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Joy Division, el documental

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
martes, 1 de septiembre de 2009, 05:33 h (CET)
Joy Division, la legendaria banda inglesa de Manchester, se ha visto favorecida en el imaginario de las nuevas generaciones gracias a las muy buenas películas que esta indirectamente ha inspirado, como 24 HOUR PARTY PEOPLE, de Michael Winterbottom, y CONTROL, de Anton Corbijn. Fácil estas dos podrían entre las mejores treinta películas de la década. En lo personal, me inclino por la primera, por sus insuperables cimas de recursos narrativos que intercalan la ficción con el documental.

Este grupo desaparecido lo tiene todo para perdurar, talento por un lado y el efecto tanático por el otro, en el que se yergue la aún joven figura del cantante Ian Curtis, muerto por propia voluntad a la edad de veinticuatro años el 18 de mayo de 1980. Cierto es que la banda se recuperó de tamaño golpe, manteniendo vivo el proyecto musical primigenio con las entendibles variables que descollaron en lo que conocemos hoy en día como New Order. Sin embargo, la figura de Curtis nunca ha dejado de ser una referencia obligada, una especie de presencia en ausencia que en no pocos casos les ha traído más de un sinsabor.

Este cuarteto que descolló en la segunda mitad de los setenta merecía su documental. Confieso que minutos antes de verlo, pensé que me toparía con el refrito de la explotación de la imagen del suicida frontman. Pero no. Felizmente me equivoqué, gocé como nunca de mi prejuicio. El documental JOY DIVISION (2007) es una joya, un diamante de paranoica música oscurantista que cimentó las bases de lo que sería el rock pop ochentero.

El director Gran Gee equipara en justa medida el protagonismo de sus entrevistados, no deja de abordar, como es obvio, la figura de Curtis, pero lo más importante: resalta a la banda en su conjunto. En este sentido Peter Hook, Bernard Summer y Stephen Morris no son menos, cada quien sirve de pieza clave en lo que fue Joy Division, afianzando el concepto de que el grupo no era exclusivamente una figura, sino un amalgamiento de sensibilidades ansiosas por huir de la modorra de Manchester.

Joy Division solo grabó dos álbumes, UNKNOWN PLEASURES y CLOSER, pero paradójicamente se le asocia más por sus solitarias canciones escuchadas hasta hoy en todas las discotecas del mundo, como “Transmission”. Gee ahonda en los impulsos que llevaron a la grabación de ese par de álbumes, en cuyos procesos de edición tuvo mucho que ver Martin Hannet, genuina leyenda de la producción musical. Este par de trabajos vienen a ser la radiografía de lo que significaba vivir en una ciudad en donde no había árboles, en la que en cada esquina te topabas con una fábrica abandonada, en cuyas calles veías a miles de jóvenes que no sabían qué hacer con sus vidas. Joy Division recogió ese espíritu de desazón, perdición, cuando valía más ser un nihilista drogo que un esforzado ciudadano razonable.

Un documental de visión imprescindible para todo aquel que se precie de buen gusto musical, una buena forma de acercarnos a la influencia de una de las mayores bandas de nuestro tiempo.

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