Performance - Otto Muehl
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Cuando dentro de la élite del arte hay quienes se recluyen en fiestas e inauguraciones, entre brindis con cava y conversaciones superficiales, entre empresarios y críticos de arte, es justo ahí cuando se produce el culto al chismorreo, la cantinela que podría seducir al artista si quisiera para inmolarse en medio de esos corrales privados. ¿Inmolarse quién? ¿de qué cojones se está hablando aquí? Aquí se está hablando del artista y de aquél aburguesado/a que asiste a cada evento cultural para defender una apariencia que se ha curtido a base de una profesionalidad y una visión crítica de las modas en el arte. Y entonces ¿Cuál es la razón para ponerse trascendentes?
La trascendencia en los quehaceres de la vida nos la empiezan a dar con 8 meses de vida, entonces nadie se atreve a decir: ¡Niño! Pisa, machaca las hierbecillas y los pobres que están a tus pies y camina! Lo demás no importa. El egoísmo que nos empuja a competir unos con otros en medio de bosques de cemento y ríos de petróleo, de salas de arte y galerías independientes, de terremotos financieros y soluciones. Lo único que se nos ocurre decir es que un trazo falla o que el contraste de luz es intenso. En el mundo hay 200 especies que desaparecen cada día y nos detenemos a pensar en si un trazo falla. Existe una estupicidad innata en el ser humano que es el culto al necio, o el necio culto. Alguien dijo una vez algo sobre un buque de necios y sí, vamos a bordo de él arrollando especies.
Pero ahí está la figura del artista trabajador dependiendo de las buenas críticas, de buenos profesionales que le den el visto bueno a su obra, siendo lo que los demás esperan de él, influído por personas con influencias antidemocráticas. A este le aconsejaría que se inmole en cada uno de sus éxitos, acción que vemos día tras día en algunos nocticiarios televisivos. Le aconsejaría que lo hiciera por ejemplo en medio de inauguraciones que es donde se consigue más "caché". Le aconsejaría que sustituya la obra de arte por una gran inmolación donde la sangre salpique a todos los tripulantes de este barco para que se alteren mientras andan buscando sus pañuelos de seda, quizá alguno esté tan desesperado que use un klínex, no sabemos qué más podría ocurrir allí dentro de nuestras locuras pero nos lo podríamos inventar. Quizá el gafapasta rompa sus gafas mientras la señora de los tacones arroja su calzado al señor de la mariconera, que ha entrado de gorra. El seguridad quizá empiece a dar porrazos a todo lo que se mueve liberando en cada golpe su espíritu antidisturbio. El comisario quizá de pronto se torne esquizoide y pierda el interés de hablar con todos sus contactos, incluso es posible que apague su móvil por un tiempo prolongado. Quizá el director del museo baje a la sala de inauguraciones y de pronto exclame: ¡Habéis malinterpretado la obra del artista panda de insolentes! y ante tal desmadre y con un arrebato de ira porque los demás se están apoderando de su facultad y poder para construir nuevos símbolos sociales podría suceder que sacara su antifranquista Beretta 92 y se liara a tiros con este nuevo "Movimiento Anti-Simbólico contra la Cordura Pre-Establecida" que sin querer habían fundado la panda del chismorreo.
Divagar en un artículo como este es sencillo, adaptarte a lo que se espera es lo difícil. Sobre lo sencillo que es divagar en el arte sabe mucho el accionismo vienés en sus célebres performances donde divagaron acompañados del dolor y la autodestrucción pública para que los gafitas de la época se recolocaran sus lentes y ver mejor la sangre o para que señoras con tacones se acercaran espectantes a lo visceral y denigrante.
Stuart Brisley revolcándose en una mesa llena de alimentos podridos, Sterlac cosiéndose los labios y los párpados, Chris Burden disparándose en público y crucificándose en un Volkswagen, Gina Pane masticando cristales, Marina Abramovic rajada por el público... el accionismo vienés, y en especial Otto Muehl, produjo decenas de performances cuyo trasfondo era destruir la élite burguesa y la propiedad privada del cuerpo a través de visceras, carne podrida y sangre. Buscando alejar a los críticos y la élite del arte, hablando de un arte in-humano, salvaje y destruccionista para liberalizar el cuerpo de los convenios sociales y del chismorreo de los cultos. Su gran error, no inmolarse. No hay nada más inconstruíble y repulsivo para el arte que un artista esparcido a cachos en la impecable sala de un museo,
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