Primera viñeta, una vista general: año 1939, Nueva York, un tipo ataviado de gángster, sombrero, pantalón y chaqueta de color rojo, se apalanca en la azotea de un edifico elevado. Observa la ciudad, piensa en silencio, aunque en la distancia escuchamos el rumor del tráfago sin onomatopeyas. No fuma, ya lo hará luego. Al fondo los rascacielos de la capital norteamericana. En una imagen, sólo en una, una puesta en situación impecable, nítida, esclarecedora. Una sugestiva introducción, una única mirada a lo que luego vamos a leer. Y todo en ella, rascacielos y color rojo, tiene su significado. Todo.
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Portada del cómic.
| La historia va de venganzas. Alguien que regresa del pasado, del pasado inmediato, inminente, todavía al alcance de la mano. Un tipo, Ben Koch de historial oscuro, que "prefiere no recordar", regresa a Nueva York para vengarse de un viejo conocido, un correligionario político. Y a ello encamina sus pasos y pesquisas. A Koch lo busca el tipo del rojo completo, aunque eso lo sabremos luego. No puedo adelantarles más argumento para no destrozarles el brillante guión escrito y planteado por Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953) en ‘Las serpientes ciegas’.
Como telón de fondo está la Guerra Civil Española, en donde los correligionarios se encuentran y donde cristalizan las divergencias entre uno y otro. Fraguarse ya lo habían hecho antes. Koch, el protagonista, es una mezcla de tipo difuso e idealista, que quiere contribuir a la lucha de clases, al derribo de la sociedad capitalista en beneficio de otro orden, comunista, más justo a priori, en teoría, sobre el papel, sin el factor humano. Curtis Rusciano es como un capitoste del partido, que dice ser conocido del camarada Stalin, un comisario político al que Koch conoce en Nueva York y con el que aprende a participar en actos políticos elementales, tales como pegadas de carteles, algo, sin embargo, particularmente peligroso en Estados Unidos, donde como todo el mundo sabe, los rojos están "rigurosamente prohibidos". En medio de los dos, el viejo Red, un idealista, pipa perenne en la boca, que vende prensa proletaria, que ahorra para realizar lo que él concibe como su sueño americano: "Tener un sitio en el que acoger a los que aún tienen fuerzas para ir de un lado a otro". A Red la revolución le ha pillado mayor, con pocas fuerzas para luchar, aunque con las suficientes para mantener un punto de vista escéptico del mundo, propio de una persona que ha vivido mucho y que, tal vez, ha visto demasiado. Sobre los tres, aparentemente aletargado, el tipo del traje y sombrero rojos que les citaba en el primer párrafo. Alguien un tanto misterioso que planea constantemente sobre ‘Las serpientes ciegas’ y que, como sabremos al final, tiene reservado un papel muy relevante en esta historia.
El guión es magnífico. Hernández Cava ha construido una historia bien trenzada, en la que las situaciones se entrelazan y las sorpresas están a la vuelta de la esquina. Los perfiles de los personajes están bien trabajados. El viejo de la pensión, Red; Curtis, que juega al idealista oficial de carné, al comisario político, a la vez seducido por las bajas pasiones; Ben Koch otro idealista, éste defraudado, que regresa para saldar cuentas pendientes; los personajes del piso de Barcelona donde Koch se aloja, el ambiente de la guerra, del frente, de la retaguardia, todo está muy bien orquestado. ‘Las serpientes ciegas’ rezuman un aroma a descreimiento, a derrota, a utopía. El guionista, que ha hecho un considerable esfuerzo por documentarse, tanto en las escenas norteamericanas como en las españolas, lo único que hace es dar fe de esa degradación moral, de ese desengaño de los personajes. El desenlace final es bueno, aunque el guionista se permite alguna licencia al estilo de las que se gasta el escritor irlandés de novela policíaca John Connolly, creador del famoso personaje Charlie Parker.
Lo que vemos en las viñetas dibujadas por Bartolomé Segui (Palma de Mallorca, 1962), sin duda se parece mucho a lo que se vivió en España durante los tristes años que van desde 1936 a 1939. En algunos instantes nos podemos acordar de la película ‘Tierra y libertad’ de Ken Loach , una ficción no tan ficción, que ya se ha convertido en todo un clásico del género de la Guerra Civil. El dibujo es más que suficiente, alcanzando notas muy brillantes en algunos instantes, aunque por toda la historieta planea un tono amarronado y rojizo, que envejece las imágenes, hecho este que no sé si es buscado o producto de la impresión. Seguí brilla mucho en los planos de conjunto, pero no alcanza tanto virtuosismo en los rostros, muchos de ellos sombreados en buena parte, lo que les confiere un aire ciertamente difuso. En algunas viñetas se aprecia las huellas, diminutas, de los colores empleados en su iluminación, lo que puede llegar a producir un falso efecto puntillista o impresionista.
En conjunto, pues, estamos ante un buen cómic, que deja satisfecho por el guión y en el que, tal vez, el dibujo podía haber rayado a mejor nivel. Pero, repito, la visión de conjunto es buena. Y creo que su lectura, porque aporta un punto de vista poco habitual aunque seguramente muy real, sobre ciertos personajes de nuestro trienio más negro de todo el siglo XX, como son los comisarios políticos, es obligada.
Cuando ya tenía finalizada este reseña, casualidad de casualidades, se lo prometo, me llega un correo de FICÓMIC, en el que se me notifica que ‘Las serpientes ciegas’ ha sido galardonada en el 27º Salón Internacional del Cómic de Barcelona con el Premio del Mejor Guión y con el de Mejor Obra de 2008. Enhorabuena, pues, para los autores. Sin dejar de lado al editor del álbum. Ojalá se agote pronto y las reediciones se sucedan una tras otra.
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‘Las serpientes ciegas’ de Cava y Seguí; Ed. Sin sentido, año 2009; año 2009. Tapa dura, color, 73 páginas, precio 16,00 euros.
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