Decía Bonaparte que la independencia, como el honor, es una isla rocosa sin playas, algo que hace imposible que pueda sostenerse desde posiciones poco honorables como las que han caracterizado siempre a los separatistas rentados del Sahara Occidental.
Ante el contexto favorable de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, este grupo había surgido ofreciendo a los incautos una pancarta izquierdista a precio muy barato, y para buena parte de la juventud española de la década de 1970 ocupó el lugar de la revolución cubana en el imaginario de las utopías. Según Goytisolo, no fueron pocos los que reemplazaron el poster del Che Guevara por uno del Frente Polisario.
Fue en esa etapa histórica que el problema del Sahara se convirtió en el arma arrojadiza contra el gobierno de turno en España, cuyo poder de fuego iría disminuyendo con el transcurso de los años con el lógico desgaste de todo discurso impuesto sin mayor argumento que la unanimidad.
Poco importaban los ataques que el Polisario perpetraba contra operarios mineros y pesqueros de nacionalidad española, así como poco importaba a los gobiernos españoles la suerte de sus conciudadanos a la hora de decidir su voto en las Naciones Unidas. La causa del Sahara Occidental era españolísima, tan española como los intereses que habían delimitado sus fronteras, en tiempos en que el colonialismo español lo dibujó en el mapa para administrar Marruecos.
En honor a la verdad, si aquellas fronteras dibujadas por las potencias colonialistas europeas fueran intangibles, hoy el reino de Marruecos debería estar dividido en varios países libres, uno en Tánger y otros en el Rif, en Sidi Ifni, en Tarfaya y en el Sahara. Del mismo modo, en Sudamérica Paraguay, Uruguay y Bolivia deberían ser anexados por Argentina, pues todos constituían el virreinato del Rio de la Plata cuando los españoles fueron desalojados del poder.
Curiosamente, quienes hoy dicen luchar contra el colonialismo, son inspirados y sufragados por Argelia para defender la intangibilidad de las fronteras trazadas por el colonialismo, en tanto la señalada como una “monarquía feudal” por sus adversarios (Marruecos) es la que defiende la reconstitución de un estado histórico soberano desmembrado por la intervención del criminal colonialismo europeo.
Demás está decir que aunque no tengan un rey, estos renegados de su propia identidad nacional están lejos de albergar un espíritu republicano, dado que viven humillados en carpas ante un dictadorzuelo vitalicio, instalado en un pedazo del desierto gentilmente cedido por la también dictadura de Argelia.
Hace ya décadas el hoy Premio Cervantes de Literatura español Juan Goytisolo había esclarecido que en esos campamentos, que las crónicas testimoniales describen como el infierno en la tierra, abundan tuaregs, erguibats y chaambas nacidos en territorio argelino, de los cuales su estado natal se ha desentendido abandonándolos allí a su suerte.
El papel de la ONU y las ONG intermediaria no es menos indigno en esta cuestión, un informe de la agencia de la Comisión Europea que lucha contra el fraude (OLAF), relata minuciosamente como la ayuda humanitaria acabó, en parte, siendo vendida en mercados de Argelia, Mauritania o Mali.
Por si todo fuera poco, el informe de OLAF para la Unión Europea detectó además que las cifras de mal llamados refugiados que envía Argelia son infladas para recibir más de lo necesario. Argelia informó que existirían unos 155.000 refugiados, en tanto investigadores europeos demostraron que sólo había 91.000.
Muchos años antes, la Cruz Roja española había documentado que 385.000 euros entregados a la Media Luna Roja Saharaui para la compra de camellos no habían sido utilizados para ese fin.
Si a todo ello sumamos el total descrédito de la ONU para llevar una solución a todo ese drama, y la forma humillante en que sus funcionarios tuvieron que abandonar Marruecos, literalmente echados a patadas por la furia popular, queda muy poco margen de especulación para dudar de la profecía del Rey Mohammed VI.
Evidentemente, el Sahara Occidental seguirá siendo marroquí hasta el fin de los tiempos.
|