Otra vez París. Un París veinte años más joven que el de Néstor Burma. Un París veinte más viejo que el de Adele Blanc-Sec. Ignoro el motivo, pero para mí, en el Cómic, la referencia de la capital francesa siempre será Tardi. Y en blanco y negro, además. Sin embargo, a partir de ahora y para ese tiempo intermedio del primer tercio del siglo XX, que recoge los últimos coletazos de los alegres años veinte y el tufillo de los preliminares de la II Guerra Mundial, ‘La virgen del burdel’ puede ser otro punto de partida. En sus imágenes, en sus páginas, se respira un París distinto, a todo color, a caballo entre los oropeles de los burdeles de postín – no pierdan detalle de los salones y pasillos del ‘Pompadour’ – , el puterío de arrabal, la vida de las criadas y los vicios inconfesables de los señores "bien", políticos corruptos incluidos.
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Portada del cómic.
| Pero voy a insistir en el color. El aspecto, con diferencia, que más ha llamado mi atención, ha sido el cromatismo de este álbum: muy vivo. Hay una alternancia perfecta entre los tonos oscuros, para las escenas nocturnas y las de tensión, algo obvio, y los luminosamente claros para las escenas diurnas. Los bailes presentan una envoltura rojiza, insinuante, levemente lasciva, que rima inapelable con las luces y gallardetes que engalanaban aquellas verbenas populares. No puedo olvidar tampoco el trazo del dibujo, sencillo pero muy eficaz. El complemento perfecto para esta obra. Y aún hay más. Desde que tuve ante mis ojos la imagen de la protagonista de ‘La virgen del burdel’, la recatada Blanca, acudió a mi mente un cuadro de Matisse, cuyo título no he conseguido traer a mi memoria desde entonces. Había algo en aquel rostro que me recordaba la pintura del artista francés. Repasando algunos otros cuadros suyos, me topé con que en la obra de Matisse destaca la gran importancia que otorgaba al color: la vida era color para él. Su pincel, su paleta, esbozaron sombras, perspectivas y volumen a través de este recurso expresivo. Matisse dibujaba con el color y algo parecido puede decirse de cada una de las viñetas de este álbum. Visto así, ‘La virgen del burdel’ sería el triunfo innegable del color.
Los artistas responsables de todo esto que les cuento son el escenarista y colorista Hubert Boulard (Saint-Renan, Francia), un curioso devorador de libros, que descubrió los cómics – a pesar de que en su familia los tebeos estaban considerados como "lecturas poco serias" – a través de la obra de autores tales como Tardi, Pratt, Bourgeon o Frank Miller; y Kerascoët (seudónimo singular que, inopinadamente, enmascara una realidad plural: la de los dibujantes Marie Pommepuy y Sébastien Cosset).
El argumento es completamente policial. En los alrededores de París, en los bosques y en otros puntos de la ciudad, se ha cometido una serie de asesinatos. Las víctimas son criadas y prostitutas. La hermana de Blanca, Agathe y su amiga Eugenie, son atacadas una noche al regresar de un baile popular. La psicosis del asesino en serie se extiende por la ciudad y por la mente de Blanca, quien descubre el lugar donde el Carnicero perpetra sus crímenes. Agathe, accidentalmente, recibe la bala que iba dirigida a su hermana y muere. A partir de este momento, Blanca decide descubrir al culpable de su muerte. Planteamiento clásico, policial, como les dije, con un toque romántico de heroína femenina. Lejos queda el mundo de Néstor Burma, muy próximo al Maigret de Simenon, o el de Adele Blanc-Sec de este planteamiento, muy lejos. ‘La virgen del burdel’, además, es un retrato de época. Las calles de París, sus barrios y sus habitantes desfilan por las viñetas, que no son postales como los fondos escenográficos de Tintín, sino decorados con vida propia. Una sucesión de bellas imágenes que enmascara esta sórdida historia de depravaciones y pasiones insospechadas de gente "gorda" (desde un comisario de policía hasta un miembro de la realeza británica). El guión gana en intensidad a medida que avanzan sus páginas y se implican otros personajes, aparentemente "inocentes". Los recursos del género policial están presentes y el goteo de pistas, falsas y buenas, dudosas y posibles, contribuye sin duda a este "in crescendo" del clímax. Por cierto, la joven Blanca no es ninguna superwoman, ni tampoco una perdedora. Con ella se inauguraría, es un decir, el espécimen de la protagonista timorata, aunque teñida con ciertas dosis de falsa inocencia, porque maneja las armas blancas con indudable destreza. ‘La virgen del burdel’ un notable trabajo que en el país vecino ya ha tenido continuidad con un nuevo álbum: "El príncipe encantador", que esperamos ver pronto en España.
Y acabo. Me llama la atención el título original de la serie: ‘Miss pas touche’ o lo que, literalmente, sería ‘La señorita no se toca’, como con rechifla y un puntito de envidia llamarán a Blanca sus compañeras de oficio. Un título significativo, sugerente y que refleja perfectamente lo que el lector va a encontrar en el interior del álbum. Por cierto, ¿de cuál de los tres autores sería la idea de ubicar una virgen en una casa de lenocinio? Lo ignoro y no importa. Pero me parece absolutamente genial. Jo, una de las protagonistas, se apunta a mi opinión – les aseguro que no nos hemos puesto de acuerdo – y en la página 72 afirma: "Yo diría que una chica como tú en una casa como esta es un enigma apasionante". Y corrosivo, añado yo.
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‘La virgen del burdel’, de Hubert&Kerascoët. Ed. Planeta DeAgostini. Especial BD, año 2008. 10,95 euros y 96 páginas.
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