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Philip Kerr: ‘Violetas de marzo’, delitos en la Alemania nazi

Herme Cerezo
Herme Cerezo
sábado, 8 de diciembre de 2007, 18:22 h (CET)
Berlín, 1936. Vísperas de las Olimpiadas que presidiría el Führer acompañado por toda su camada. Las S.S., las S.A., los Ángeles Negros, Goering, Goebbels, Himmler, la Kripo, Dachau, el estadio olímpico, Jessy Owens... un matrimonio, Grete y Paul Pfarr, aparece muerto en su propia cama, aparentemente víctima de un incendio pavoroso que ha arrasado los cimientos del domicilio conyugal. De la caja fuerte, igualmente calcinada, han desaparecido documentos importantes y un collar de diamantes valorado en setecientos cincuenta mil marcos del III Reich. Éste es el escenario, ésta es la propuesta literaria, tentadora a mi juicio, de Philip Kerr (Edimburgo, 1956) para sus lectores. Y es que la tentación no vive en el piso de arriba, sino aquí, en este ‘Violetas de marzo’, en sus páginas, en sus personajes, en su atrayente historia en suma.

Si con las aventuras del comisario De Lucca que reseñé meses atrás, contemplábamos los entresijos del régimen fascista de Mussolini, con el antiguo policía alemán, Bernard, Bernie, Gunther, ahora metido a detective privado, visitamos la Alemania nazi. Hitler acaba de asumir el poder. La sociedad alemana está cada vez más controlada por el estado. El poder político, a través de sus diversos órganos represivos y de depuración, las SS., las SA., los Ángeles Negros y otros organismos similares, despliega sus tentáculos entre la población. Su dominio de la situación comienza a ser absoluto, irrevocable, claustrofóbico. Cada ciudadano puede ser sospechoso o, al menos, susceptible de investigación. La menor duda acarrea detenciones sin ‘habeas corpus’ - ¿qué importaba eso entonces? -, interrogatorios sin reparos, torturas, crueles palizas y la muerte en muchos casos. No sólo son perseguidos los judíos, que son los que salen más malparados habitualmente en las razzias, también los homosexuales y los miembros del partido comunista sufren las consecuencias del terror nazi. En las tabernas, en las calles, en los teatros los ciudadanos son obligados por cuadrillas nacionalistas a cantar el himno alemán a cualquier hora del día y a lanzar vivas al Führer. En medio de toda esta maraña, la sociedad civil soporta la vida como puede y en su seno se cometen asesinatos, robos, asaltos y atracos. Bernie Gunther tiene que moverse entre estos bastidores para recuperar el collar de diamantes.

Gunther es un detective al más puro estilo americano, sin duda hijo de Chandler o Hammet, precisamente a este último lo cita Philip Kerr en uno de los pasajes del libro, un pequeño homenaje a una de sus fuentes de inspiración. Es un tipo duro, en algunos momentos quizá demasiado, Sam Spade o Philip Marlowe serían algo más comedidos, sin perder la ironía, en sus afirmaciones en instantes críticos. Ninguno de ellos dos, además, tuvo que enfrentarse a los poderosísimos e irrefrenables capitostes nazis, ya que sus investigaciones se desarollaron también en un mundo urbano, como las del protagonista de estas ‘Violetas de marzo’, pero dentro de un marco radicalmente distinto. Bernie Gunther se maneja bien en la Alemania que le ha tocado vivir. Su condición de ex-policía le franquea algunas puertas, las restantes se las abre su duro rostro y el dinero, con el que soborna sin ningún tipo de reparo. Las propinas son buenas llaves cuando los cerrajeros están de fin de semana, por muy complejas que resulten las cerraduras. También, como en las novelas de los escritores norteamericanos citados anteriormente, hay acción: disparos, muertes, cachiporras, traiciones, pactos de dudosa fiabilidad, millonarios corruptos. En eso Gunther no sale muy bien parado, ya que a lo largo de la novela su cuerpo y especialmente su rostro es maltratado por parte de algunos de los personajes que cruzan su investigación. Donde sí parece encontrar compensación el detective alemán es en el sexo, ya que su éxito entre la grey femenina es notorio.

Philip Kerr se muestra como un tipo hábil en el relato. Y suficientemente documentado: recrea muy bien el ambiente de la pre-guerra mundial. La estructura del texto no cruje y al final todo casa. Y encima se entiende. Cosa que no ocurre con todos los autores de novelas policiales, ya que algunos de ellos en ocasiones olvidan cabos sueltos de difícil comprensión. Aquí también se queda sin solución una historia colateral, pero no importa, porque el personaje afectado es un personaje-kleenex, es decir, de usar y tirar sin que, por el momento, sepamos nada más de él. Aunque tampoco hace falta porque ya ha cumplido su cometido y, probablemente, no conocer su final sea un aliciente más de estas ‘Violetas de marzo’.

Algunas de las frases de la novela pertenecen genuinamente al género policial y no tienen desperdicio. Vean esta: ".. y le empezaron a temblar los labios como si acabara de mascar cristales rotos". O esta otra: "Lo que dicen es cierto: siempre hay alguien que está peor que uno mismo. Es decir, a menos que se tenga la desgracia de ser judio".

‘Violetas de marzo’ es el primer título de la tetralogía titulada ‘Berlín noir’. Los siguientes títulos ‘Palido criminal’, ‘Réquiem alemán’ y ‘Unos por otros’, completan la serie, que tiene como protagonista al citado Bernard Gunther. Los tres primeros están ya en formato bolsillo, con buena letra y a precio asequible. El cuarto es de reciente publicación y únicamente se encuentra en edición cara, tapa dura y márgenes generosos. Como siempre aquí todo llega con retraso, ya que la primera entrega se escribió en 1989 y apareció en España en 2001. La serie promete y, si los tres libros siguientes confirman lo visto en el primero de ellos, su lectura me parece más que recomendable. Necesaria, diría yo, para los amantes del género negro. Necesaria, sin duda.

‘Violetas de marzo’
Philip Kerr
R.B.A. Libros, S.A., año 2007
Precio: 7’50 euros y 383 páginas.

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