Es incontestable el “abandono de servicio” en la Oposición llevado a cabo por el partido que “no ganó” en las pasadas elecciones a pesar de tener detrás a casi la mitad de electorado que acudió a votar. Su quehacer, el que le corresponde en puridad democrática, está siendo realizada de modo aleatorio por comentaristas y columnistas de los diversos medios de comunicación. Una buena parte de ellos aplaudiendo hasta “con las orejas” el descalabro post-electoral del partido popular, y frotándose las manos señalando que tenemos “zapaterismo” para rato. Y, otros, dictando lo que “a su juicio” debe hacerse en el PP. El caso es que todo el mundo opina; lo cual, es bueno, ¿no?
Ante el espectáculo que ofrece la clase política con que España se ha dado de bruces después de la tan admirada como envidiada Transición, la situación se presta al fácil recurso de la metáfora para explicarse lo que resulta difícil de expresar. Sabido es que esta figura retórica consiste en usar las palabras con sentido distinto del que tienen propiamente, pero que guarda con éste una relación descubierta por la imaginación. Y, como la última, por fortuna, no escasea entre los españoles, esta columna, oteando el panorama, se ve en el legítimo uso del recurso de alguna de ellas.
España es un país estelar en la tauromaquia universal. No sólo en el aspecto más serio y convencional del llamado “arte de Cúchares”, sino de un subgénero muy respetable conocido como el de los espectáculos “cómico-taurinos musicales”. En estos, se reunía lo furibundo de un cornúpeta sobre el ruedo, junto a una serie de denodados artistas que, con pintorescos disfraces, hacían las delicias del público en general, e infantil, que tanto abundaba en esas tardes. Naturalmente. han sido objeto de polémica acerca de si eran espectáculo para niños, o no.
El renovado presidente del gobierno de la nación durante la anterior legislatura fue comparado con propiedad con Don Tancredo, un valenciano que hizo fortuna en las plazas bajo un principio revolucionario; si no se molesta al toro (negociar), no embiste. Y, en efecto, no murió corneado por algún “miura”, sino del golpe de un contundente objeto arrojado desde las gradas del “respetable” por un airado espectador cansado de tanta mamarrachada. Siguiendo el símil taurino en lo que se lleva de legislatura, la equiparación es más válida con uno de los mencionados espectáculos cómicos, con el de “El Bombero Torero”
En esas representaciones, también conocidas como “charlotadas”, un figura, el uniformado “bombero”, se lucía en el ruedo acompañado de un grupo de notables artistas enanos –acondroplásicos, con todo respecto y diagnóstico en mano- que, entre los circos y los toros, encontraban su peculiar “modus vivendi”. Como en nuestros días, el espectáculo estaba servido. Un artificioso presidente, legitimado por la opinión de más de once millones de españoles, diestro en la mentira, el eufemismo y los malabarismos, junto a ministros y ministras casi desconocidos que corretean por la vida pública evitando la embestida de la truculenta “crisis”, remedan lo que en los ruedos la tarde un día de fiesta, hacía reír. Sólo que en este caso, el “bombero torero” representa los intereses de todos los ciudadanos. La hipoteca, la cesta de la compra, el paro, y los combustibles, no son ninguna broma, sino algo muy serio que exigen algo más que dar risa al Respetable.
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