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‘Humor a Bordo’ de Jan Sanders o Jan Sanders y mi tío Eduardo

Herme Cerezo
Herme Cerezo
jueves, 7 de agosto de 2008, 12:03 h (CET)
Mi tío Eduardo, Eduardo Cerezo para más señas (en esto de los apellidos, las familias suelen ser poco originales y casi todos sus miembros, bien de primero, bien de segundo, llevan el mismo, una costumbre humana, tan extravagante como otra cualquiera), era un hombre cargado de buen humor. Fue muchas cosas en esta vida: taxista, maquetista y teniente de la policía nacional. Dotado, como ya he dicho, de un carácter alegre, muy vivaz, con la chispa cómica siempre a punto, se enteró hace treinta años de mi afición por los cómics. Y un buen día, en uno de sus viajes a Valencia - vivía él en Madrid -, me regaló un álbum titulado ‘Humor a Bordo’ del dibujante holandés, Jan Sanders. Toda una joya, todo un hallazgo para mí en aquella época en la que mis lecturas se repartían entre las revistas ‘Totem’ y ‘Bumerang’ —¡oh, dioses, tebeos para adultos en castellano! —, donde encontraba a Valentina, Corto Maltés, Alack Sinner o las aventuras de Sally Forth. ‘Humor a Bordo’ contenía casi noventa maravillosas ilustraciones a color, unos cuantos bocetos y, sobre todo, mucho humor de las dos clases: del sonriente y del de desternillarse (ahora se dice para partirse el ...., pero como esta frase me parece una ordinariez y no conozco a nadie que se ría por el ..., omito el remate).



Portada del álbum.


‘Humor a Bordo’ es un libro mudo. Los dibujos de Sanders hablan por sí mismos. Cada página encierra una sola historia, con principio y fin. Naturalmente, un denominador común las sobrevuela: la vida de los marineros y su barco mercante, o sea la vida en el mar. Y, por supuesto, hay un nexo común en todas ellas para prender sonrisas y carcajadas: la permanente animadversión de los marineros contra su capitán al que, por ende y mor del cargo, deben absoluta obediencia y respeto.

— Mira, Herme, mira, lo que le hacen al capitán, me decía mi tío Eduardo.

Y tenía razón porque los tripulantes de la nave se pasan las hojas "torpedeando" al capitán, un tipo bajito, con bigote y gorra desproporcionada, haciéndole la vida imposible, ridiculizándolo cuando pueden, deseándole todos los males del mundo, preparándole todo tipo de trastadas, carcajeándose a sus espaldas. El hombre soporta estoicamente, en realidad debería decir como Dios le da a entender, estas acometidas de la marinería. En ocasiones se irrita, en otras se asombra, en otras disimula ... y en alguna le explota un puro en sus narices para regocijo de sus subordinados, que observan a su jefe con media cara blanca y la otra media chamuscada.

En ‘Humor a Bordo’, la risa acude presta, porque Sanders es un humorista fino. Muecas y gestos cómplices de los marinos pugnan en cada viñeta por confirmarlo. Cada dibujo de Sanders es una composición pictórica en pequeño. Si fuera un óleo requeriría la inversión de muchos meses de trabajo para su realización. En eso, por los detalles, por la minuciosidad, por la cantidad de personajes que aparecen, recuerda al Bosco y su ‘Jardín de las Delicias’. A Sanders no se le escapa un detalle. Ni siquiera algo tan nimio como las argollas de la cortina de un camarote de barco. Y resulta ingente la cantidad de información náutica que manejó el holandés para dibujar este álbum, teniendo en cuenta que en toda su vida, curiosamente, sólo viajó una vez en barco: en el transbordador que recorría las quince millas que separan Breskens de Terneuzen.

Hay otro aspecto que retrata Sanders en ‘Humor a Bordo’: la vida en tierra firme. Bien es sabido que los marinos cuando atracan en puerto y salen a estirar las piernas, van de caza. Caza de comida y bebida, tal vez de aventura y, sobre todo, de sexo. Bien, pues el sexo ocupa un lugar destacado en el álbum. Los burdeles, las prostitutas callejeras y de escaparate y de cama con dosel, aparecen continuamente en los dibujos del holandés. Son prostitutas de aspecto extravagante, a veces voluptuoso, a veces cariñoso, falsamente excitante porque la mayoría son mujeres entradas en años y, sobre todo, en carnes. Faldas mínimas, pechos de andamio, tacones altísimos, pestañas de un kilómetro, morros ultra rotulados, nalgas de perímetro insaciable... Rubens también está presente, sin duda, en la imaginería de Sanders.

Y un último apunte sobre el estilo del holandés: los perros. Los perros pueblan sus páginas. A este propósito dice el prólogo del libro: "Sanders intuye que el perro, a pesar de habitar en el mundo del hombre, no está ligado por la moral o leyes del hombre. Por lo tanto, puede hacer lo que le plazca, puede orinar sobre la cubierta, cerca del jardín cultivado por los marineros y decorado con figuritas de enanos: puede morder a los clientes de su dueña, y puede huir de la máquina de cortar el pelo. Pero cuando los tripulantes se portan cruelmente con el capitán, el perro llora y cuando el perro se ahoga, los tripulantes no dudan en hacer peligrar sus propias vida para salvarlo". No hay nada que añadir. Se puede decir parecido, pero no mejor.

Jan Sanders nació en Kwadijk (Holanda) en 1919 y cursó estudios artísticos, después de vencer notables reticencias paternas, en la Academia de Amsterdam. Durante la Segunda Guerra Mundial fue hecho prisionero tras la capitulación de Holanda. Una vez liberado su país, prosiguió su carrera de dibujante, empleándose a fondo en el mundo comercial y publicitario. Especialmente celebrado fue el calendario que realizó para una empresa de pinturas marinas, Sigma Coatings, que le valió la renovación del encargo año tras año. Tan importante fue el éxito de los calendarios, que los ejemplares que se enviaban a la sucursal de Sigma en Singapur tuvieron que viajar en cajones blindados para evitar su robo. La empresa se dio cuenta entonces de la importancia de las ilustraciones de Sanders y le "sugirió" que en cada escena apareciese un tipo portando un bote de pintura de la marca, personaje que el propio humorista denominó ‘El hombre del bote’.

‘Humor a Bordo’ fue editado en 1979 por la Editorial Cantábrica S. A. de Bilbao. Desconozco si todavía puede conseguirse o no y a qué precio. En Internet sí que está, sólo hay que mover unas teclas para poseerlo si a alguno de ustedes, mis improbables, les interesa. Lo que les puedo asegurar es que vale la pena intentarlo.

Y también desconozco si Jan Sanders ha muerto o no. No he podido averiguarlo. Quien sí murió fue mi tío Eduardo, el que me lo "presentó". A pesar de la distancia kilométrica que medió entre nuestros domicilios durante todas nuestras vidas, todavía me doy cuenta de lo mucho que lo quise y de que lo echo de menos, porque siempre tuve un tío Eduardo en Madrid. Y ahora ya no lo tengo.

¡Casi nadie era mi tío Eduardo!

¡Casi nadie es o era – lo ignoro – Jan Sanders!

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