Carlos Fonseca (Madrid, 1959) es periodista y escritor. El éxito de su libro ‘Trece rosas rojas’, llevado al cine por el director Emilio Martínez-Lázaro, le convirtió en narrador de los horrores de la Guerra Civil a través de los pequeños protagonistas, de los sin nombre, de los que la sufrieron. ‘Garrote vil para dos inocentes’, ‘Rosario Diamitera’ y ‘Negociar con ETA’ completan su carrera literaria. Ahora presenta ‘Tiempo de memoria’, la historia de José Rico Martín, un joven salmantino alistado voluntariamente en el ejército de África, que tramó un atentado contra el general Franco en las primeras horas del levantamiento militar del 18 de julio de 1936, que desembocaría en la Guerra Civil y el final de la II República Española.
Carlos Fonseca.
Herme Cerezo / SIGLO XXI
Después de publicar ’13 rosas rojas’ y ‘Rosario la Dinamitera’, ¿te has especializado en temas sobre la Guerra Civil?
No quiero, lo que ocurre es que descubrí también esta otra historia y, como era tan estupenda, pues costaba trabajo dejarla pasar. Pero mi intención no es encasillarme como recuperador de historias de la Guerra Civil. En mi próxima novela voy a cambiar por completo de palo y haré algo completamente de ficción. De hecho, así como mis anteriores novelas eran pura transcripción de la realidad en datos y nombres, ‘Tiempo de memoria’ significa un pequeño saltito hacia la ficción ya que me he permitido tomar ciertas licencias.
¿También caerá dentro de la recreación histórica ese próximo título?
No, será ficción pura. Mi idea es romper con esto, pero si mañana alguien me contase otra historia interesante, pues la escribiría también.
‘Tiempo de memoria’ es el título de tu novela, ¿vivimos tiempos para recuperar la memoria o para enterrarla?
No, no, para recuperarla. Enterrada ha estado mucho tiempo y ahora hay esta polémica, absurda desde mi punto de vista, de que hablar de estos temas es reabrir heridas del pasado. Yo creo que eso no tiene ningún sentido. Hemos conocido la versión de los vencedores durante muchos años y hay un montón de historias que no se han podido contar, que son las de los vencidos. Es tiempo de memoria, pero no con ánimo de revancha, sino de narrar los hechos tomando como protagonistas a quienes perdieron la Guerra.
A la entrada del Parlamento inglés hay una estatua ecuestre de Ricardo Corazón de León, separada unos cien metros de la de Cronwell, el único líder político inglés que le cortó la cabeza a un rey, Carlos I, e instauró la república en Inglaterra. Allí esta convivencia es algo normal, ¿crees que en España alguna vez podremos tomarnos las cosas con tanta naturalidad?
Yo quiero pensar que sí. De hecho, por un lado, tenemos a los vencidos que, o hablamos con ellos ya, o perderemos sus testimonios a causa de su edad, y por otro, hay unas generaciones jóvenes a las que la Guerra Civil les suena a "batallitas del abuelo". Nos movemos entre ambos extremos. Creo que la que arman más bulla, aunque no sé por qué, sobre este tema es la derecha de este país. Ella es la que pone el grito en el cielo. Desde luego en todas las personas con las que he hablado para escribir ‘Tiempo de memoria’ no he encontrado el menor ánimo de revancha, únicamente el deseo de contar su historia.
‘Tiempo de memoria’ por su estructura, parece más un libro de historia que una novela, incluso se reproducen documentos reales.
Se reproducen algunos documentos reales, porque la novela arranca con una carta en la que comunican a los padres del protagonista, José Rico Martín, que ha sido fusilado pero no le explican por qué. Sólo les dicen que, influenciado por las radios rojas, se había metido en unos líos tremendos. Esa carta genera una carga dramática total, que invita a indagar qué hay detrás de ella. Sus propios hermanos sólo hace tres o cuatro años que se enteraron del motivo del fusilamiento, gracias a un historiador ceutí que fue quien lo descubrió todo.
¿Cómo te tropezaste con José Rico Martín?
