Una docena larga de títulos le saluda desde los anaqueles – autores españoles, letra c –, cuando entra en cualquier librería. A lo largo de sus casi veinticinco años de experiencia literaria, ha configurado un mundo real, propio, imaginario. Los personajes se asoman a sus novelas con voces y criterios personales. Sus escenarios andan lejos, muy lejos de las grandes urbes, si exceptuamos París, un territorio que le seduce particularmente. Londres, Nueva York, Tokio, Moscú o Buenos Aires no son sus referencias. Lo son otras tierras, próximas o lejanas, según se mire, a la ciudad donde trabaja, suelos montañosos, agrestes y escarpados, a veces sin tiempo ni edad, inventados y reales, por los que durante unos años anduvieron los maquis y se desbordaron en riada las aguas del Turia, que ahora llega a Valencia tan muerto que su cauce ha tenido que pluriemplearse en otros menesteres. Les hablo de Alfons Cervera (Gestalgar. La Serranía. Valencia, 1947), prosista en lengua castellana y también, si esa voz interior que albergan los escritores se lo demanda, en lengua catalana. Desde el pasado mes de abril, Cervera tiene nuevo título en el mercado: ‘Esas vidas’, un libro que rompe dos años de un silencio forzoso, que narra la vida a través de la muerte de su madre. La novela ha sido muy bien acogida por la crítica literaria más exigente del pentágono peninsular. De ella y otras cosas, anduvimos charlando el otro día, tras los muros, espesos, ancestrales, sólidos, de la entrañable Universidad Vieja de la ciudad de Valencia, mientras los tejados soportaban, derrotados, los inclementes rayos del sol de media tarde.
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Alfons Cervera.
| "Cervera es uno de esos grandes narradores de la España actual que viven difuminados lejos de la algazara televisiva y del circo de las tertulias radiofónicas -tan propensas ellas a consagrar a personajes de un día-..." (Manuel Talens. El País 6 de mayo de 1997)
Herme Cerezo / SIGLO XXI
Alfons, como escritor, eres una voz escondida.
Sí, pero yo estoy muy a gusto así, gozo de una libertad que nadie se imagina. Prefiero este éxito y que la gente y la crítica me traten bien. En buena medida, eso lo debo a la editorial en la que publico desde hace veinte años. Los escritores de otros sellos entran en una vorágine, una espiral de producción que no se puede soportar.
Sí, pero tú ya tienes en la calle doce libros de narrativa, dos de artículos y uno de poesía y te mantienes igual: a la sombra.
Eso hay que matizarlo. Cuando hablan de escondido se refieren al mercado, a la imagen, a las ventas, porque en el mundillo literario todo el mundo sabe quien soy. Y escritores más conocidos que yo no venden mucho más. Mis tiradas no son muy diferentes de las suyas. A mí esta situación me satisface, incluso me provoca un cierto orgullo y me genera un respeto entre los lectores que, a fin de cuentas, es lo que hay que buscar.
¿Tu éxito es el triunfo del boca a oreja?
En primer lugar, destaca el boca a oreja del público, que te lee y hace correr la voz; en segundo, Internet, que ahora también desempeña un papel muy importante y, por último, está lo que podríamos llamar el aparataje crítico. Difruto de buenas críticas, incluso dentro del sector duro. Lo que pierdo en cuota de mercado lo gano en libertad y respeto.
Volviendo a los escritores que publican mucho, los de la vorágine, tanta producción en poco tiempo es, al menos, para ponerse en guardia, ¿no?
Cuando un escritor, severo consigo mismo y riguroso con su trabajo, tiene un golpe de éxito, ha de poseer una contención casi inhumana para no caer en esas redes. Entiendo que la gente quiera aprovechar los buenos momentos de crítica y público y que las editoriales, apurando el tirón, empujen para que repita éxito. Pero algún escritor ha llegado a publicar tres novelas en dos años, algo que no me parece tolerable. Afortunadamente, hay de todo. Luis Landero, por ejemplo, pudo explotar el éxito de ‘Juegos de la edad tardía’ y, sin embargo, ha dosificado mucho su presencia en la edición.
Si un lector coge un libro tuyo, sin título, sin tapas, y comienza a leer, identifica fácilmente tu estilo. Después de tanto tiempo, ¿cómo consigues mantener ese tono narrativo intrínsecamente tuyo novela, tras novela?
Creo que más que por una voz, yo apuesto por la modestia del narrador al enfrentarse al punto de vista, que se construye con todo lo que va apareciendo en la novela. Ante la inseguridad de que una voz dominase todo el relato, siempre puse en práctica eso que se llama democratización del punto de vista: que mis novelas contengan muchas voces, pero cada una de ellas con un punto de vista propio. Y así, entre todas, van completando ese paisaje moral que es el punto de vista global de la novela. Es una voz que reúne a todas las demás o todas las demás que confluyen en una voz. Constituye lo que algunos llaman la polifonía de mis novelas.
