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Sí, podemos

Santiago Chiva (Granada)
Redacción
lunes, 18 de febrero de 2008, 05:21 h (CET)
Los españoles somos muy emocionales. Eso no tiene por qué ser malo, si la emoción se rige por la razón, algo no frecuente, pero posible. La realidad es que hoy en nuestro país existe cierto clima de crispación. Basta meterse en un foro de un periódico serio y repasar las opiniones que se vierten para salir algo abochornado.

No sé que harán los políticos para cambiar esto. Me excede intentar cambiarles a ellos. Muchas veces son cautivos –porque quieren- de sus jefes de campaña que les aconsejan hasta cómo reaccionar. Sé lo que yo puedo hacer y aconsejar. Se puede razonar sin insultar. Hay palabras con un significado humillante inequívoco. A los insultos se puede responder con razones. Podemos tener propuestas concretas y debemos exponerlas si no queremos autocensurarnos. Debemos seguir defendiendo con calma nuestro modo de ver las cosas, aunque recibamos el desprecio. Es posible criticar un modo de actuar, sin hacer un juicio sobre la responsabilidad concreta de una persona. El error de un político no es responsabilidad de todos los militantes o votantes de su partido.

Sé que no es fácil y aunque no comparto algunas tesis de Obama, sí hago mío su lema Yes, we can.... Los ciudadanos podemos rebajar la tensión y desdramatizar, sin renunciar a la verdad de las cosas. Sí, ¡podemos!

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A lo largo de la vida podemos comprobar cómo la madre es el “punto de encuentro” capaz de reunir a todos los miembros de una familia por muy desperdigados que estos se encuentren. No voy a descubrir ahora el valor de la madre como persona, como conciliadora y como sumo matriarca. Pero, una vez más, me vuelvo a sorprender por su capacidad de comprensión, de su forma de tratar a cada uno de los hijos, nietos y demás familiares como si fueran los únicos seres del mundo.

La hipocresía, entendida como el acto de fingir virtudes, sentimientos o intenciones que no se tienen, se ha convertido en una herramienta cotidiana. Personas que critican en voz alta lo que en privado practican, quienes predican valores que no aplican o aparentan estar por encima de los demás.

La vida hecha juego. Otra vez. Como si el tiempo no hubiera pasado, pero con nuevos retos, reglas y trampas. Hace tres años reflexioné sobre el paralelismo entre El Juego del Calamar y la situación político-social en España. Ahora, con el estreno de la segunda temporada de esta distopía televisiva, toca revisar si algo ha cambiado. Spoiler: todo sigue igual. La serie, al igual que nuestra realidad, parece condenada a repetirse.

 
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