El hedor que acompaña a la corrupción política es tan fétido que basta con que alguien hable de algo relacionado con ella para que, de inmediato, todo el mundo pegue la oreja, el bolígrafo, la tableta o el “ordenata” y se ocupe del asunto.
Parece que existe la esperanza de que, venteando los casos de corrupción y aireando los nombres de los implicados, mengüen los primeros y desaparezcan de la vida política nacional los segundos para beneficio de todos.
Es posible que, aunque de ayer mismo, la noticia que se olfatea ahora no sea la última, porque la corrupción hiede y salpica a cada momento. Pero la de ahora, que ha aparecido en Galicia en torno a la llamada “Operación Pulpo”, resulta de una importancia capital. Y no sólo, aunque también, porque pueda unirse por entidad y méritos, o deméritos, a las conocidas: Gürtell, Eres en Andalucía, Púnica, Campeón, Catalana…
Ocurre, además, que está implicado en ella nada más y nada menos que uno de los 32 miembros de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE: el Expresidente de la Diputación de Lugo, Secretario General de los Socialistas Gallegos y candidato (dimitido) a la Xunta Galega, Gómez Besteiro, al que en el juzgado de Instrucción número 1 de Lugo se investiga «como presunto autor de los delitos de cohecho, tráfico de influencias, prevaricación, fraude a las administraciones públicas, fraude de subvenciones y delito continuado de malversación de caudales públicos».
A ello hay que añadir, de ahí la relevancia del caso, que en la actualidad, con un Gobierno en Funciones tras los resultados de las Elecciones Generales, el PSOE está buscando apoyos para volver a intentar la investidura del ya rechazado Pedro Sánchez, que fue en tándem con Albert Rivera usando los votos de los diputados del PSOE y de Ciudadanos; y que necesita el soporte de otras fuerzas políticas, posiblemente reticentes a prestar ayuda si alrededor de la investidura y de los partidos que la apoyan hay algo que huela a corrupción.
Una corrupción que, al margen de los casos conocidos, ha sido detectada y denunciada por el Presidente del Gobierno en funciones al entender que es corrupción lo que hizo Sánchez cuando puso su intento de investidura «al servicio de su supervivencia», cometiendo, según él, «un fraude, un engaño y una farsa», por aceptar la designación del Rey sabiéndose sin apoyos para lograr la investidura y propiciando lo que se convertiría en una carísima pérdida de tiempo.
Al respecto, el acusado Sánchez aún no ha dicho si, tras la ronda de consultas previas a ser nombrado candidato a la investidura, él le comunicó al Rey la situación en que se encontraba para poder formar gobierno. Y es importante, porque pudo comprometer o haber engañado al Rey. En su defecto, ha optado por afirmar que había dos opciones: Renunciar a la investidura por falta de apoyos, como hizo Rajoy. O intentarla sabiendo que no iba a conseguirla. Y, para justificar su pretensión como correcta, se aferra a que con ella se superaba lo que él entiende como bloqueo de una situación que atribuye a un comportamiento de Rajoy que censura y descalifica con más resentimiento e inquina que precisión y juicio.
Es cierto que existen las dos opciones y que las decisiones de Rajoy y Sánchez admiten controversia. Lo que no es tan cierto es que el bloqueo que cita Sánchez sea tal, ya que hay otras posibilidades de despeje de la situación, Ni que sea imprescindible que él encarne la figura de “Salva-patrias” del estado democrático que es España, habiendo como hay otros 349 diputados que podrían haber intentado una investidura tan improbable como la que él forzó, amén de los millones de españoles a los que el Jefe del Estado podría haber encomendado intentar la investidura si la situación lo hubiera aconsejado.
