Alguna vez me dijeron que el mundo es algo muy cambiante, y el mundillo de la política lo que más cambia en esa realidad cambiante. Los últimos acontecimientos parecen darle la razón.
Mientras en Latinoamérica la falsa burguesía forjada de una sola pieza ha celebrado en los últimos tiempos la debacle, más mediática que real, de la nueva izquierda en la región, un fenómeno similar se propaga en la Meca y alcanza a la misma Europa antes que termine el funeral.
Ya había sucedido lo mismo apenas se desplomaba la URSS.
En Estados Unidos, los analistas no dejan de comparar a Donald Trump con Huey Long, un socialista radical que basó sus exitosas reformas como gobernador de Louisiana en la redistribución de la riqueza y el combate a la voracidad de la Standard Oil. En Asunción lo recuerda una importante calle, dado que en medio del fragor de su lucha política se envolvió en la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, apuntando como responsables de la matanza entre hermanos a los amos de las finanzas de Wall Street.
Precisamente con un discurso parecido, el demócrata Bernie Sanders se ha puesto a tiro de empate con Hillary Clinton, quien ya perdió en el 2008 contra un candidato que no contaba en las apuestas, el actual presidente Obama.
Aunque parezca insólito en un país como Estados Unidos, que para encontrar un populista en su historia debe retroceder ocho décadas, Sanders ha logrado retar a un apretado duelo a Clinton por la candidatura a la Casa Blanca con un inédito discurso de rechazo al poder de Wall Street.
Miembro de la Cámara de Representantes por varios periodos y senador desde 2007, Sanders se ha caracterizado por su crítica severa a la concentración de riqueza de las grandes corporaciones y su influencia perniciosa en la marcha de la democracia americana.
En Iowa, las elecciones demostraron que podrían polarizarse entre Bernie Sanders y Donald Trump. En New Hampshire, ambos aparecieron como los verdaderos rivales de la campaña con sus respectivos triunfos.
Sanders pudo jactarse de que con sus victorias "enviaba un profundo mensaje al establishment político y económico y, de paso, al establishment de los medios de comunicación".
La mayoría de los latinoamericanos observamos con cierto asombro la forma en que el populismo ha encandilado al electorado estadounidense, pero si alguien debe estar mas desesperado que asombrado debe ser aquel intelectual orgánico que siempre se puso al servicio de la embajada norteamericana para atacar al populismo latinoamericano.
¿Qué nos dirán ahora todos lo que denostaron de manera implacable contra Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Evo Morales, etc.?
Peor panorama ofrece la irradiación europea, donde han crecido por todas partes como si fueran hongos los partidos populistas haciendo sonar la alarma con Syriza y Amanecer Dorado en Grecia, Podemos en España, el Partido de la Libertad de Austria, el movimiento Cinco Estrellas en Italia, entre muchos otros.
La coyuntura me recuerda a los años posteriores a la disolución de la Unión Soviética, que casualmente me encontraron viviendo la Argentina de Carlos Menem. Sólo habían pasado tres o cuatro años desde que se había derribado el muro de Berlin, pero leyendo la prensa daba la sensación de que eso había sucedido varios siglos atrás.
Lo que más que resultaba curioso era la forma en que los medios del establishment elogiaban a Menem fuera de Argentina, dado que yo tenía a la vista un sinfín de iniquidades que en ese momento sucedían en ese país, pero que no existían en la “realidad” de las corporaciones mediáticas, que parecían inspiradas en el estado corporativo.
Tal vez sea una vana ilusión, pero me imagino a un Estados Unidos gobernado por un populista al estilo de Hugo Chávez en un futuro no muy lejano, y pienso en las dificultades que tendrán para satanizarlo aquellos que siempre cuidaron la imagen tan sobria de ese país en Latinoamérica.
Y reconozco que ante esas perspectivas, como pocas veces, me estoy divirtiendo locamente con discursos políticos en inglés.
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