A través de Internet. Un día buscando otras cosas me encontré la reseña de un investigador que había escrito un ensayo sobre la República, la Guerra Civil y el norte de África. Había expurgado todos los expedientes militares y había encontrado unos cuantos referidos a un grupo de chicos que habían intentado matar a Franco. Le llamé por teléfono y fui a Ceuta a hablar con él. Me acompañó a visitar los escenarios donde tuvieron lugar los hechos y vi que allí había una historia estupenda que contar. Luego me fui a Monleras, el pueblo natal de José Rico Martín, para hablar con sus hermanos y otras personas mayores. Esa fue la parte de documentación que tiene la novela. A partir de ahí introduje personajes de ficción y tramé la historia.
Según ‘Tiempo de memoria’, en julio de 1936 la vida de los militares en el norte de África era poco atractiva, ¿era así en realidad?
Cuartel, taberna y putas eso era todo lo que había en Ceuta, nada más. La ciudad, que era pequeña, tenía una guarnición de unos veintiocho mil hombres, la parte más preparada del ejército español. La gente vivía en los arrabales, el resto eran cuarteles, que hoy aún existen aunque están abandonados. La prostitución era un negocio floreciente. Muchas prostitutas se trasladaban desde la Península porque había mucho soldado que atender. La verdad es que me fue de gran utilidad entrevistarme con el cronista de la ciudad, que me contó cómo era Ceuta a principios de siglo XX. También me ayudaron un teniente coronel y un sargento de regulares, este último, un enamorado de la Historia, me encontró los expedientes militares de José Rico y sus compañeros. El resto fue lectura de libros sobre el tema para cerrar la documentación.
Nunca he podido entender cómo, siendo Franco un militar considerado peligroso para la República, el gobierno lo envió a la zona donde estaban las tropas mejor preparadas.
También removieron a Mola, al que destinaron a Pamplona, a Franco lo enviaron a Canarias y en África dejaron a Yagüe. Posiblemente, el gobierno en caso del ejército del norte de África pudo haber hecho alguna cosa más para evitar lo que vino después.
El plan de José Rico y sus compañeros para asesinar a Franco era un plan puramente voluntarista.
Era muy ingenuo. Fíjate que el golpe en Ceuta estalla casi en la media noche del 18 y que les dijeron que aquel mismo día Franco estaría en Ceuta. El complot lo prepararon también el día 18, porque no podía ser de otra manera. Era descabellado, pero no tanto porque era muy simple: cuando Franco entrase en el cuartel, José Rico le pegaría un tiro y el resto de los implicados reduciría a los restantes militares. A mí todavía me parecía mucho más fantasioso lo que vendría después: salir a los otros cuarteles, decirles que habían matado a Franco y convencerles para que se les uniesen.
La vida de José Rico, al ser detenido, fue muy dura en la cárcel. Sin embargo, me llama mucho más la atención la marginación terrible que sufrió su familia en el pueblo.
Fíjate, Monleras, el pueblo del protagonista, es muy pequeño. Estamos hablando de la tierra de Salamanca, que no sólo estuvo en el bando nacional desde el principio de la guerra, sino que el propio Franco terminó estableciendo allí su cuartel general. Al final la noticia de la detención y fusilamiento de José Rico llegó al pueblo y, entonces, su familia pasó a ser la familia de un rojo, con un padre que tenía, además, inquietudes republicanas.
Otro punto terrorífico: las sacas de los falangistas, estar encerrado con la duda permanente de si ese día te fusilan o no, también sería durísimo.
Claro, José Martín no sabía si le iba a tocar o no. Los falangistas se llevaban a tres o cuatro cada día, con la excusa de que los iban a interrogar, y después les pegaban cuatro tiros en cualquier cuneta de la carretera. Esa fue una práctica muy habitual en toda España.
Terminamos, lo citas de pasada en tu novela, ¿las muertes de Sanjurjo y Mola fueron meros accidentes?
Dicen que sí, pero no hay ningún historiador que haya podido demostrarlo. Está más clara la muerte de Sanjurjo, mientras que la de Mola no tanto, aunque hay que tener en cuenta que cuando Mola se mató, Franco ya había sido elegido como cabeza del bando nacional. Franco, que fue el último en sumarse al golpe, tuvo la habilidad suficiente para colocarse el primero.
Para que abran boca les inserto las primeras líneas de ‘Tiempo de memoria’: "Muy Sr. mío y de mi mayor consideración. Deberes de mi cargo me obligan a cumplir esta misión, tan penosa, de dar a Vd. cuenta del fallecimiento de su querido hijo José en las circunstancias que Vd. ya conoce. Por lo que le envío mi más sentido pésame". El resto ya es cosa suya, mis improbables lectores.
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