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"La Historia es la organización del pasado de acuerdo con los intereses del presente"

Entrevista al escritor Alfredo Conde
Herme Cerezo
viernes, 17 de junio de 2016, 01:01 h (CET)



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Alfredo Conde nació en Allariz, Ourense, en 1945. Su vida abarca multitud de quehaceres: marino mercante, político, profesor, dibujante, librero, banquero… Afirma que fue todas estas cosas para convertir en realidad su ilusión desde niño: ser escritor. En 1968 apareció su primer libro, el poemario ‘Mencer de lúas’. Entre otros muchos galardones, Conde ha obtenido el Premio Nacional por ‘El Griffón’, el de la Crítica por ‘Breixos’, y el Nadal por ‘Los otros días’. Su obra se ha traducido al inglés, italiano, chino, francés y ruso. Con ‘El beato’ ha conseguido el Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid 2016.

Fray Julián de Chaguazoso, santo de la Iglesia muerto en el siglo XVI, nos cuenta su vida, azarosa y llena de fortunas y adversidades, apoyándose en los dibujos que fray Tadeo de la Aguadilla hiciera sobre él siglos después, y que fueron recogidos en un libro que alguien olvidó en los bancos de una iglesia; este hallazgo es tomado como pretexto para desarrollar el argumento de ‘El beato’ de Alfredo Conde, obra con la que ha conquistado el LXXII Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid, editada por Algaida. Con este motivo, Conde pasó por Valencia y en el Rodrigo Café de la calle dels Trànsits pudimos conversar durante unos minutos sobre este Fraile Chaguazoso y otras quimeras histórico-ficticias, sumergidas en la fina ironía del escritor gallego.

En primer lugar, Alfredo, enhorabuena por el Premio de Novela Ateneo de Valladolid.
Gracias.

¿Por qué es importante haber ganado este premio para ti?
En principio, un premio es un ejercicio de verdad, porque te expones al criterio de unas personas, que generalmente no conoces y que pueden opinar lo que les venga en gana sobre lo que tú haces. Cuando el premio te cae a ti, lo valoras en sí mismo, independientemente de que se trata de un concurso literario muy prestigioso y antiguo. Valoras también la lectura que han hecho del libro y, en mi caso, su dotación económica, que me está sirviendo para eliminar las goteras del techo de mi casa.

Eres un escritor que maneja dos lenguas, gallego y castellano.
En la presentación de la novela en Madrid, José María Merino afirmaba que, a lo largo de mi carrera, yo había pagado duramente el hecho de que en Madrid me considerasen un escritor nacionalista y en Galicia un escritor españolista, porque no estoy dentro de un sistema literario u otro y he sobrevivido gracias a vender libros en países tan curiosos como China, Rusia y algunos más.

Has dicho en algún sitio que el Ateneo de Valladolid era un premio incontaminado, ¿a qué te referías con esas palabras?
Exactamente eso quiere decir que la mayoría de los premios potentes, vamos a llamarles así, se rigen por normas concretas. Soy jurado de varios concursos y al final siempre hay seis o siete novelas que merecen ser premiadas. Hasta ahí priman los criterios literarios y, a partir de ese instante, entran en liza otro tipo de razones: amistad, antipatía, afectos personales, odios… Y lo que es más importante: aparecen los criterios comerciales, enfocados hacia una audiencia concreta. En realidad, se busca qué es lo que más se vende en cada momento. Por ejemplo, los últimos grandes premios los han ganado mujeres, pero eso no quiere decir que, de repente, ellas se hayan convertido en mejores escritoras y los hombres en peores escritores, simplemente es una moda del momento. A todo eso es a lo que me refiero cuando hablo de premio no contaminado.

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Fuiste político durante un tiempo, ¿política y literatura son compatibles o hay un tiempo para cada cosa?
Cuando fui político escribía en los viajes trasatlánticos, ya que hice varios. Escribí muchos cuentos, pero no los publiqué y luego me arrepentí, porque vi que muchos políticos, no hace falta citar nombres, se habían convertido también en escritores. En ese periodo, lo único mío publicado fue una entrevista a Fidel Castro, que no me interesaba en absoluto, pero me pidieron que la hiciera y acepté, porque en aquel entonces había muchas cosas en juego.

¿Tienes presente al lector cuando escribes?
En el lector pienso poco, porque ¿en qué lector piensas o para cuál escribes? Escribo para mí mismo y, si lo que hago no me gusta, lo borro. Soy mi mejor y peor lector.

En ‘El beato’ te has movido dentro del género histórico, ¿tu escritura pretende explicar o enseñar una época concreta?
No, no, con mis novelas no trato de enseñar nada a nadie, solo pretendo divertirme yo. Escribo porque no sé hacer otra cosa. Al escribir novela histórica trato de vivir otras vidas distintas a la mía, sin convencer a nadie. De hecho soy el gallego que ha vivido más siglos de historia de Galicia a través de mis libros. Las tengo de los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX, XX y XXI. Esto es mucho mejor que la propia existencia de un escritor, que es anodina y generalmente transcurre delante de un ordenador o de una máquina de escribir.

