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"La acrobacia verbal literaria me cansa, me interesa la condición humana"

Herme Cerezo
domingo, 3 de enero de 2016, 23:42 h (CET)



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Clara Usón (Barcelona, 1961). Su primera novela, ‘Las noches de San Juan’, obtuvo el Premio Femenino Lumen en 1998. Con posterioridad, publicó ‘Primer vuelo’ y ‘El viaje de las palabras’, sobre la que Enrique Vila-Matas escribió: «A Woody Allen le divertiría esta alegre novela conmovedora». En el año 2006 salió a la venta su cuarto título, ‘Perseguidoras’. En 2009, ganó el Premio Biblioteca Breve con ‘Corazón de napalm’. La aclamada ‘La hija del Este’ (2012), su anterior entrega, recibió el Premio de la Crítica, el Premio Ciutat de Barcelona, el Premio per la Cultura Mediterránea, de la Fondazione Carical en Italia, y el Premio Bouchon de Cultures, en Francia.

Una directora de sucursal de una caja levantina, que ha vendido preferentes. Un joven militar, Fermín Galán, que decide poner en práctica sus ideales republicanos y encabezar la revolución en Jaca en 1930. Un sacerdote fanático en el campo de concentración de Jasenovac, en el Estado Independiente de Croacia durante la Segunda Guerra Mundial. Todos se enfrentan a situaciones en las que deben asumir un riesgo, poner a prueba su coraje en aras de lo que para ellos es el valor supremo: el dinero, la revolución, la fe, ante los cuales la conciencia es solo una débil barrera. Con estos mimbres, Clara Usón ha estructurado ‘Valor’, novela editada por Seix Barral en su colección Biblioteca Breve, una historia dividida en tres partes, en la que las voces se suceden sin solución de continuidad, trazando una interesante estructura narrativa.

Clara Usón confiesa que escribe «porque es lo que más me gusta o porque es lo único que sé hacer». La escritora barcelonesa pasó por Valencia para presentar su nueva novela. Lo hizo en la librería Bartleby de la calle Cádiz, pero un rato antes estuvimos conversando sobre ‘Valor’ en el Room Service Lounge Bar del Hotel Ayre Astoria, animados por sendas tazas de té.

Clara, ¿hay que tener valor para escribir ‘Valor’?
No sé si hay que tener valor para hacerlo, pero yo se lo he echado en cuanto a la estructura y a la forma de la novela. Desde luego hay que echarle valor para escribir en España, un país donde la cultura es menospreciada, donde el fútbol y los toros sí se consideran cultura, mientras que el teatro y la música no alcanzan tal condición.

Últimamente algunos escritores utilizan el pasado para hablar del presente, ¿es este tu caso?
Depende. Yo lo utilizo todo para contar estas historias al mismo tiempo. Me ha llamado la atención que en los años veinte y treinta del siglo XX, la sensación que existía en España era igual a la actual, un ambiente de fin de ciclo, de cambio, de podredumbre. La diferencia estriba en que entonces tirabas una piedra y salía un revolucionario como Fermín Galán, había muchos como él, tipos que pensaban que las cosas se podían cambiar. Hoy nos encontramos desesperanzados, en una situación de marasmo, pero no tenemos claro cómo mejorarla. Tampoco esperamos nada nuevo y no estamos dispuestos a arriesgar demasiado para lograrlo.

O sea que hemos mejorado muy poco, ¿no?
Desde tiempo inmemorial hemos estado dominados por los mismos. Antes se llamaba caciquismo y ahora de otro modo. Es como si el tejido social estuviera podrido. Vivimos acobardados y si alguien intenta salirse del cuadro, como ha ocurrido en Grecia, le llaman a capítulo para que se reconduzca. ¿Eran nuestros antepasados muy idealistas y nosotros muy realistas? La verdad es que no lo sé.

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En algún medio te has definido como una escritora que siempre escribe la misma novela.
Es verdad, voy cambiando de tema, pero hay uno que siempre está presente en mis libros: los conflictos familiares. En mi anterior novela, ‘La hija del Este’, hablaba del conflicto de los Balcanes, pero también contaba la relación entre Mladic y su hija, un hecho real. En esto no soy nada original, porque casi toda la literatura está construida en torno a las relaciones familiares, que constituyen un maná literario inagotable en el que se muestran las grandes contradicciones del ser humano. Lo vemos en grandes obras como ‘Guerra y paz’, ‘Madame Bovary’ o ‘La Regenta’. Todos nacemos en familia y eso nos condiciona.

¿De dónde surgió la idea para escribir ‘Valor’?
Sin duda el primer flash partió de la imagen de Fermín Galán. Actualmente no quedan ya «Fermines Galán», un hombre que fue un héroe de los que me gustan a mí, con contradicciones, con miedos, que se lanzó a hacer la revolución con más valor que cabeza. Tuvo mala suerte y le fallaron todos los que se habían conjurado con él. Le cambiaron la fecha del golpe y quien le hizo fusilar fue otro conjurado. Era un idealista, que murió por un concepto abstracto como era la República. Yo me defino como republicana, pero no me jugaría la vida por ella.

