Jesús Duva, aunque reside en Madrid, nació en un pueblo con amplia raigambre histórica de la provincia de Valladolid: Tordesillas. Periodista por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, tras pasar por esa escuela de periodistas que fue el diario ‘Pueblo’ y por las páginas de ‘Ya’, actualmente es jefe del suplemento ‘Domingo’ del diario ‘El País’, editor de la sección de Información Local y Regional de Madrid y profesor de Investigación y Reporterismo de la Escuela de Periodismo-El País-Universidad Autónoma. Sus trabajos publicados hasta ahora (‘Fugitivos’, ‘Los Sucesos de El País’ o ‘Emboscada en Fago’) se mueven todos dentro del territorio de la investigación periodística. Igual sucede con su última obra, ‘El Solitario. La caza y captura del atracador de bancos más famoso’, en el que recoge la carrera delictiva de Jaime Giménez Arbe, sin duda la figura más relevante de la delincuencia armada del pentágono peninsular de los últimos años. Apurados por la premura del tren que escapaba hacia la capital de España, durante quince minutos hablamos sobre el propio Jesús Duva y su libro. Una charla que, sin duda por lo apasionante del personaje, daba para mucho más.
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Jesús Duva.
| Herme Cerezo / SIGLO XXI
¿Por qué muchos periodistas de renombre en este país, usted incluido, comenzaron en el diario ‘Pueblo’?
Sobre todo porque se hacía muy buen reporterismo. Todo el periódico ‘Pueblo’ era un reportaje puro, desde la primera página hasta la última. Como norma no acudíamos a actos oficiales y todo era trabajo de calle, de investigación. Rehuíamos la versión oficial, las ruedas de prensa y cosas por el estilo y hablábamos mucho con la gente, lo que nos hacía resultar muy cercanos.
¿Tenían algún maestro?
Hombre, estaba el gran director, que fue Emilio Romero, secundado por la inmensa escuela de grandes reporteros que allí había: Jesús Hermida, José María García, Arturo Pérez-Reverte, Manolo Marlasca, Vasco Cardoso, Cercadillo, Raúl del Pozo, Javier Martínez Reverte ... Era un elenco impresionante. Para mí comenzar en ‘Pueblo’, con diecinueve años, fue como entrar en la catedral del periodismo.
Su obra, ‘El Solitario’, cae por completo dentro del periodismo de investigación, pero al comenzar su escritura, ¿no le tentó la posibilidad de derivarlo hacia una novela de género?
Quizá sí, pero yo todavía sigo tan pegado al periodismo que me cuesta mucho liberarme y dedicarme a la fantasía o la ficción. Aunque realmente, después de los varios libros que ya llevo escritos, auténticas crónicas de la realidad, estoy pensando en cortar con esa tiranía del rigor y la exactitud del periodismo y dejar volar mi imaginación.
¿Ha contado con la colaboración policial para redactar su libro? Dicho de otro modo, ¿le han puesto trabas para hacerlo?
No me han puesto inconvenientes, aunque he tenido algunas pegas para conseguir ciertas informaciones, que he tenido que obtener por otros medios.
Jaime Giménez Arbe, ¿es conocedor de la existencia de su obra?
Sí, le he escrito varias veces. Primero, a la cárcel de Zuera, mientras esperaba para ser juzgado y, más recientemente, al penal de Monsanto en Lisboa. A todas mis cartas ha contestado que no quiere saber nada de mí, porque él va a escribir su propio libro y no quiere desvelarme nada porque se lo reserva para sí mismo. De todos modos, he tenido acceso a muchos escritos suyos, cartas y declaraciones, donde queda muy bien reflejada su personalidad.
En su persona, Giménez Arbe aúna caracteres reales y de ficción y por la infraestructura de sus operativos no resulta un atracador muy español.
No realmente, no es muy español. Esa meticulosidad y el hecho de actuar en solitario parece cosa más propia de nórdicos. Quizá provenga de su estancia en los países escandinavos durante su juventud, cuando se casó con una mujer finlandesa y donde anduvo traficando con drogas y recetas falsas. Quizá se le pegase algo. La verdad es que yo no he conocido ningún atracador español solitario. Los nuestros son más de grupo, de bandas.
Precisamente por su ‘modus operandi’, ¿Vd. cree que El Solitario hubiera podido trabajar con otras personas?
