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Sorprende la facilidad con que en España se habla de educación. Esto no ocurre con la medicina o con la ciencia en general, pero sí con la enseñanza

​Si te ríes, no aprendes

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Parece que algo terrible está pasando en las aulas españolas. No es raro toparse con el apocalipsis educativo en tertulias o artículos varios, como, por ejemplo, el de Ana Iris Simón titulado “Lo progresista es dar dos pasos atrás”, publicado en El País el pasado 9 de diciembre. Argumentaba la escritora que la ruina de la educación española se asienta en las líneas pedagógicas innovadoras que últimamente pueblan las aulas, como “el aprendizaje por competencias basado en la gamificación y el trabajo por proyectos”. Aduce la columnista que el informe PISA muestra que “la educación en España es hoy peor que hace 20 años”. Se puede suponer que hay aspectos que se escapan en un dato tan grueso como el mencionado.


Para empezar, si se analizan los datos por comunidades autónomas, se aprecia rápidamente que tres de ellas, Castilla y León, Asturias y Cantabria, obtienen resultados muy alejados de la catástrofe. La primera de ellas, por ejemplo, se sitúa en una posición cercana a la de Suiza o Canadá, que se hallan en quinto y sexto lugar del ranquin de la OCDE, respectivamente. Pensar que estas comunidades obtienen tan dignos resultados por aplicar una metodología tradicional es mucho aventurar. De hecho, el informe apunta al bajo número de población escolar, a una financiación superior a la media y a la preeminencia de la enseñanza pública en estos territorios. El problema de España, pues, no radica esencialmente en la metodología, sino en la diferencia entre unas comunidades y otras, mal que se arrastra desde años atrás y que, por cierto, se ha reducido según los datos del último informe.


Por otro lado, tal vez convenga, si se busca cierto rigor en el análisis y cierta solidez en la opinión, contextualizar los datos, entenderlos en su momento y en su lugar. Los resultados obtenidos por los alumnos españoles, pues, han de analizarse en un ámbito más amplio que el de nuestro país. En términos globales, en toda la OCDE ha habido una caída significativa en las puntuaciones, particularmente acusada en la Unión Europea. En tal situación, ocurre que los resultados de España son los mejores de su historia en referencia a la OCDE y a la Unión Europea, pues nunca habían sido tan cercanos a las medias de estas dos entidades, de las que, en este último informe, nos separa tan solo un punto. Es, sin duda, el nuestro uno de los países que mejor resiste el batacazo general; batacazo, por cierto, que se explica por varios motivos, si bien de todos ellos la pandemia es el más contundente y no el uso de unas metodologías más o menos modernas o tradicionales.


Tras innovaciones pedagógicas como el aprendizaje basado en proyectos, el trabajo cooperativo o la ludificación (mal llamada gamificación) hay investigaciones tan sólidas como las que se realizan para curar enfermedades; algunas de ellas con trayectorias de más de cuarenta años. No es este lugar para ahondar en ello, pero los resultados de las investigaciones demuestran que funcionan, que son prácticas eficaces y que los alumnos aprenden. Hay cierta ligereza en pensar que todas ellas no son sino fanfarria y ocio estéril.


Es cierto que a veces la nueva pedagogía, que así se suele llamar a tendencias que tienen más de medio siglo en algunos casos, puede caer en la superficialidad, pero ello no se debe a las propias propuestas, sino a su aplicación. La exigencia en el aula debe ser una obligación docente. Como dijo Nuno Crato, ministro portugués de educación, responsable del éxito de este país en el informe PISA de 2015, “la exigencia educativa es la gran amiga de los pobres”. Ahora bien, todos sabemos que uno trabaja mejor y aprende más cuando está motivado, igual que un entrenamiento de fútbol puede ser muy duro, pero más llevadero con balón que sin él.


Unido a todo ello, conviene acercarse a los últimos estudios de neurociencia aplicada al aprendizaje, como los que David Bueno expone en su libro Neurociencia para educadores. Parece ser que el cerebro lo tiene muy claro: la motivación, la contextualización y las emociones positivas son autopistas para el aprendizaje; el miedo, los contenidos desconectados de la realidad o la exigencia sin objeto son caminos tortuosos.


Sorprende la facilidad con que en España se habla de educación. Esto no ocurre con la medicina o con la ciencia en general, pero sí con la enseñanza. Tal vez convenga pensar que para ser experto en educación no basta con haber sido alumno, igual que para opinar de medicina no es suficiente con haber estado enfermo. 

