Hoy en día no hay país en Sudamérica más convulsionado que Bolivia. Es harto conocido los problemas políticos y sociales por los que este atraviesa, pero esta realidad, obviamente, no es de hace poco. Prácticamente viene desde su fundación como país, la cual se asentó en La Guerra del Pacífico al perder su salida al mar. Es por eso que cuando hablamos de Bolivia tenemos que hacerlo con mucha delicadeza porque la posible solución a sus problemas son realmente complejos bajo todo punto de vista.
La historia, la sociología, la antropología y la política se han encargado de decodificar a esta sociedad marcada por la injusticia, el resentimiento y la impunidad. Sin embargo, por su carácter unilateral estas disciplinas no pueden adentrarse y diseccionar la problemática desde adentro, y su punto de discusión casi siempre está concentrado en allegados a las respectivas materias.
A riesgo de equivocarme, sólo la ficción puede coger por las astas un conjunto social y explicarlo a través de personajes dotados de una mirada propia, por lo tanto, divergente. Ejemplo de esto lo tenemos en novelas que han abordado la problemática de gobiernos inestables en Sudamérica como “Conversación en La Catedral” de Mario Vargas Llosa, “Yo, el supremo” de Augusto Roa Bastos, o la bella y extraña “El otoño del patriarca” de Gabriel García Márquez.
En “Palacio Quemado” del boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) tenemos al historiador Óscar, quien entra a trabajar a la sede del gobierno boliviano conocido como Palacio Quemado. Su trabajo consiste en escribir los discursos del presidente Canedo de la Tapia. En principio, su labor parece fácil, él puede redactar sin ningún inconveniente lo que el presidente quiere hacer saber a una población exaltada, puesto que se están viviendo muchas reyertas y revueltas alrededor de qué es lo que se va a hacer con las reservas de gas y su salida por Chile.
Óscar entabla contacto con las personas que trabajan muy de cerca con el presidente en la toma de decisiones, tales como Mendoza y el Coyote. Es a través de ellos que él va sintiendo (y asimilando) las aguas turbias de los intereses existentes en la política. Cobijarse de cinismo es la mejor opción, sin embargo, él se adentra más en esos recovecos cuando conoce a Natalia, que también labora en la casa de gobierno. Con ella, Óscar vive una intensa relación basada en el sexo, cariño e interés personal (el de ella, porque está obsesionada con venderle chalecos antibalas al gobierno, de esa transacción ella sacará una muy buena ganancia, y no demora en pedirle a Óscar que interceda ante una posible investigación).
Palacio Quemado es también el lugar donde el hermano mayor de Óscar, Felipe, se suicidó 30 años atrás. Y es por medio de este suceso que él se ve arrojado a averiguar las razones de tal decisión. Llegar a esa verdad nos pone en primer plano el cómo y qué piensa la clase de abolengo boliviana ya que el protagonista es hijo de ella.
Una novela que no se presta a emitir juicios, simplemente tenemos personajes que tienen las mejores de las intenciones por cambiar el país pero que son incapaces de hacer algo medianamente significativo por este. Como si vivieran en el consuelo del “hubiera”, recalcando el problema coyuntural en la responsabilidad de “los otros” (el pueblo).
Como solamente ocurre con los buenos libros, “Palacio Quemado” es de aquellos que pueden ajustarse a diferentes lecturas; sin embargo, en lo que respecta a lo literario, que es lo que nos importa, la novela no cae en ningún momento, las descripciones de la histórica casa de gobierno y el perfil de los protagonistas están muy bien delineados, lo cual nos lleva a no sentir un ritmo impostado ni mucho menos premunido de lugares comunes. La verosimilitud está por demás garantizada. A esto sumémosle la estructura: su riqueza yace en su compleja sencillez, que en honor de la verdad, es muy difícil de lograr.
A lo mejor, lo que sí se puede extrañar es la poca atención a los perfiles de los personajes secundarios, que pertenecen al pueblo, a esa gran población andina que coloca contra la pared a Canedo de la Tapia. Sin embargo, es menester destacar los pasajes en los que Óscar le ruega a Alicia, su empleada, de que se quede en su departamento puesto que su ausencia sería un choque emocional para su hijo Nico. ¿Por qué la sirvienta decide dejar de trabajar? Pues porque ella se entera que Óscar trabaja en estrecha relación con el presidente, de quien salen las órdenes represoras contra las manifestaciones del pueblo, al cual, evidentemente, ella pertenece.
En la novela hay muchos encuentros y desencuentros, pero el acabado de mencionar refleja el espíritu de sus páginas. Es una mezcla de indignación, odio, venganza, perdón, justicia y reconciliación. Tal y como se dijo líneas arriba, este libro está sujeto a diversas interpretaciones, pero las mismas no despertarían el más mínimo interés sin la irrefutable verosimilitud de lo que se cuenta. Sumado al hecho de que es la primera vez que el autor ambienta un libro en La Paz, ergo, fuera de Río Fugitivo, su ciudad literaria.
Edmundo Paz Soldán nos ha entregado una extraordinaria novela. Esta es su novela, la mejor de todas. Con “Palacio Quemado” se consolida como uno de los mejores escritores de todo el imaginario de la lengua castellana.
Editorial: Alfaguara.
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