Los papeles de Panamá, como manifestación de la deriva actual del sistema capitalista son una constatación contundente, una más, del acierto del pensamiento epistemológico marxista, al menos en dos de sus más conocidas tesis: el materialismo histórico, como elemento fundamental para explicar la historia de la humanidad, y la lucha de clases, como motor impulsor de los cambios sociales dentro de una sociedad que vive en el permanente conflicto de intereses entre ricos y pobres, entre el capital y el trabajo.
Lo que se ha dado en llamar “crisis” y que no es otra cosa que un golpe de mano de las oligarquías transnacionles contra el conjunto de la población asalariada, asalariable o, en último extremo, prescindible, ha servido para hacer a los ricos más ricos y poderosos, a los pobres más pobres, inanes e inermes. Ha servido para inmolar a los estados nación en beneficio del capitalismo global, aniquilando la democracia de los que sus propios victimarios aún se siguen arrogando un papel crucial en su defensa. Y todo, acreditando punto por punto la teoría marxista, a la que, sin embargo, los llamados partidos liberales aún se atreven a demonizar sin el menor sonrojo.
Que la propiedad de los bienes de producción, en manos de unos pocos, deriva de la expropiación de esos mismos recursos a la mayoría de la población es algo que ya nadie, en su sano juicio, puede negar. Que el trabajo asalariado también supone la expropiación a los trabajadores de la parte que legítimamente le correspondería del valor generado por ese trabajo, tampoco puede negarse. Pues, con todo y con eso, la “crisis” ha supuesto el empobrecimiento, a niveles infrahumanos, de la mayoría de la población mundial y el mayor enriquecimiento de las élites. Todo el dinero que las oligarquías han dilapidado por malas prácticas o, lisa y llanamente, por el prurito expropiatorio que les caracteriza, lo han tenido que reponer los trabajadores asalariados, a través de impuestos, recortes salariales, recortes en las prestaciones sociales, en sanidad y educación; por no hablar de la tragedia humana a la que estamos asistiendo, esa que ha convertido el mar Mediterráneo en la mayor morgue de cadáveres de seres humanos libres, inocentes y perfectamente sanos que jamás se ha conocido en la Historia.
Los papeles de Panamá aportan datos concretos, con cantidades de dinero, nombres y apellidos, de quiénes son los expropiadores, los expoliadores, de los recursos que deberían ser de todos. Nos quitan el salario, el trabajo, la sanidad, la soberanía popular, el estado fiscal, ingentes sumas contributivas y, aún, tenemos que pagarles sus desmanes. Y, lo que es peor, todavía hay gente que les vota. Como mínimo, a todos estos defraudadores y expoliadores del erario habría que prohibirles circular con sus lustrosos autos por las carreteras que hemos pagado entre todos los contribuyentes, con el escaso salario con el que nos han querido retribuir por el trabajo que no han hecho ellos, sino nosotros, pero que a ellos les ha hecho milimillonarios.
Deberíamos plantearnos seriamente la conveniencia de implantar una rigurosa y férrea dictadura del proletariado. Y, luego, ya veríamos.
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