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El otoño del tiranosaurio de la calle Yegros

El imperio mediático de Aldo Zucolillo, en franca decadencia, se desmorona mientras se descubren en su haber una irregularidad tras otra
Luis Agüero Wagner
lunes, 4 de julio de 2016, 08:32 h (CET)
En la novela “El Otoño del Patriarca”, el laureado escritor colombiano Gabriel García Marquez da vida a un anciano dictador que ya no recuerda su edad, semi analfabeto, que acaba sus días monologando al borde de la locura. Con pocas variaciones, la narración parece recrearse en la historia de Aldo Zucolillo, el autoproclamado emperador mediático del Paraguay, que por décadas cogobernó el país a través de sus medios y cometió no pocos abusos de poder.

A pesar del sistemático derrumbe de su imperio mediático, que se desgarra en jirones en medio de las burlas de sus más enconados adversarios, Zucolillo sigue monologando desde su decadente diario ABC color con su herrumbrado discurso, cuyos conjuros ya no surten los efectos de antaño.

Acostumbrado a marcar la agenda mediática y política del país, ha sido incapaz de adecuarse a los tiempos que corren, haciendo un ridículo tras otro con sus viejos argumentos, cada vez menos convincentes.

Entretanto, el senador Víctor Bogado ha pasado de manera sorprendente a convertirse de víctima en victimario, logrando neutralizar los virulentos ataques del “emperador” en tanto aparece una ilegalidad tras otra en el accionar de su antagonista.

El último papelón de Zucolillo se hizo público cuando la SEAM intervino en su domicilio, hallando en el lugar especies exóticas en cautiverio, en un zoológico que funcionaba sin habilitación. Previamente, se había hecho público que mientras desde su diario fustigaba supuestos atentados contra el medio ambiente, había depredado plazas por intereses comerciales y había intentado adueñarse de la vía pública. Todo ello mientras hipócritamente intentaba estigmatizar a medio mundo como delincuente y corrupto, incluido a quien escribe, dado que en varias oportunidades ordenó a sus lacayos seguirme y controlar sus movimientos.

En una oportunidad, logró movilizar a policías corruptos en un fracasado operativo de prensa para desprestigiarme. Curiosamente, en un móvil de su diario se apersonó un cronista policial de un canal de TV supuestamente desvinculado de sus empresas para cubrir la fraguada noticia.

El tiranosaurio de la calle Yegros, es evidente para todos menos para él mismo, se encuentra dando sus últimas boqueadas. Escribía Roa Bastos refiriéndose a los dictadores anacrónicos que “Estos monstruos antediluvianos, antihumanos, anulan las coordenadas de tiempo y lugar en la pesadilla de pavor que ellos producen”.

Así como en Argentina el cantautor Charly García popularizó la palabra “Dinosaurios” para aludir a los miembros de la Junta Militar que gobernaron su país en las décadas de 1970 y 80, en Paraguay Roa Bastos impuso el alias de “Tiranosaurio” al dictador Alfredo Stroessner. Nadie se imaginaba por aquellos años que algunos sobrevivientes de aquel Jurásico seguirían intentando eternizarse en el poder mediático hasta nuestros días, para intentar reflejar sus propias culpas en los actuales gobernantes del país.

En medio de su delirio senil, Zucolillo ha llegado al extremo de confesar públicamente, a través de un diario “colega”, su participación contumaz en un soborno para beneficiar a su empresa de telefonía celular. La misma Procuradoría de la República ha debido tomar cartas en el asunto.

Por supuesto que tiene cosas mucho más graves que aclarar, dado que es bien sabido en Paraguay que tiene mucho que decir sobre las muertes de José Antonio Valiente y Jorge Luis Marchi, fallecidos en nebulosas circunstancias.

Como escribiera Roa Bastos sobre el dictador Alfredo Stroessner, bajo cuya sombra se enriqueció Zucolillo, vientos de fronda están arrancando escamas galoneadas del tiranosaurio de la calle Yegros, que aplasta al pueblo paraguayo desde hace más de cincuenta años. O quinientos millones de años, lo mismo da.

Su inmensa cola dentada va perdiendo día a día a los saurios más pequeños y serviles que tiene todavía amarrados, en tanto otros van partiendo porque así lo dicta otro cruel tirano, que es el tiempo. Su mayor error ha sido creer que durando indefinidamente podía escapar de la suerte que aguarda fatalmente a los tiranos: su autodestrucción.

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