Antes cuando pedíamos agua mineral en un restaurante la única duda que nos atenazaba era la de si debíamos solicitarla con o sin gas. Al fin y al cabo las marcas de agua eran escasas y, excepto un par de ellas, desconocidas. En mi ya lejana niñez esto del agua mineral era algo excepcional, la bebíamos tan sólo en caso de enfermedad, en unas ocasiones era “agua de carabaña”, que venía a ser como una purga, y en otras “Vichy catalán” que con sus burbujas ayudaba a que eructáramos después de una digestión pesada. Una y otra era utilizadas, especialmente, en época navideña que es cuando en aquellos años se solía comer un poco más de lo normal.
Pero ahora, desde hace algún tiempo, en los restaurantes más “cool” al tiempo que te ofrecen la carta de vinos también comienza a aparecer una denominada “carta de aguas” en la que, en algunos casos, podemos encontrar hasta cuarenta referencias de aguas, con y sin gas, y con diversos aportes de minerales que, seguro, nos ayudarán a efectuar una digestión más placentera. Lejos nos quedan ya aquellos años en los que cántaros y botijos conseguían que el agua que bebíamos fuera fresca, ahora estos viejos artilugios, ya jubilados, tan sólo nos sirven para decorar con añoranza alguna que otra segunda residencia.
Toda esta moda de las “cartas de agua” y el lavarse la cabeza las señoras con una determinada marca de agua mineral nos vino desde fuera, como otras muchas modas. Recuerdo que Julio Iglesias siempre aparecía bebiendo una determinada marca de agua mineral francesa y que dicha marca consiguió introducirse en España y lograr una buen segmento de mercado. El cine y el seguimiento esnobista hicieron el resto hasta llegar a esa extrema ridiculez que es el tener en algunos restaurante un especialista en aguas que compita con el sommelier que nos aconseja los vinos aunque en la mayoría de las ocasiones la labor de estos últimos tan sólo sirva para incrementar la factura con un nuevo valor añadido.
Pero ahora, ojeando el New York Times, nos enteramos que en los Estados Unidos ha comenzado una lucha contra las aguas minerales, y cuando allá alguien estornuda toda Europa se constipa. En San Francisco, Nueva York y Salt Lake City se ha iniciado una campaña en contra del consumo de aguas minerales. Todo comenzó con un editorial del New York Times en el que se dice lo siguiente: “Cuanto más opten los ricos por no beber agua de grifo, menos apoyo político habrá para invertir en el mantenimiento del sistema público de aguas y eso sería una grave pérdida”. Es decir que un órgano de prensa tan prestigioso como el N.Y. Times estima que el sistema público de abastecimiento de agua potable puede estar en peligro debido al consumo exagerado de agua mineral por parte de la población más pudiente económicamente.
Y es que el negocio del agua envasada mueve muchos millones de euros al año aunque nunca nos paremos a contabilizarnos. Los americanos que, en eso y en tantas otras cosas nos llevan adelanto, han establecido que los ocho vasos de agua diarios que cada uno debemos consumir nos cuestan mil euros anuales si son de agua envasada mientras que si tan sólo nos dedicamos a abrir el grifo el coste no llega a los cuarenta céntimos. El problema aparece cuando en algunas ciudades la red de agua potable suministra a los ciudadanos un agua imbebible, un liquido, a veces, oscuro que no sirve ni tan siquiera para cocinar o bien un agua con un fuerte sabor a cloro o desinfectante que la hace imposible para el consumo humano. Es en estas ocasiones, como sucede en Barcelona donde ahora vivo, cuando las grandes empresas embotelladoras se frotan las manos al olor del dinero.
Pero cada vez son más los que luchan contra la imposición del agua embotellada. Por un lado están los ecologistas que arguyen, con toda la razón, que la producción de agua embotellada supone un gasto extra en plásticos, provenientes del petróleo, y un extra en el transporte de las botellas, y por otro lado nos encontramos con la necesidad de romper con la tiranía del agua embotellada que, al final del año, supone una buena cantidad de euros. A pesar de que en casa ya no quedan cántaros ni botijos para conservar el agua fresca yo he descubierto bajo de mi casa barcelonesa una vieja fuente de hierro por la que mana un agua fresca, clara, transparente, y, por encima de todo, inodora que me sirve para beber y no ir engrosando, día a día, las arcas de las multinacionales del agua y el agua que si he de beber no la dejo correr, la recojo, la almaceno y me la bebo para así poder gastar en otras bebidas más espirituosas lo que me ahorro en agua.
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