La novela arranca con una escena impactante, la del fusilamiento de Galán.
Sí, la muerte de Fermín Galán fue de una sola pieza, ahí se redimió. Proclamó la República el día 12 de diciembre y un día después, tras el fracaso, dio la cara y se entregó. En un consejo de guerra sumarísimo, toda una premonición de lo que después serían los juicios de la época de Franco, lo condenaron. Fue ejecutado el 14 de diciembre, domingo, por orden expresa de Alfonso XIII. Ante el pelotón de fusilamiento no tembló, fue amable y compasivo con quienes le iban a fusilar y pidió permiso para ser él mismo quien diese la orden de abrir fuego al piquete.

Precisamente ese inicio te obliga como escritora a mantener un nivel alto durante toda la narración para que la atención del lector no se diluya, ¿te has atenido a un guión férreo para escribir la novela?
Una novela como ‘Valor’ tiene detrás mucho pensamiento y andamiaje para escoger la forma en que iba a contarla. Mientras la escribía, pensaba que mi reto era narrar las tres historias a la vez, de modo que el lector las pudiera seguir sin problemas, aunque al comienzo tuviera que esforzarse un poco. Para mí es importante no aburrir, si aburres al lector lo pierdes. En el momento en que un escritor bosteza, se acabó. Mi objetivo era no recurrir al suspense sino contar algo que interesase, que mantuviera viva la curiosidad de quien lo lee.

Has utilizado como título una palabra polisémica, valor, ¿por qué?
Sí, valor tiene tres acepciones: acto de coraje, precio de algo y principio moral que rige la conducta del ser humano. En el siglo XXI, solo disponemos de un concepto que es tan poderoso que aplasta a los demás: el dinero. Tanto ganas, tanto vales. Estos son mis principios, pero si me pagas los cambio. Nos gustan los futbolistas porque ganan mucho dinero, si no fuera así no les haríamos ni caso. Admiramos a los ricos, que se han convertido en nuestro modelo. El que no tiene dinero está fuera del sistema, ha de mendigar por la calle y se convierte en una especie de mobiliario urbano desechable, es como un número, igual que esa persona que acaba de llegar a nuestro país para buscarse la vida. Y los que trabajamos no arriesgamos, preferimos conservar lo que tenemos.

‘Valor’ está dividida en tres partes, pero las historias que narras y que pertenecen a épocas distintas, las cuentas sin separación de capítulos ni de temas, lo que las convierte en una sola.
Cuando se acaba de leer la novela todo encaja y todo se entiende. Me interesaba contar las historias a la vez, porque tenemos la idea de que la Historia es progreso y ese concepto ahora está muy desacreditado. Sabemos que repetimos los mismos errores de otros tiempos, que incluso involucionamos y que hay aspectos de plena vigencia, que ya surgieron hace tiempo como los nacionalismos o las religiones. Hoy la religión está más viva que nunca, porque te ofrece algo para después de nuestra vida en la Tierra: la reencarnación y la vida eterna. Por ello, me apetecía escribirlo todo a la vez, porque lo que ocurre hoy pudo ocurrir antes y viceversa. Tengo una sensación de presente continuo.

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Esta estructura, que no es nueva, sin embargo, sí que se sale de lo habitual en las novelas de estos tiempos.
Mientras la escribía no era consciente de que la iban a comparar con mi anterior novela, pero sí que mantuve una cierta exigencia conmigo misma. Sé que los libros que escribo no siguen las fórmulas del bestseller y trato de superarme en cada nuevo trabajo. ‘Valor’ en los años setenta hubiera sido considerada como una novela tímida, pero ahora, como estamos acostumbrados al realismo más pedestre que no requiere ningún esfuerzo del lector, se toma como un libro muy poco convencional. Si hubiera contado estas historias por separado, hubieran resultado muy sosas, así tienen más consistencia y unas hacen de contrapunto a las otras, son como un espejo. Además he procurado alternar lo trágico y lo cómico. La tragedia continua te deshumaniza y hay que salpicarla con humor, grotesco incluso.

¿En ‘Valor’ has cuidado más la forma que el fondo o, más bien, ocurre lo contrario?
Borges decía que había dos tipos de escritores: los que prestaban especial atención a los procedimientos verbales y los que lo hacían sobre las pasiones del hombre. Yo me encontraría más bien en el segundo grupo, pero no puedo separar lo que cuento de cómo lo hago. La acrobacia verbal literaria me cansa, me interesa la condición humana y me defino como contadora de historias. Y para narrar ‘Valor’ he creado un presente continuo, como ya he dicho antes, para contarlo todo a la vez. Con ello pretendo que el lector borre la sensación de pasado, presente y futuro. A los jóvenes les resulta fácil seguir este juego que propongo. Quizá sea porque esto es un remedo de cómo perciben ellos la historia a través de Internet, donde continuamente están cambiando de un tiempo a otro.

La última por hoy: la Comunidad Valenciana aparece a lo largo de la novela en varios momentos y no sale muy bien parada, ¿definitivamente nuestra imagen exterior va a ser la de las estafas, el despilfarro y las preferentes?
No, no, no tiene nada que ver. Creo que toda España es la que sale mal parada. Una cosa son las personas y otra los políticos. En Cataluña también están apareciendo este tipo de historias, las encontramos por todas partes. La tercera parte la ubiqué en Benidorm, porque en invierno está ciudad es un territorio ideal: un montón de rascacielos y grandes edificios solitarios y con mucha luz, un lugar que desprende una sensación de soledad iluminada, que era lo que precisaba.

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