado,
hayan iniciado una rebelión encubierta, haciéndose, poco a poco, con más competencias (incluso las
que no les han sido transferidas), socavando la autoridad estatal y atribuyéndose facultades que, en
momento alguno, les fueron atribuidas.
En la actualidad, en autonomías como la vasca y la catalana, se puede decir que ya han conseguido
una parte importante de los logros que se propusieron alcanzar; en unas, a través de los crímenes de la
banda terrorista ETA a la que se le ha permitido entrar a formar parte de todas las instituciones públicas
e, incluso, gobernar en ciudades en las que aquellos a los que han venido amparando, los terroristas
de la ETA, convirtieron en centro de sus carnicerías. En otras, un Estatuto a la medida del sector más
reivindicativo del catalanismo, fue uno de los errores más graves del gobierno del señor Zapatero que,
con su habitual desenfado y falta de previsión, les dijo a los catalanes que aceptaría el estatuto que
ellos redactaran y así ocurrió. Este fue el primer paso para que el independentismo catalán iniciara su
andadura hacia la situación en la que nos encontramos ahora, a un paso de que se cometa la mayor de
las barbaridades posibles para Catalunya y también para España: la declaración de la independencia de
los catalanes del resto de España.
Si usted intenta entrar en el Camp Nou, el multitudinario estadio del C.F.Barcelona, con algún
distintivo que lo identifique como español, es muy posible que se encuentre con graves problemas,
si es que se le permite entrar. Los silbidos a los reyes y a las autoridades españolas que han presidido
algunos encuentros de fútbol, son la muestra de la politización y fanatismo que impera en una
parte importante del pueblo catalán, que aún está más generalizado si nos referimos simplemente
al catalanismo. Todo ello consecuencia de que no ha habido ninguna autoridad civil, representante
del Estado, que se haya atrevido a sancionar al club o cerrarlo cuando se han producido semejantes
desmanes.
Ahora, hace solo unos días, con motivo del desplazamiento del C.D.Español, de Barcelona a la
ciudad de Bilbao para jugar, en San Mamés, un partido de la Copa del Rey, hemos sentido verdadera
vergüenza ajena cuando nos hemos enterado de que, grupos de seguidores del equipo, que llevaban
banderas con los colores de la bandera española o símbolos que los identificaban como españoles, han
tenido que sufrir en sus carnes el escarnio de que, por parte de la Policía autonómica del País Vasco,
Ertzaintza; se detuviera a los autocares en los que viajaban en un área de servicio, a 30 kilómetros
de Bilbao, donde la policía cacheó a todos los hinchas, se les requisaron las bufandas y banderas
con los colores de España, todo ello bajo la excusa de que, “en el estadio de San Mamés ¡no están
permitidas las banderas de España! porque “son provocativas e incitan al odio”. Nada extraño
porque esto mismo ocurre en el resto de campos del País Vasco y Catalunya, en los que no se permiten
banderas españolas. Si eso fue lo que sucedió a la entrada, ya no les digo lo que sucedió a la salida,
después de que el Atletic sólo consiguiera un empate ante el Español. Los aficionados del equipo
catalán tuvieron que sufrir el acoso y las agresiones de los Herri Norte del club vizcaíno.
Y ante una situación semejante, cuando vemos que, hasta los encargados de mantener el orden, los
policías, permanecen inactivos y se compinchan con los que, impulsados por la insania y el odio,
no reparan en cometer agresiones y barbaridades con simples españoles que acuden a apoyar a su
equipo y tienen la poca vergüenza de que nuestra bandera no pueda entrar en una parte del territorio
español; nos tendremos que preguntar ¿hasta qué punto el gobierno de España, ante situaciones como
las descritas, piensa mantenerse impasible, como si no ocurriera nada y esperando que llegue un
momento en el que no tenga remedio o se deba recurrir a medidas más expeditivas? En honor a la
verdad no vemos que, el gobierno de Rajoy, tenga lo que hay que tener para, como dice el artículo 8 de
la Constitución, enviar a los militares a hacerse cargo de la situación.
España, señores, parece dejada de la mano de Dios y, cada día que pasa, el pesimismo que ya
arrastramos desde hace tiempo respecto al separatismo, se va confirmando, a medida que van pasando
cosas del cariz de la que hemos relatado. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de
a pie, se ve como, la impunidad para los que quieren cargarse a nuestra nación, se hace cada vez más
evidente.
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