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Los desayunos del Café Borenes

La última obra de Luís Mateo Díez, es una interesante reflexión sobre la literatura y el papel de la ficción
Ana Alejandre
domingo, 1 de noviembre de 2015, 17:47 h (CET)
Luís Mateo Díez en esta nueva obra reúne dos textos que son complementarios. El primero que lleva el mismo título, narra los diversos encuentros de un novelista con sus amigos que asisten a los desayunos en el café de una ciudad literaria de las que pueblan su obra y que el escritor califica como “ciudades de sombra”, quienes conversan y reflexionan en dichos desayunos sobre la realidad y la ficción y el papel que juega en sus vidas esta última.

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El protagonista de esta parte primera, Lezama Vela, que no es otro que el trasunto o alter ego del propio Mateo Díez, en estas distendidas y, a veces, acaloradas conversaciones con sus amigos, hace toda una declaración de principios cuando dice que el mayor y más firme compromiso del arte es con la vida, la que siempre es una gran deudora de aquél, y la ficción que forma parte del arte es la siempre insoslayable y salvadora plasmación de aquél en forma de obra literaria, porque su esencia es la imaginación, la fantasía y la capacidad creadora del hombre que sin ellas estaría desnudo de toda esperanza, atrapado en la ramplona, muchas veces sórdida y triste realidad en la que habitamos.

El segundo texto llamado Un callejón de gente desconocida es más personal, en cuanto que exhibe su pensamiento literario y contiene su propio ideario poético sobre lo que es y para qué debe servir la literatura como medio de expresión y de visión del mundo y la realidad que la inspira. Esta segunda parte está inspirada en una afirmación de Irene Nemirovsky -escritora de origen ucraniano, nacionalizada francesa y que escribía en francés, que murió en el campo de exterminio de Auschwitz, a consecuencia del tifus, en 1942-, quien decía que toda gran novela es un callejón llena de gente desconocida, lo que sugiere el título de esta segunda parte.

El simple hecho de que esta obra esté compuesta de dos partes o mitades, no se debe entender como si ambas se opusieran entre sí en una confrontación dialéctica entre las opiniones vertidas en la primera parte, de todos y cada uno de los asistentes a los desayunos, y las opiniones personales del autor, aunque esta diversidad de opiniones sirve también al lector para contrastar las diferentes ideas que sobre la literatura y el papel que desempeña en la vida de cada uno, en cuanto a ser la proyección de la ficción, la fantasía y la imaginación, para crear otras realidades literarias que son imprescindibles para poder entender la verdadera y compleja realidad en la que vivimos.

Todas esas opiniones, tanto en lo que coinciden como en lo que difieren, van definiendo y perfilando como un fiel reflejo a la sociedad confusa y degradada en la que vivimos, en la que la verdadera y gran literatura va perdiendo terreno, lo que demuestra la variedad de supuestos productos literarios en forma de libros, en papel o electrónicos, que llenan el mercado y que no son más que el resultado de la improvisación, la falta de exigencia de una mínima calidad y de profesionalidad de sus autores, porque parecen estar escritos por quienes carecen del talento y oficio del auténtico escritor y son producto de la mercadotecnia, de la exigencia de novedades en las librerías, y de la banalidad que parece demandar un tipo mayoritario de supuestos lectores que no buscan calidad literaria, sino libros para leer y olvidar fácilmente, porque no exigen nada más al lector que pagar su precio y ofrecen a cambio sólo una fácil manera de matar el tiempo o el aburrimiento.

Mateo Díez no intenta enfrentar los dos textos a modo de pugilato literario en la que predomine una sobre otra, aunque sí consigue que el lector pueda apreciar, sopesar y juzgar toda la variedad de ideas que, sobre la ficción literaria y el oficio de escritor, tienen todos los personajes que la pueblan. Él mismo declara que, como escritor, se define como un creador de personajes y la trama es para él la tramoya –o perchero-, que sustenta y rodea a estos para que puedan así mostrar, a través de sus diálogos, actos y pensamientos, la verdad sobre ellos mismos, que es, en definitiva, la verdad sobre la naturaleza humana encarnada en las múltiples variedades que ofrece el amplio abanico de temperamentos e idiosincrasias. Es esta supremacía de los personajes sobre la trama la que demuestra fielmente esta obra, pues los verdaderos protagonistas son los diferentes y variados personajes que, a través de sus diálogos, van poniendo de manifiesto lo que para ellos es la función de la literatura y el papel que representa en sus vidas y, por ende, también para la variedad de lectores que existen.

Una de las notas más destacadas de Luís Mateo Diez en toda su obra es la excelente prosa, clara diáfana como el más puro cristal, dotada de un ritmo que le da cadencia y sonoridad a toda la narración que se convierte casi en un concierto coral en el que todos los personajes hablan y se expresan con libertad, pero sin perder en todo momento un tono que varía, según el hablante, entre el humor y la nostalgia de un tiempo ya perdido, el humor y la ironía desencantada, o la lucidez y el pesimismo ante el futuro de un mundo en el que el amor a la buena literatura se vaya apagando, sustituyendo torpemente por otras manifestaciones pseudo culturales ramplonas, banales y adocenadas para intentar llenar el gran vacío que deje aquélla.

Los desayunos del Café Borenes es una obra muy interesante que ofrece el propio ideario literario de un autor que es un claro exponente de la buena literatura española actual del siglo XX.

Los desayunos del café Borenes, Luís Mateo Díez, Galaxia Gütemberg, septiembre 2015

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