El protagonista deja claro que es honrado y desprendido, pero no honesto.
De joven y con un amigo gallego, con el que no terminé demasiado bien, fundamos una sociedad de cometedores de pecados húmedos. De los pecados secos había que huir, pero a los húmedos había que abrazarlos, porque esos no eran pecados. Porque, ¿es posible contemplar la vida de un beato como la cuentan las hagiografías? Tengo una visión particular de la religión de este país. No entiendo por qué la Virgen ha de ser virgen para ser la madre de Dios y por qué Cristo hubo de morir en la cruz por nosotros. Eso equivale a decir que el sexo, que da la vida, es malo y que todo lo que acaba con la vida, o sea la muerte, es bueno. ¡No me jodas, tú! El beato real es un tipo que, cuando una mujer se le insinúa, sale por piernas, huyendo. En mi novela se comporta como un tipo normal, que disfruta de la vida, procura ser cauto y merece ser santo, en lugar de todos esos santos que parecen gilipollas.

¿Cómo te tropezaste con él?
Fue a través de una hermana de Manuel Fraga que lo descubrí. «Trátamelo bien, que es un bendito», me dijo. Cuando llegué a casa lo busqué por Internet y vi que era un tipo fabuloso. Al escribir, he tratado de parodiar su hagiografía, contar las cosas como las veo, vengarme un poco de aquellas vidas de los santos, que leíamos cuando éramos pequeños y que, encima, nos las creíamos. La Historia es la organización del pasado de acuerdo con los intereses del presente y las hagiografías mucho más. Y lo curioso es que la gente se las cree.

Por el libro desfila Hernán Cortés, a quien muestras como un personaje distinto de la versión que nos ha llegado sobre él.
La imagen que tenemos de todos los conquistadores, Cortés incluido, es que eran auténticos animales de carga que conquistaron un continente. Pero Cortés no era así. Él era un humanista, un hombre del renacimiento, un organizador y también un jugador y un mujeriego. Para contar su historia, yo parto de la obra suya que vi en México. Su legado, lo que él hizo allí, fue algo muy serio, muy distinto a lo que conocemos y al decir esto no me mueve ningún himno, ni ninguna bandera, simplemente cuento lo que veo, porque a mí lo que me interesa es la verdad.

Para contar su vida, el beato se apoya en unos dibujos de Fray Tadeo de la Aguadilla. Sin embargo, tiene algunos problemas, porque unas veces lo pinta con la aureola de santidad y otras sin ella. Eso le enfada y llega a decir que «mi santidad siempre fue de quita y pon, lo que ya empieza a hartarme».
Claro que la aureola es de quita y pon, o acaso ¿conoces a alguien que la lleve puesta a todas horas con lo que pesa? Con las aureola, además, no podría mirar a una señora porque le cambiaría de color enseguida [risas].

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Cuentas también que por Galicia, y de contrabando, entraban en España los libros de Erasmo de Rotterdam, perseguidos por la Inquisición.
Este aspecto ya lo expliqué en mi novela ‘El Griffón’ con toda minuciosidad. En el siglo XVI, los inquisidores eran muy mal recibidos en Galicia. El que más aguantó fueron dos años seguidos. Ellos buscaban reprimir dos cosas: por un lado, la fornicación, que el clero gallego, si había consentimiento mutuo entre el hombre y la mujer, no consideraba como pecado; y, por otro, el contrabando de los libros, que llegaban a los puertos gallegos desde donde se distribuían hacia el interior.

Acabamos con otra curiosidad histórica: en ‘El beato’ afirmas que Cristóbal Colón era de origen gallego, ¿qué pruebas tienes de ello?
Aunque no nací allí, vivo en Pontevedra. De pequeños veíamos el cruceiro de la casa de Colón y en Santa María el apellido Colón estaba en muchas lápidas de tumbas. Para nosotros, Colón siempre fue alguien de la ciudad, además, ¿de dónde va a ser un tipo al que se le ocurre marcharse a América? Eso solo pasa por la cabeza de un gallego. Él era todo menos un aventurero. Ahora estoy convencido de que era Pedro Madruga, un noble que fue de lo peorcito que había entonces, tras el pleito de sucesión que se produjo entre Isabel la Católica y Juana de Trastámara, hija de una dinastía gallega que nosotros defendíamos. Colón no podía haber nacido en Italia, porque de los escritos suyos que se conservan algunos están escritos en un italiano horroroso y la mayoría en gallego, sin olvidar que muchos de los marinos de sus barcos eran de Galicia. La verdad es que, en el fondo, me importa poco de donde salió, pero creo que era judío y gallego, que era lo peor que se podía ser en aquella época.

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