"La vida se confunde con otra cosa cuando la conviertes en ficción. Pero es la misma vida Nunca es otra. O no debería serlo. La realidad y lo que inventamos no tienen por qué ser diferentes". (‘Esas vidas’, pág. 40. Alfons Cervera)
Esos personajes, esas voces, ¿son reales con nombre falso o completamente ficticios?
Sobre la realidad y la invención hay muchas teorías y reflexiones. A veces, creo que entre ambas no hay ninguna diferencia. En cambio, en otras, encuentro una distancia insalvable entre ellas. Depende del momento o de qué esté hablando para que diga una cosa u otra. Respecto a ‘Esas vidas’, mi última novela, siempre comento que habiendo personajes como los que tengo en mi pueblo, para qué voy a inventarme otros. Sin embargo, por poco que te acerques a la realidad de la ficción literaria, tienes claro que eso no es así. Sabes que por muy atractivos que sean los personajes que conoces y has convertido en protagonistas de tu novela, has de añadirles una dosis de ficción, un enmascaramiento para transformarlos en creíbles. Lo que no funciona es incorporar directamente desde la realidad a la ficción, ha de existir una manipulación de los personajes, de la narración en definitiva, para que el relato ruede bien. Y desde que un personaje está en un libro, su existencia real ya no existe o, al menos, está condicionada por ese aparataje técnico que tú haces servir para escribir.
La realidad está contaminada por la ficción. Personajes del cine, del cómic o la literatura habitualmente conviven con la gente en el habla o el pensamiento.
En este aspecto, Machado iba más allá y en uno de sus versos dice: "la verdad también se inventa". Ni siquiera habla de realidad, con ello está dejando claro que no hay nada que sea intocable para la ficción sin que pierda, además, las dosis de realidad en términos de verosimilitud, y las dosis de verdad en términos de moral.
Apliquemos esto mismo al escenario de muchas de tus novelas: Gestalgar o Los Yesares. ¿Ese Gestalgar es el real o el ficcionado por Alfons Cervera?
En ‘El color del crepúsculo’ trabajé con nombres reales. Luego los cambié y me planteé hacer lo mismo con el nombre del pueblo. Y lo hice. Sin embargo, centrándonos en Los Yesares en alguna de mis novelas, cuando hago referencia a otros pueblos de la Serranía aparece el nombre de Gestalgar, con lo cual hago un juego literario sobre la identificación del pueblo. Después manipulo todavía más lo que es esa realidad física y así todos los parajes (Los Llanos, el Pico del Buitre, El Rajolar), que desfilan por mis libros, son paisajes de allí. Lo que hago es como si utilizase el Photoshop: corto trozos de territorio y los pego en otro lugar. De ahí que cuando alguien llega al pueblo con uno de mis libros bajo el brazo, sobretodo ‘Maquis’, y quieren visitar los sitios que aparecen en sus páginas, les dicen que Alfons los pone pero no sabe donde están y lo que él dice que se ve desde un lugar pues no se ve desde ahí. Dejo claro que mi pueblo es Gestalgar, pero establezco un juego con los lectores, especialmente con los que conocen esos parajes, e intento volverle loco.
"Quiero morirme, decía. Pero en realidad lo que quería decir es que no quería morirse. La vida se va acumulando en la antesala de la muere. Y al final hay más vida que muerte. Y acaban siendo lo mismo". (‘Esas vidas’, pág. 14. Alfons Cervera)
Narrar la muerte de tu madre en ‘Esas vidas ¿ha sido un exorcismo o un estímulo para volver a escribir?
Mucho más lo segundo que lo primero. Cuando empecé ‘Esas vidas’ llevaba más de dos años sin escribir novela. La que tenia entre manos, ‘Todo lejos’, dejé de escribirla y decidí marcharme a vivir con mi madre y mi hermano a Gestalgar. Al morir ella, llevaba idea de retomarla porque parecía lo más sencillo. Sin embargo, incitado por algunos amigos, elegí la salida más arriesgada y escribí sobre la muerte de mi madre. Tuve mis dudas y me preguntaba ¿qué haría yo con un relato nuevo, tan intransferible y personal como éste? En la primera fase de escritura, de marzo a diciembre, no pensé jamás en el hueco, en el vacío que deja en una casa una persona que ha pasado toda su vida allí y durante los dos últimos años yo con ella. El reto mío, la terapia, era comprobar si era capaz de escribir con la naturalidad con la que lo hago, de desenvolverme con la misma soltura de siempre. Asumir el hueco que dejó mi madre vino después, en la fase de corrección, cuando yo ya no me fijaba tanto en la escritura. En esos cuatro meses sí que fui notando la ausencia. Y en una ocasión, el otro día después de leer las reseñas que habéis escrito sobre la novela, me dediqué a releerla, algo que nunca suelo hacer. Y lo cierto es que me entró una cierta congoja.
Un psicólogo diría que tu relectura se convirtió en lo que ellos llaman "hacer el duelo".
Sí, sí, seguro, lo comprobé en este repaso de hace unas pocas tardes. Leí ‘Esas vidas’ sin orden, conforme venía, atrás, adelante, me entró mucha tristeza.