Por lo anterior, sin enjuiciar las actuaciones de Gómez Besteiro, que serán juzgadas por quien corresponda, sí parece oportuno fijar algunos conceptos que hay en torno a la corrupción, para saber si, como anunciaba Rajoy, Pedro Sánchez tiene algo que ver con ella y si ha arrastrado a un Albert Rivera que, de estar en la situación que define Rajoy, puede haber accedido, ascendido o descendido, a la condición de acompañante, cómplice o compinche.
Olvidémonos, pues, de ideas previas, retiremos de la mente los casos de corrupción que conocemos, apartemos de la actualidad a corruptores y corruptos, echemos mano del diccionario y, “corta y pega”, cortemos y peguemos:
“Corrupción” es la «acción y efecto de corromper o corromperse. Alteración o vicio en un libro o escrito. Vicio o abuso introducido en las cosas no materiales. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquéllas en provecho económico o de otra índole de sus gestores»
“Corruptor”, es «el que corrompe».
“Corromper” significa «alterar y trastocar la forma de algo. Echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo. Sobornar a alguien con dádiva o de otra manera. Pervertir a alguien. Hacer que algo se deteriore. Incomodar, fastidiar, irritar. Oler mal».
“corrupto” es el «que se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar. Dañado, perverso, torcido»
A la vista de los conceptos, si comparamos la actuación de Pedro Sánchez, yendo a una investidura no probable, con lo que define el diccionario de la Lengua Española, podemos estar en situación de entender el sentido de la frase de Rajoy cuando se refería al proceder usado en la investidura fallida: En “una organización pública (El Congreso de los Diputados), (Pedro Sánchez) puso en práctica la utilización de los medios de aquélla (medios materiales, personal y Reglamento del Congreso) en provecho económico o de otra índole de su gestor (él mismo, buscando, según Rajoy, «su supervivencia»).
Algo parecido ocurrirá si, a la vista de lo hecho por Albert Rivera, al que Rajoy no mencionó, repasamos el concepto “corrupto”: «que se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar. Dañado, perverso, torcido»
Con lo anterior presente, es más que posible que lo apuntado por Rajoy sea preocupante y que lo deducido de lo dicho vincule al tándem Pedro Sánchez-Albert Rivera y el pacto que han formado a la corrupción política y lo que hay alrededor.
Dada la situación, si sus comportamientos pueden ser tildados de proximidad a la corrupción, quizá sea inexcusable que, por pureza y limpieza democrática, ambos cedan protagonismo y eviten las contaminaciones que sus presencias suponen para el futuro.
A más abundamiento, en esta situación, con el Gobierno en funciones y el Jefe del Estado al margen de la contienda política, tampoco es necesario comprometer al Rey en los lances en que ellos sean protagonistas con un proceder que algunos comentaristas han tildado de “borboneo del pasado”, una forma de actuar que no es otra cosa que ofrecer la investidura a actores y candidatos que, como Sánchez y Rivera, pueden hacer lo que ha definido Rajoy.
Y esto, porque «El Jefe del Estado ya no está obligado a proponer a un candidato si no se arma una alianza de investidura», como opinaba el catedrático de Derecho Constitucional, exdiputado socialista y Letrado de las Cortes López Garrido el martes pasado en un artículo que publicó El País.
La solución y continuidad, seguía matizando el catedrático socialista, se producirá cuando «una mayoría de investidura se forje, y se comunique a través del presidente del Congreso. En ese supuesto, el Rey, tras el preceptivo turno de consultas, debería proponer un candidato o candidata para su investidura por el Congreso. En su defecto, habría que ir a elecciones, sin necesidad de que el Rey haga ninguna otra propuesta, ni la impulse, ni la promueva».
Por ello, porque Sánchez y Rivera, aunque jóvenes líderes de sus formaciones políticas, son sólo dos personas menos importantes que el resto de la comunidad y el futuro nacional, quizá fuera bueno replantearse el tema de la corrupción política en torno al tándem Pedro Sánchez-Albert Rivera que busca una investidura hoy incierta.
Y ver si es bueno para España que ambos, solos o en compañía, participen en los intentos de lograrla.
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