Estamos hechos para vivir en sociedad. Desde que nacemos necesitamos el concurso de un entorno adecuado para desarrollarnos como personas. Este entorno se ha ido ampliando cada vez más. Hay un entramado de relaciones desde la familia, célula básica, hasta la totalidad de un mundo globalizado. Ya no hay compartimentos estancos en los que podamos vivir ignorando al resto del mundo. El mundo entero es nuestra casa.
Cuando nos vemos zarandeados por una crisis mundial, nos sentimos en peligro y nos preguntamos si aguantará este enorme y complejo edificio en el que vivimos o si se caerá sobre nuestras cabezas obligándonos a retroceder a otros tiempos, si hemos edificado sobre roca o sobre arenas movedizas.
Si nos fijamos en la familia podemos comprobar que es cada vez más frágil y se rompe con demasiada frecuencia, incluso se facilita su escasa consistencia. La unión conyugal ha dejado de ser un compromiso serio de fidelidad y permanencia para tener un carácter transitorio y cambiante. La convivencia familiar, como espacio privilegiado en la que todos sus miembros son aceptados, amados y educados, va desapareciendo sustituida por una problemática proximidad de egoísmos individuales. Una gran parte de las familias actuales no están edificadas sobre roca sino sobre arena y las señales de su hundimiento están a la vista, salvo que nos empeñemos en mirar para otro lado.
La educación tampoco está cimentada en la roca firme de unos valores permanentes en los educadores y en los educandos como la honestidad, el esfuerzo, el mérito, la dedicación o la seriedad. Por el contrario, desde el nivel básico, se impone el mínimo esfuerzo y hasta se pasa de curso sin aprobar todas las asignaturas. La colaboración padres-profesores es prácticamente nula pero se impone una asignatura de adoctrinamiento inaceptable.
En la enseñanza superior no andan mejor las cosas. Nuestras universidades no parecen estar catalogadas entre las mejores, ni nuestros títulos entre los mejor valorados. Los profesores se quejan del escaso nivel de los que acceden a los estudios universitarios y los que acaban las carreras son pocos. Seguramente hemos levantado muchas universidades, pero no sobre la roca firme del saber sino sobre la arena movediza de las apetencias políticas.
Nuestra organización política local, autonómica y estatal ha demostrado sus fallos clamorosos con el desmantelamiento del Estado por parte de las autonomías, el apetito insaciable de los nacionalismos, la rampante corrupción, el escaso control estatal para que pueda funcionar una economía en libertad, la cuestionable independencia judicial y el déficit democrático de reducir el papel de la sociedad civil a votar cada cuatro años, mientras que poderosos grupos económicos influyen sobre los Gobiernos mucho más que los ciudadanos. No está nuestra política cimentada sobre la roca de los valores permanentes, sino sobre la arena movediza de cambiantes mayorías, que se arrogan con descaro el derecho a decidir sobre el bien y el mal.
Otra estructura de la casa en que vivimos es la Comunidad Europea, cada vez más burocratizada y más alejada del pensamiento y los valores de los políticos que la iniciaron. La constitución europea que redactó Giscard y que, por ahora, no ha sido aprobada ya puso de manifiesto que se quería seguir construyendo Europa no sobre la roca de los valores de sus propias raíces, sino sobre la arena de los derechos emergentes que pretenden sustituirlos.
A nivel mundial seguimos manteniendo la ruinosa estructura de la ONU, que no sé muy bien para lo que sirve. Es una organización en la que los países que la componen, todo el mundo, no comparten realmente ningunos valores comunes. Es incapaz de mantener un orden mundial, sometida a los vetos e intereses de los grandes. Siguen existiendo en el mundo guerras presentes en los medios u olvidadas y poblaciones hambrientas y tiranizadas por sus gobernantes, tráfico de armas, de drogas, de esclavos o de mujeres. Pero al dictado de poderosas minorías ha puesto en marcha una serie de Conferencias internacionales para controlar el crecimiento de la población, liberalizar el aborto, incitar a la sexualidad irresponsable y a la legalización de todas sus formas o propagar el miedo al cambio climático. ¿Sobre qué está construida la ONU?
Qué podemos hacer? Propongo, para empezar, que cada cual revise su propia vida y vea si la está construyendo sobre la roca firme de valores permanentes o sobre la arena movediza del consumismo, el hedonismo, el relativismo y el mínimo esfuerzo.
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