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Antonio Garrido (Linares, Jaén, 1963). Traducido a más de quince idiomas, su fulgurante carrera le ha convertido en el primer español cuya traducción al inglés alcanza el número uno absoluto de ventas en EE. UU., lista de Amazon, en todos los géneros y categorías. Su primera novela, ‘La escriba’, se alzó con el Prix del Lecteurs Selection 2010. ‘El lector de cadáveres’, su segunda obra, obtuvo el Premio Internacional de Novela Histórica de Zaragoza y el Prix Griffe Noire, y fue seleccionada para los Edgar Allan Poe Awards USA en la categoría Best Paperback Original. Con su nueva novela, ‘El último paraíso’, editado por Planeta, ha sido galardonado con el Premio de Novela Fernando Lara 2015.
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“Invierno de 1932. Brooklyn. Nueva York. Jack Beilis se adentró por los callejones de Danielsburg con la desesperación de un chacal acorralado. De vez en cuando, la mortecina luz de una farola iluminaba su rostro enjuto macerado por el hambre, en el que destacaban unos ojos azules sin rastro de brillo. Mientras avanzaba, rebuscó en los bolsillos los restos de algún mendrugo, en un gesto vano, por lo repetido. Su estómago protestó. Durante el año que llevaba en Brooklyn, sus ahorros le habían permitido soslayar las colas de la beneficencia, pero la crisis los había ido devorando del mismo modo en que su cuerpo había consumido hasta las últimas onzas de grasa. Maldijo a la Ford Motor & Co y a Bruce Tallman. Especialmente a Bruce”. Así da comienzo la nueva novela de Antonio Garrido, titulada ‘El último paraíso’, editada en Planeta, con la que el autor jienense afincado en Valencia acaba de ganar el Premio Fernando Lara 2015, y en la que nos cuenta la peripecia de Jack Beilis, un norteamericano que, desahuciado y perseguido por un oscuro crimen, emigró a la Rusia de los soviets para probar fortuna dentro de un régimen económico comunista. Su peripecia dibuja la paradoja de la emigración de un estadounidense, que habita el país número uno del capitalismo mundial, a la URSS, emporio del comunismo. Una cálida tarde del mes de junio, Antonio Garrido acudió a la cafetería del Hotel Playa Senator de Valencia para conversar durante unos minutos sobre los pormenores de esta novela.
Antonio, ¿por qué es importante para ti haber ganado un premio como el Fernando Lara?
Ha sido una sorpresa y una gran alegría. Este es un premio que tiene mucho prestigio y cuando ves que vas a participar no crees que puedas tener posibilidades de ganarlo porque es muy codiciado. Cuando me enteré del premio, me sentí un privilegiado por estar cerca de los grandes escritores que lo habían conseguido antes. Por otro lado, el Fernando Lara también significa el reconocimiento de los colegas que integraban el jurado, al tiempo que ofrece la posibilidad de llegar a muchos más lectores, sin olvidar que, aunque tú sigas siendo el mismo, la crítica y quizá otros compañeros te consideren de otro modo.
¿Cómo surgió la idea para escribir esta novela?
Un día mientras paseaba por un mercadillo de Brooklyn donde vendían libros al peso, me fijé en un ensayo titulado ‘Working for the soviets’, escrito en torno al año 1950, donde se hablaba de un trabajador norteamericano que había marchado a trabajar a Rusia. Eso era algo inusual y me puse a investigar. No resultó sencillo porque los americanos, aunque no han prohibido que se hable de este tema, sí han intentado que no se difunda mucho. Tropecé entonces con un anuncio del The New York Times donde se ofrecía trabajo, casa y sanidad gratuita para todos los estadounidenses que decidieran irse a trabajar a la URSS. Me puse en su papel y me pregunté cómo es que había gente dispuesta a marcharse a un país extraño, que no era reconocido entonces, con una cultura y un idioma completamente diferentes. Y de aquí partió todo.
Hasta ahora tus novelas tratan de temas más bien insólitos: una mujer que es escriba medieval, un forense que analiza cadáveres en la antigüedad y ahora un norteamericano que emigra a la URSS, ¿te estás especializando en este tipo de asunto poco frecuentes?
¿Sabes una cosa? Hay muchos escritores que están escribiendo muy buenas novelas sobre temas habituales, pero a la gente le gustan las cosas nuevas, sorprendentes. Yo pienso que, más allá de lo anecdótico, dentro de un libro ha de haber algo más, algo que mueva a los lectores por dentro, que les llegue al corazón, vidas inolvidables que les lleven a reflexionar cómo es su propia existencia.
Dice la contraportada de ‘El último paraíso’, que la novela funde thriller, amor y novela histórica, ¿es así?
Para mí lo principal de una novela es que la gente la lea porque le entusiasma. Para mí no es suficiente con que enganche, una palabra muy de moda ahora, ha de entusiasmar y al final de su lectura ha de generar algo dentro del lector. Si eso sucede, entonces es que he escrito una buena novela. Hay libros que solo entretienen, pero todo depende de la ambición del autor que la escribe. ‘El último paraíso’ habla de una situación durísima, con tres millones de mujeres, que se prostituyeron para subsistir a la Crisis del 29 y de sus maridos que buscaban trabajo dónde y cómo fuera. Son tiempos en los que floreció el mundo del hampa y donde muchas personas emprendieron viaje para buscar su futuro. Y uno de sus destinos fue la URSS. Pero todos estos ingredientes no están metidos en el libro con calzador, sino que ocurren por el propio devenir de la historia. Hay amor, intriga y muchos otros elementos románticos y de suspense, pero no se puede clasificar porque todos ellos se entremezclan de un modo muy imbricado.
