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Víctor Corcoba

Sobre el acceso global a la cultura

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Está visto que el más difícil aprendizaje es aprender a ver. Lástima que cuando uno empieza a soltarse por la vida, dicho sea de aviso, ya tengamos que morir. Ahora resulta que el Instituto Español de Comercio Exterior nos quiere poner a tino lo de exportar cultura. A mi esto me parece de perlas. Y, para ello, nos quiere llamar al orden visual. Ver y compare, nunca mejor dicho. Es cierto que la posición española tiene todos los números para cantar bingo. Los avales saltan a la vista: el castellano, el lenguaje de las musas y por si alguien no se acuerda la lengua española oficial del Estado, y los genes históricos creativos. La creatividad hispana es pura raza, revela la original contribución que ofrece a la historia de la cultura.

Internacionalizar las industrias culturales españolas, con capacidad para ofertar recursos singulares e irrepetibles, es algo que lo piden los nuevos tiempos de la globalización. La industria cultural ha de saber “vender”, más allá de nuestro provincianismo, la universalidad de nuestro arte y tradiciones, prendido a veces en la soledad y en el silencio más absurdo, cuando no en la dejadez y el abandono. Frente a un valor social que tiene el cultivo de la cultura, ha de germinar también un valor “económico”, generado por la propia industria cultural.

Para ello, si queremos que el consumo cultural rompa techo y se internacionalice como nos merecemos por nuestras garantías creativas y de lenguaje, pienso que hace falta desde una mayor inversión en cultura hasta una remuneración digna a los propios creadores. En consecuencia, es imprescindible que los autores y sus editores se manifiesten públicamente e informen de su derecho a recibir una compensación adecuada por el uso de sus obras, instando a que se deje de cuestionar reiteradamente el sistema de derechos de autor. Tenemos noticias de que la compensación por copia privada, puesta absurdamente en entredicho en los últimos tiempos, dependen más del 90 % de las cantidades que CEDRO, por ejemplo, distribuye cada año en los repartos individuales a los titulares de derechos, así como las actividades de promoción del libro y las ayudas y prestaciones a los autores para gastos sanitarios no cubiertos por la seguridad social, como gafas o tratamientos dentales, y que redundan en beneficio de todo el sector del libro.

Asimismo, estimo, que si es fundamental garantizar y proteger las condiciones para que se produzca la creación cultural, también debemos favorecer la ayuda necesaria para adaptarse a las nuevas necesidades de la globalización y, por ello, echar un capote al fomento de la exportación de nuestra industria cultural es tan justo como necesario. Dicho lo anterior, creo que también hay que concienciar a la ciudadanía del valor de los creadores, de la necesidad de respetar sus obras. Acceso global a la cultura sí, siempre, pero no a cualquier precio ni de cualquier manera.

Sobre el acceso global a la cultura

Víctor Corcoba
Víctor Corcoba
viernes, 18 de enero de 2008, 07:03 h (CET)
Está visto que el más difícil aprendizaje es aprender a ver. Lástima que cuando uno empieza a soltarse por la vida, dicho sea de aviso, ya tengamos que morir. Ahora resulta que el Instituto Español de Comercio Exterior nos quiere poner a tino lo de exportar cultura. A mi esto me parece de perlas. Y, para ello, nos quiere llamar al orden visual. Ver y compare, nunca mejor dicho. Es cierto que la posición española tiene todos los números para cantar bingo. Los avales saltan a la vista: el castellano, el lenguaje de las musas y por si alguien no se acuerda la lengua española oficial del Estado, y los genes históricos creativos. La creatividad hispana es pura raza, revela la original contribución que ofrece a la historia de la cultura.

Internacionalizar las industrias culturales españolas, con capacidad para ofertar recursos singulares e irrepetibles, es algo que lo piden los nuevos tiempos de la globalización. La industria cultural ha de saber “vender”, más allá de nuestro provincianismo, la universalidad de nuestro arte y tradiciones, prendido a veces en la soledad y en el silencio más absurdo, cuando no en la dejadez y el abandono. Frente a un valor social que tiene el cultivo de la cultura, ha de germinar también un valor “económico”, generado por la propia industria cultural.

Para ello, si queremos que el consumo cultural rompa techo y se internacionalice como nos merecemos por nuestras garantías creativas y de lenguaje, pienso que hace falta desde una mayor inversión en cultura hasta una remuneración digna a los propios creadores. En consecuencia, es imprescindible que los autores y sus editores se manifiesten públicamente e informen de su derecho a recibir una compensación adecuada por el uso de sus obras, instando a que se deje de cuestionar reiteradamente el sistema de derechos de autor. Tenemos noticias de que la compensación por copia privada, puesta absurdamente en entredicho en los últimos tiempos, dependen más del 90 % de las cantidades que CEDRO, por ejemplo, distribuye cada año en los repartos individuales a los titulares de derechos, así como las actividades de promoción del libro y las ayudas y prestaciones a los autores para gastos sanitarios no cubiertos por la seguridad social, como gafas o tratamientos dentales, y que redundan en beneficio de todo el sector del libro.

Asimismo, estimo, que si es fundamental garantizar y proteger las condiciones para que se produzca la creación cultural, también debemos favorecer la ayuda necesaria para adaptarse a las nuevas necesidades de la globalización y, por ello, echar un capote al fomento de la exportación de nuestra industria cultural es tan justo como necesario. Dicho lo anterior, creo que también hay que concienciar a la ciudadanía del valor de los creadores, de la necesidad de respetar sus obras. Acceso global a la cultura sí, siempre, pero no a cualquier precio ni de cualquier manera.

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