Hasta 1993 él trabajó con cómplices, pero su meticulosidad le llevó a romper con ellos. En Ademuz, Valencia, fue donde perpetró su último atraco con cómplice. Y Giménez Arbe decidió romper con él, hasta donde yo sé, porque era un tipo indisciplinado y cocainómano. Desde entonces inició su carrera en solitario.
Era tan meticuloso y dominaba tantos aspectos técnicos, que incluso se barajó la posibilidad de que fuese un policía, ¿no?
Sí, sí, durante muchos años fue la hipótesis más aceptada. De hecho quien realmente lo detuvo, el inspector Santiago Calvo, de la Brigada Judicial de Madrid, inicialmente investigó a un compañero suyo, también inspector, de Zaragoza, perteneciente a la Brigada Móvil, que prestaba servicio en los trenes, pidiendo la documentación por sorpresa a los pasajeros y que aprovechaba los sitios a donde viajaba para apearse y atracar bancos. Calvo pensó que el personaje encajaba perfectamente con este policía. Y de hecho estuvo siguiéndole la pista hasta que descubrió que había muerto, lo que le produjo una enorme desilusión.
Trabajar en solitario requiere una gran autodisciplina, ¿Giménez Arbe no disfrutaba de momentos de expansión?
No, él se enfada mucho porque no le gusta el adjetivo de El Solitario que le pusimos. Bien es cierto que al principio le llamábamos El Atracador Solitario, pero imagino que, por economía lingüística y porque en los titulares hay que ahorrar palabras, se quedó en El Solitario sin más. Giménez Arbe se ha quejado siempre porque dice que no es un hombre solitario. Pero sí que lo es porque, además, tiene que ser muy frustrante no poder contarle a nadie que he atracado un banco, me he llevado un montón de dinero y todo me ha salido bien.
Santiago Calvo en su libro señala que cuando empezaron a vigilarlo, El Solitario les pareció un hombre muy previsible, ¿no cree que precisamente ahí estaba su mejor camuflaje?
Si, porque él no se salía nunca de la rutina y todos los días hacía lo mismo. Cuando iba a atracar la sucursal de Figueira da Foz, los policías portugueses se alarmaron porque le vieron dar muchas vueltas en torno al banco y creían que iba a pasar de largo. Pero Santiago Calvo les dijo que no, que iba a atracar, que se iría y regresaría para dar el golpe. Luego todo sucedió como había anticipado el inspector español.
¿La policía llegó a pensar que nunca lo atraparían?
No, ellos creían que tarde o temprano terminaría cayendo. Según mis estimaciones, creo que al menos hubieran tardado un año en cogerlo de no mediar un chivatazo, porque la única pista fiable que tenían era el coche que utilizaba últimamente, una Renault Kangoo. La Guardia Civil había rastrillado a diez mil propietarios de este modelo de furgoneta de los dieciocho mil que hay en toda España. El problema era que investigaba a los titulares y la de El Solitario no estaba a su nombre, sino al de su madre, Soledad Arbe, una señora octogenaria. Si la Guardia Civil hubiese llegado a esta furgoneta, al conocer el nombre de la titular, probablemente la hubiera dejado pasar de largo y hasta que hubieran rastreado todas las matrículas no habrían dado con él.
Hubo dos líneas de investigación: la de la Guardia Civil, ya citada, y la de la Policía Nacional. Ambos cuerpos alcanzaron el mismo punto en sus investigaciones pero por caminos distintos.
En el libro cuento que en una reunión de coordinación conjunta, la Guardia Civil expuso que pensaban que El Solitario era Jaime Giménez Arbe y la Policía Nacional, sorprendida, preguntó por el origen de esta información. Todo hace presumir que la Guardia Civil se enteró porque tuvo acceso a un informe que la Policía Nacional había enviado al juez, donde figuraba el nombre del sospechoso y que el origen de la información era un chivatazo.
Terminamos, El Solitario fue detenido gracias a un chivatazo. Si su libro fuera una obra de ficción, la gente diría: "esto sólo ocurre en las novelas".
Exactamente. En esta historia hay detalles que hacen pensar que el autor le ha echado mucha invención, mucha literatura, porque es impensable que un sujeto esté trece años sin cometer un solo error, sin tener un tropiezo, sin que la Guardia Civil o la Policía lo detengan. No es posible que un solo hombre triunfe ante la enorme maquinaria que suponen las fuerzas de seguridad de un país. Pero fue así.
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