"Te gritaba algunas tardes por esa obstinada voluntad tuya de ser intransigente". (‘Esas vidas’, pág. 60. Alfons Cervera)
No sólo hablas de la muerte de tu madre en ‘Esas vidas’, también cuentas tus discrepancias con ella.
Lo he hecho al menos por dos motivos: uno, porque conforme escribía, iba descubriendo pedazos de historia oculta y pedazos de verdad, que se van acumulando en la novela y que constituyen su poso principal. ¿De qué pedazos de verdad hablo? Yo tenía la posibilidad de narrar la verdad real y que la verdad narrativa se acomodara a ella. También podría haber contado la historia compasiva con mi madre, quedando yo muy bien. Eso me habría colocado en un buen lugar respecto al lector, que espera que las cosas se encaren así, de un modo blando. Pero yo vi que lo que me pedía la historia, desde el punto de vista de la eficacia narrativa, era la "verdad" con todas las comillas que se quiera, porque al final ambas verdades se juntarían y formarían esa verdad principal de la novela. Cada vez veía más claro que yo era incapaz de crear una historia compasiva, porque la situación que se produjo no era amable: una mujer se estaba muriendo y una persona permanecía atenta a los detalles más grandes y también a los más mezquinos. Si tenemos en cuenta que nadie somos completos, que estamos hechos a pedacitos como Frankenstein, de esos trozos algunos son extremadamente tiernos y otros resultan repulsivos por su crueldad. Si a eso le añadimos que la persona que está ahí sabe muy poco de esas cosas y las va descubriendo, yo era incapaz de escribir un relato complaciente ni conmigo ni con las personas generosas que estaban a mi alrededor. Creo que el libro ha ganado escribiéndolo así, desde el punto de vista del conflicto y no desde el punto de vista de la complacencia.
En la obra introduces un aspecto ignorado de tu padre y, sobre todo, aparece tu hermano. Tu padre, Claudio, tu hermano, Claudio, ¿constituirán materia de escritura en una próxima novela?
Con Elías Martín Monterde, un personaje de mi novela ‘La noche inmóvil’, me di cuenta enseguida que tenía otra novela. Hablando con mi amigo Ignacio Soldevila, él también era de la misma opinión: Elías Martín Monterde tenía otra novela. Y no he descartado todavía escribirla. Sin embargo, la historia de mi padre, descubrir que tenía un proceso sumarísimo por motivos desconocidos para mí, con las dosis de misterio e imaginación que contiene, creo que queda bien como está. De quien sí me habla la gente es de mi hermano, un personaje tremendamente literario, muy mágico. Con lo que se dice de él en ‘Esas vidas’, resulta muy atractivo trabajar sobre Claudio. El hecho de que tanta gente se haya fijado en su figura, me convence de que está bien tratado narrativamente. Pero no sé lo que haré aún.
Algo llama la atención en tus últimas novelas: escribes algún capítulo sin puntuación, ¿a qué obedece esta recurrencia?
Dos amigos míos de Montalbán, provincia de Teruel, hicieron una apuesta. Él decía que había sido una errata de imprenta y ella que no, que yo lo había hecho aposta. Evidentemente, está hecho a propósito y ganó ella. Cuando se publicó, me decidí a puntuarlo y se lo envié para que viese como quedaba. Entonces él me contestó: ahora ya se entiende. Es una recurrencia y como tú dices en ‘Aquel invierno’ ya lo hice, aunque creo que también en alguno más. Y no es por esnobismo, ni por fastidiar. El capítulo de ‘Esas vidas’ corresponde a un sueño y un sueño no admite signos de puntuación. Uno no domina sus sueños y si lo estás relatando no tienes capacidad para marcarles las pausas. Pero es que, además, me siento cómodo en cada uno de mis libros al utilizar esta especie de fogonazo, esta llamada de atención al lector a través de un capítulo determinado que sirve un poco para romper el ritmo.
Nos levantamos. Llegó el momento de las fotografías. Mientras enfocaba, hablamos todavía un poco más de literatura, ¡clic!, de cómics, ¡clic!, de lo difícil que se ha puesto publicar en este país, ¡clic!, y de algunos autores: Juan Marsé, "el mejor escritor español contemporáneo de los siglos XX y XXI, al que siempre tengo presente cuando escribo", ¡clic!; Mario Benedetti, "el autor que más ha conseguido llegar a mi sensibilidad pero no sé si eso es suficiente para considerarlo como poeta", ¡clic!; Julio Cortázar, "uno de mis padres literarios, a pesar de las discusiones actuales sobre su figura. Sin ‘Rayuela’, mi obra, tanto personal como literaria, no sería nada", ¡clic! Y Rafael Chirles, "mi amigo del alma, mi crítico estupendo, una de las personas a las que más quiero", ¡clic!, ¡clic!, ¡clic! A las seis de la tarde, los tejados del fondo seguían derrotados, igual que cuando llegué. Ya de pie, junto a la puerta, nos despedimos. Un apretón de manos. Hasta la otra, Alfons. Los libros nos siguen uniendo, que sea por mucho tiempo. Mucho.
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