Al parecer al dueño de la verdad y justicia en Paraguay, el empresario Aldo Zucolillo, no le basta su guerra contra los tres poderes del estado, y ha decidido abrir más frentes en medio de un delirio hitleriano.
Se hizo público días atrás que había decidido enfrentar nada más y nada menos que a la ciudadanía de la capital de la república del Paraguay, privatizando la vía pública para construir su estacionamiento particular.
Pensando con quien comparar semejante desvarío, me vino a la mente el recuerdo del dictador Venezolano Juan Vicente Gómez, quien para bañarse en la piscina que construyó en su palacio de Maracay, hizo construir un acueducto exclusivo de doscientos kilómetros para llenarla de agua. El agua era en su época un bien escaso en Venezuela, pero sobraba petróleo. Entregando los pozos a petroleras yanquis e inglesas firmando contratos leoninos, Gómez podía darse algunos pequeños lujos.
La pretensión de Zucolillo había pasado inadvertida con media sanción la cámara baja, pero en el Senado, con el cual el empresario sostiene un enconado enfrentamiento, sufrió un rotundo rechazo. Los senadores Juan Carlos Galaverna, Víctor Bogado y Miguel Abdón Saguier, tres de sus declarados adversarios, frustraron el intento empresarial de despojar a la capital paraguaya de una calle por intereses privados.
De acuerdo con las denuncias del Senado, el método utilizado para intentar comprar una calle es sólo la punta del iceberg, a partir del cual podría revelarse el andamiaje de corrupción que logró montar a través de su imperio económico.
El rechazo al proyecto de Zucolillo fue unánime, demostrando la orfandad que hoy padece en materia de representación en dicha cámara el otrora zar de los medios. Las virulentas embestidas que sufrió por parte del senador Víctor Bogado, el presidente del INDERT Justo Cárdenas y la asociación de Jueces son un signo inequívoco que su diario ABC color conoció épocas mejores.
Lejos de lograr hacer mella en Bogado, sus ataques han logrado catapultar a dicho senador a la candidatura para presidir el Congreso, humillación inédita en la historia de ABC.
Tampoco las organizaciones sociales opositoras, otrora utilizadas profusamente por Zucolillo como herramienta de propaganda al servicio de sus intereses, están dispuestas ya a seguir servilmente sus libretos. Desde sus espacios mediáticos adictos, Zucolillo realizó una fuerte campaña oponiéndose rotundamente a la condonación de deudas de campesinos. Según estos sectores sociales, lo hizo porque había comprado los pagarés a los usureros.
Zucolillo, propietario de financieras sospechadas de lavado, realizó una campaña para gravar los actos cooperativos con el lema de que “todos deben pagar impuestos”. La ambigüedad quedó descubierta cuando se opuso a que ese eslogan se aplique a los sojeros.
Por supuesto que existen acusaciones más graves contra el octogenario empresario, que ha logrado en los últimos tiempos aglutinar en contra suya a todo el espectro político del Paraguay.
El senador Víctor Bogado denunció hace poco que Zucolillo pagó sobornos a CONATEL, y documentó la maniobra a través de un informe del ente solicitado por su cámara.
El senador Juan Carlos Galaverna lo calificó en su momento de asesino, relatando en pleno senado la historia de los asesinatos en los que el empresario de la prensa se involucró a lo largo del tiempo en que ostentó un omnímodo poder mediático, construido al amparo de regímenes dictatoriales maccartistas y anti-nacionales. En sus intervenciones, Galaverna recordó reiteradamente la participación de Zucolillo en el asesinato de Celestino Valiente en Buenos Aires, en la muerte de empleados de su ferretería durante un incendio provocado para cobrar el seguro y evadir impuestos, y la participación de su cuñado Conrado Pappalardo en el atentado terrorista con bomba que costó la vida al ex canciller chileno Orlando Letelier, en el mismo barrio de las embajadas de Washington.
Cuando en las postrimerías de la dictadura de Stroessner, el ministro Carlos Antonio Ortíz Ramírez defendió una brutal represión con la frase “la calle es de la policía”, el conocido cantautor de protesta paraguayo Alberto Rodas le respondió con una canción, que decía en un fragmento de sus versos “la calle es del pueblo, señor Ministro”.
A varias décadas del fin de la dictadura militar en Paraguay, resulta decepcionante lo poco que deben cambiarse los estribillos de aquella época, y los muchos sobrevivientes de aquel Jurásico que siguen enriqueciendo la biodiversidad de la fauna empresarial paraguaya.
|