​Si te ríes, no aprendes

Sorprende la facilidad con que en España se habla de educación. Esto no ocurre con la medicina o con la ciencia en general, pero sí con la enseñanza
Raúl Galache
lunes, 8 de enero de 2024, 09:50 h (CET)

Parece que algo terrible está pasando en las aulas españolas. No es raro toparse con el apocalipsis educativo en tertulias o artículos varios, como, por ejemplo, el de Ana Iris Simón titulado “Lo progresista es dar dos pasos atrás”, publicado en El País el pasado 9 de diciembre. Argumentaba la escritora que la ruina de la educación española se asienta en las líneas pedagógicas innovadoras que últimamente pueblan las aulas, como “el aprendizaje por competencias basado en la gamificación y el trabajo por proyectos”. Aduce la columnista que el informe PISA muestra que “la educación en España es hoy peor que hace 20 años”. Se puede suponer que hay aspectos que se escapan en un dato tan grueso como el mencionado.


Para empezar, si se analizan los datos por comunidades autónomas, se aprecia rápidamente que tres de ellas, Castilla y León, Asturias y Cantabria, obtienen resultados muy alejados de la catástrofe. La primera de ellas, por ejemplo, se sitúa en una posición cercana a la de Suiza o Canadá, que se hallan en quinto y sexto lugar del ranquin de la OCDE, respectivamente. Pensar que estas comunidades obtienen tan dignos resultados por aplicar una metodología tradicional es mucho aventurar. De hecho, el informe apunta al bajo número de población escolar, a una financiación superior a la media y a la preeminencia de la enseñanza pública en estos territorios. El problema de España, pues, no radica esencialmente en la metodología, sino en la diferencia entre unas comunidades y otras, mal que se arrastra desde años atrás y que, por cierto, se ha reducido según los datos del último informe.


Por otro lado, tal vez convenga, si se busca cierto rigor en el análisis y cierta solidez en la opinión, contextualizar los datos, entenderlos en su momento y en su lugar. Los resultados obtenidos por los alumnos españoles, pues, han de analizarse en un ámbito más amplio que el de nuestro país. En términos globales, en toda la OCDE ha habido una caída significativa en las puntuaciones, particularmente acusada en la Unión Europea. En tal situación, ocurre que los resultados de España son los mejores de su historia en referencia a la OCDE y a la Unión Europea, pues nunca habían sido tan cercanos a las medias de estas dos entidades, de las que, en este último informe, nos separa tan solo un punto. Es, sin duda, el nuestro uno de los países que mejor resiste el batacazo general; batacazo, por cierto, que se explica por varios motivos, si bien de todos ellos la pandemia es el más contundente y no el uso de unas metodologías más o menos modernas o tradicionales.


Tras innovaciones pedagógicas como el aprendizaje basado en proyectos, el trabajo cooperativo o la ludificación (mal llamada gamificación) hay investigaciones tan sólidas como las que se realizan para curar enfermedades; algunas de ellas con trayectorias de más de cuarenta años. No es este lugar para ahondar en ello, pero los resultados de las investigaciones demuestran que funcionan, que son prácticas eficaces y que los alumnos aprenden. Hay cierta ligereza en pensar que todas ellas no son sino fanfarria y ocio estéril.


Es cierto que a veces la nueva pedagogía, que así se suele llamar a tendencias que tienen más de medio siglo en algunos casos, puede caer en la superficialidad, pero ello no se debe a las propias propuestas, sino a su aplicación. La exigencia en el aula debe ser una obligación docente. Como dijo Nuno Crato, ministro portugués de educación, responsable del éxito de este país en el informe PISA de 2015, “la exigencia educativa es la gran amiga de los pobres”. Ahora bien, todos sabemos que uno trabaja mejor y aprende más cuando está motivado, igual que un entrenamiento de fútbol puede ser muy duro, pero más llevadero con balón que sin él.


Unido a todo ello, conviene acercarse a los últimos estudios de neurociencia aplicada al aprendizaje, como los que David Bueno expone en su libro Neurociencia para educadores. Parece ser que el cerebro lo tiene muy claro: la motivación, la contextualización y las emociones positivas son autopistas para el aprendizaje; el miedo, los contenidos desconectados de la realidad o la exigencia sin objeto son caminos tortuosos.


Sorprende la facilidad con que en España se habla de educación. Esto no ocurre con la medicina o con la ciencia en general, pero sí con la enseñanza. Tal vez convenga pensar que para ser experto en educación no basta con haber sido alumno, igual que para opinar de medicina no es suficiente con haber estado enfermo. 

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