Al parecer, tu abuela ha desempeñado un papel importante en esta novela, ya que te contó una historia que te ha servido como fuente de inspiración.
Hay que explicar que no fue mi abuela, sino mi tía abuela, porque yo tuve tres abuelas: una por parte de mi madre y dos por parte de mi padre, que eran hermanas gemelas. Una se casó y la otra no, pero vivían juntas, al menos yo siempre las conocí así, aunque al hacernos mayores mis hermanos y yo nos dimos cuenta de que aquello no podía ser. Un día a mi tía abuela le pregunté por qué no se había casado nunca y ella me contó la historia de su noviazgo con un hombre que era tratante de ganado y que se marchó a Rusia, de donde vino hablando maravillas. Después este hombre murió en el frente de Aragón durante la Guerra Civil y ella se quedó soltera. Mi tía me contó lo que él había visto allí: seguridad social y atención médica gratuita para todos y mujeres que pilotaban trenes y aviones o que eran doctoras o profesoras, lo cual contrastaba mucho con el papel que desempeñaban las mujeres en Estados Unidos, donde solo se ocupaban de ser amas de casa, secretarias o dependientas. Lo que ocurrió es que, cuando los americanos llegaron a Rusia, la situación había cambiado y aquello se había convertido en un infierno, como suele suceder al final en los regímenes totalitarios.
En la última parte del libro, comentas que el proceso de documentación ha sido dificultoso porque has desechado “información tendenciosa” para alcanzar un nivel de verdad aceptable, ¿se detectan con facilidad estas fuentes maliciosas?
No es fácil, aunque en este caso resultaba un poco más sencillo porque sabía que existía un enfrentamiento de bloques y la mayor parte de ensayos escritos son posteriores a la II Guerra Mundial, momento en el que las maquinarias propagandísticas soviética y estadounidenses iban a tope. Tras finalizar la guerra fría, los rusos no han tenido demasiados reparos en saber qué ocurrió realmente aquellos años, pero los americanos, como ya he dicho, trataron de tapar este asunto de la emigración porque no se sentían demasiado orgullosos de él. He tenido la suerte de contar con la colaboración de Boris Shpotov, miembros del Instituto de la Historia del Mundo de la Academia Rusa de las Ciencias de Moscú y de la doctora norteamericana Heather D. DeHann, profesora asociada de Historia y directora del programa de estudios sobre Rusia y países de la Europa del Este y vicepresidenta académica del Binghamton Chapter de la UUP Binghamton University de Nueva York, que se interesaron por mi trabajo y me ayudaron a distinguir lo falso de lo que no lo era.
Nos introducimos ahora un poco en tu metodología como novelista. ¿Eres hombre de guión riguroso o te dejas llevar por el desarrollo de los acontecimientos?
No me siento cómodo jugando a ver cómo sale la novela. Una historia tiene su trama y su estructura, y los personajes que en ella aparecen evolucionan, aprenden y sienten debilidades. Al final, escribir una novela es como construir una catedral. Puedes empezar por un ladrillo y ver qué pasa, pero no me imagino a Gaudí trabajando sin plano, probando si un demonio o un ornamento floral queda bien aquí o allá. Y escribir también tiene algo de viaje, pero no un viaje sin pensar, sino un viaje con el propósito de llegar a un sitio. Durante el camino puede suceder que encuentres lugares preciosos y gente maravillosa, pero has de prepararte bien para alcanzar el destino porque si no, al final, cuentas otra historia. Hay escritores que hacen esto y les funciona muy bien, pero yo necesito saber qué quiero contar.
En una novela como ‘El último paraíso’ de casi quinientas páginas, ¿el secreto para mantener la fidelidad del lector está en la dosificación de la información, en imprimir grandes giros en la acción o en ambas cosas a la vez?
No soy muy amigo de los trucos del oficio, me gustan más las historias orgánicas en las que una cosa sucede como consecuencia de otra. Los personajes van encontrando conflictos y ahí se revela el verdadero carácter de las personas, de los protagonistas. Me interesa mucho ver cómo reaccionan. Todo esto es lo que creo que atrapa al lector, desde luego mucho más que dejar capítulos terminados en suspense, los cliffhangers, al estilo de los folletines.
¿Los personajes que el lector va a encontrar a lo largo de la novela son estereotipos o llevan a cuestas su lado claro y su lado oscuro?
Esta es una novela mucho más madura que las anteriores. Aunque parezca extraño, antes empezar la escritura, y no me refiero a la documentación, me dedico prácticamente durante un año a formarme mejor como escritor. Estudio la opinión del lector y detecto mis puntos débiles. Creo que es mi responsabilidad. Esto se aprecia en esta obra y quizá la concesión del premio corrobore este aspecto. Cada uno de los personajes tiene claros y sombras y muchos de ellos no conocen sus propias debilidades y las aprenden a lo largo del libro. Es muy bonito que ocurra así porque sucede igual que en la vida real. No hay nadie absolutamente bueno, ni absolutamente malo.
La última pregunta de hoy en otras ocasiones es la primera: ¿qué significa escribir para ti?
Escribir es un privilegio, una respuesta. Escribir me permite expresar todos mis deseos, mis sentimientos, mis miedos y mis ambiciones a través de una historia, con el añadido de que la gente puede emocionarse o aprender cosas que no conocía mientras la lee.
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