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El secreto de la modelo extraviada

Eduardo Mendoza, Seix Barral, 2015
Ana Alejandre
martes, 16 de febrero de 2016, 00:01 h (CET)
En esta nueva novela, Eduardo Mendoza recupera a un personaje ya conocido por los lectores, encarnado en el detective loco, singular y marginal de obras anteriores como son El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y, la más reciente, El enredo de la bolsa y la vida.

La trama de la novela es que dicho detective intenta resolver un caso que parecía haber sido resuelto veinte años atrás, la muerte de una modelo, Olga Baxter, en la que se vio involucrado, además de otros personajes no menos estrambóticos como son un guardia civil transexual, un personaje ambiguo en su sexualidad a pesar de negarla siempre, y una organización clandestina, la APALF ("Andreu, porti'm a la fàbrica!"), organización en la década de los 70 luchó contra el intento de apertura económica del régimen franquista, lo que es un logrado guiño irónico y humorístico al lector.

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Pero en esta ocasión el personaje está convertido en un repartidor de un restaurante chino que conoce a la perfección la ciudad de Barcelona. Esto sirve para que, en sus continuos correteos por dicha ciudad, Mendoza pueda mostrar que en la ciudad condal también existe y permanece una atmósfera de corrupción y estulticia que no es menor que la de ninguna otra ciudad del mundo en la que se den las coordenadas adecuadas para que en ella prolifere el llamado género negro, que no viene a ser otra cosa que la radiografía del ser humano cuando la ocasión le permite y estimula a burlar la ley.

En esta nueva novela se pueden encontrar los signos propios de Mendoza, tanto en la agilidad narrativa como en sus continuos gajes de humor que hacen reír al lector, a veces, por sus continuos golpes humorísticos que son de toda clase y acierto, desde los más conseguidos hasta aquellos que no pasan de ser intentos mediocres de hacer reír sin conseguir la altura en el intento que ha conseguido este autor en otras obras anteriores. No se detallan en esta obra cuales son los aciertos y los fallos para que el propio lector los juzgue personalmente sin prejuicios.

Mendoza muestra en esta novela su estilo y recursos narrativos de toda su carrera literaria, con un uso cada vez más acusado del coloquialismo en su lenguaje, y el sempiterno sentido del humor al que nos tiene acostumbrado, lo que dota a esta nueva novela de un carácter tan personal y reconocible por sus lectores que no se aburrirán, sin duda alguna, por su narración ágil y veloz y salpicada de algunas ocurrencias hilarantes, pero aunque la diversión esté asegurada, hay en esta nueva novela una falta evidente de intencionalidad crítica por parte de Mendoza que parece querer contar sólo una historia divertida, sin mayores intencionalidades de crítica social, de ironía sarcástica que es lo que convierte a cualquier obra de humor en algo más que un mero divertimento cuando a través de los chistes, de las ocurrencias, de los golpes de humor, el autor va describiendo a un paisaje urbano o no, a unos personajes que van mostrando el lado más oscuro, menos grato y más criticable de una sociedad y sus carencias, pero todo ello envuelto siempre en la apariencia divertida de una obra de humor que intenta ir más allá de contar una historia cómica, trufado de falsos toques del género negro al que nunca apreció Mendoza y quiso parodiar en sus anteriores obras a las que se alude al principio de este artículo. Ese intento ha sido fallido en esta nueva novela.

En esta ocasión, Mendoza se ha quedado en escribir una obra, un divertimento que no aburre a los lectores, pero sí les queda la sensación a los lectores más exigentes de que la narración se ha quedado corta en logros, aunque la intención haya sido hacer una nueva crítica de la sociedad catalana en clave de humor, la burguesía a la que tan bien conoce y a la que gusta retratar irónicamente siempre en esas caricaturas literarias que hace, pero que en esta ocasión se ha quedado en un simple boceto que no perfila al caricaturizado y sólo aporta una lectura amena, divertida, pero exenta de la carga de profundidad crítica de la que ha dado muestra Mendoza en otras ocasiones y que, en esta ocasión, su falta convierte a esta obra en una novela menor dentro de su obra, que sólo proporciona un rato de risa al lector y que, una vez leída, se olvida con la misma facilidad que se leyó.

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