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“Un chino en bicicleta”, de Ariel Magnus

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
jueves, 20 de noviembre de 2008, 06:18 h (CET)
Fue un amigo, Leonardo Aguirre, a quien ya he entrevistado para este medio, el que me recomendó la novela que es el motivo de esta reseña. Fue tanto su entusiasmo que no tuve otra que hacerle caso, al menos por una sola vez en la vida. Es así que llegué a la que es quizá la mejor novela premiada del prestigioso concurso La Otra Orilla, versión 2007, convocado por la no menos influyente editorial Norma.

Resulta que tengo muchísimos reparos a los concursos, de toda índole, cada cual está pautado por intereses y rara vez el jurado logra calzar con el fallo de los verdaderos jueces, aquellos que terminan ofreciendo el genuino premio, pues me refiero al honesto y genuino favor del público lector. En este aspecto, el narrador argentino Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975) debe sentirse más que satisfecho.

UN CHINO EN BICICLETA es una novela que puede llevar al lector, en sus primeras páginas, a pensar que le están tomando el pelo. Todo empieza en un urinario, en donde un joven llamado Ramiro Valestra es secuestrado por Li, un chino que acaba de escaparse del juicio en el que venía siendo juzgado, el cual tenía a Valestra como principal testigo de lo que se le acusaba: quemar tiendas. ¿Cómo llega Valestra a esta situación?, pues una noche, luego de ver a su novia, se encuentra con un par de policías que tenían detenido a un chino pirómano, Li, y estos sindican al joven como el principal testigo.

Magnus demuestra tener una capacidad inventiva a prueba de balas: como “sugiero” en el anterior párrafo, parece que nos estuviera tomando el pelo, y es esa sensación de estar ante un argumento absurdo de la que se vale el narrador para sacar todo el arsenal, todos sus recursos, con el objetivo de mantenernos enganchados hasta la última página, lo cual no es poca cosa, puesto que una de las bases de la narración de esta novela es el uso que se hace del humor, tan caro este a generar más de una antipatía entre no pocos escritores cuajados, quienes recomiendan alejarse del detalle que no pocas veces es visto como un recurso insultante o lleno de facilismo. Lamentablemente se cree que el humor está ligado a la anécdota, a lo trivial, que es imposible hacer con él una novela ambiciosa. Haciendo un repaso, pues esa creencia hasta puede tener cierto asidero, pero por el hecho de que nos hayamos topado con novelas que se suicidan por la apuesta desmedida del humor, no puede meterse a todas en ese peligroso saco. Me vienen a la mente excelentes muestras novelísticas, vigorosas de humor, como las de Manuel Vázquez Montalbán o Rafael Reig, llamadas a quedar.

Y fácil las vicisitudes de los colgados protagonistas, Valestra y Li, son las columnas que terminarán haciendo perdurable esta novela de Magnus, porque, entre otras cosas, esta también tiene un componente esencial y a la vez muy olvidado el día de hoy: contar una historia, y en este caso, una muy buena historia que tiene coqueteos con los contenidos más peculiares de la tradición policial, género también muy denostado, pero que a la vez es el idóneo para dar lecturas paralelas, que solo los libros completos son capaces de impulsar, como es el caso del intercambio cultural que hoy en día se vive en Argentina entre naturales e inmigrantes chinos.

El centro de operaciones de las andanzas de Valestra es el chifa Todos Contentos, un chifa irreal, falso, que se cae por su inverosimilitud, sin embargo, este no es para nada un óbice, ya que si no fuera por ese restaurante, no terminaría de cuajar la atmósfera paródica que destila toda la novela.

Por lo demás, y por lo escrito hasta aquí, “no creo que sea necesario mencionar” que Ariel Magnus es hoy por hoy uno de los más prometedores narradores latinoamericanos, de quien esperamos más libros suyos en el futuro, igual de buenos como UN CHINO EN BICICLETA.

Editorial: Norma

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