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Hay una verdad incómoda que muchos prefieren ignorar: la justicia no es ciega, es selectiva. Para algunos, es una mercancía, un servicio premium con tarifas exclusivas, para otros, es una trampa en la que caen por no poder pagar el precio de la inocencia. En este juego de balanzas desequilibradas, los poderosos se pasean con impunidad, mientras los obreros, los humildes, los ciudadanos de a pie, cargan con el peso de la ley en su versión más despiadada.
Vamos a tratar de un tema que, aunque parece sencillo, tiene un impacto profundo en nuestra vida: el perdón. Perdonar y practicar el perdón, incondicionalmente y siempre, es el único camino para alcanzar la paz interior. La falta de perdón nos consume energía vital, generando emociones amargas como el resentimiento y, en los casos más extremos, el odio.
Tal como si de los hilos de un telar se tratara, hay nudos históricos que impiden tejer la verdad. Un mundo de apariencias falsas, de mentiras y verdades embolsadas en sus contrarias, impiden que se teja esa verdad tan necesaria para la humanidad. España, que ha sufrido todos estos males debería estar en la primera línea del repudio.
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