La gota que colmó el vaso de la paciencia de Amadeo de Saboya fue la insoportable presión que los conservadores contrarios a la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, plasmada en el proyecto de ley que el presidente del gobierno, Ruiz Zorrilla, con el apoyo de Castelar y Pi Margall, llevó al Parlamento el 7 de febrero de 1873. La ley fue aprobada y Amadeo la ratificó. Cuatro días después, el 11 de febrero, Amadeo abdicó y huyó de España como alma que lleva al diablo. Ese es el hecho histórico irrefutable que nos lleva al corolario: Amadeo de Saboya abdicó porque estaba hasta el gorro de los conservadores españoles, más concretamente, de los esclavistas.
Pero no fue hasta 1880 cuando se acabó de abolir la esclavitud en tierras gobernadas por la Corona de España, en Cuba, donde se liberaron a casi medio millón de esclavos; y luego los casposos patriotas nacional-católicos se preguntan por qué se perdió la guerra de Cuba. Ay, señor de los espacios infinitos…
Pero quien se piense que la abolición de la esclavitud (en España, consumada entre los años 1837 –en la metrópoli- y 1880 –en Cuba-) acabó con la subordinación esclava de cientos de miles de trabajadores a los terratenientes, nobles, hijosdalgo o propietarios ociosos, está muy equivocado. Únicamente, se modificaron los significantes: al esclavo se le pasó a llamar “bien semoviente”, como al ganado. En el registro de la propiedad, en la Hacienda Pública, existen, aún hoy, tres tipos de bienes: muebles (capitales y activos financieros), inmuebles (viviendas, fincas y otras propiedades de la misma naturaleza) y bienes semovientes (el ganado).
Pues, aunque a más de uno le parezca algo increíble, muchas de nuestras conciudadanas y conciudadanos, hasta muy avanzada la década de los cincuenta del pasado siglo XX, eran considerados bienes semovientes de su señor; salvedad hecha del periodo republicano que acabó como acabó.
Pero es que ahí no queda la cosa. Toda vez que a mediados de los años sesenta del siglo XX se determina que los siervos semovientes, además de la manutención, han de recibir un salario, la cuantía de esos salarios se deja al albur de lo que determinen los amos. Y hasta hoy, o casi, porque parece que ya entrado el siglo XXI, se empieza a considerar que es de justicia establecer un estatuto para las empleadas de hogar. Y en esas estamos.
La revolución de los trabajadores, sistemáticamente abortada a sangre y fuego por sus amos, no es otra cosa que el vano intento de los trabajadores por salir de la esclavitud y convertirse en hombres/mujeres libres. Para sus amos, en cambio, la revolución es un acto terrorista que ataca frontalmente la democracia y que hay que eliminar de raíz, que la mano de obra no es propiedad sino servidumbre, y no es el siervo el que ha de decidir el valor de su trabajo, que para eso está el empresario. Y en esas estamos.
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