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Lo que queda de la vida es el amor, el que hemos dado y el que recibimos

Después de Navidad

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Navidad es la fiesta religiosa más popular del año, descubre un sentimiento de nostalgia que nos hace anhelar paraísos perdidos, fomenta sueños llenos de esperanza de que se hagan realidad, nos habla de que lo mejor siempre está por llegar... Estas emociones, ¿de dónde salen, cuándo afloran?: no sólo de la publicidad y películas que estos días pone la televisión… surgen de nuestro interior, donde se remueven ciertas fibras en lo más profundo..., estas noches estrelladas nos hablan de paz en el alma, de vivir más intensamente el cariño con la familia y amigos, vecinos... con todo el mundo. Pero cuando el dolor aprieta, ¿se puede obligar a ser feliz a quien se le ha muerto el ser querido que era el motivo de su vida, al que está sumido en la enfermedad o graves problemas familiares, económicos y de trabajo, o están sintiendo un vacío interior profundo? Es el dolor de “los otros”, los que no tienen una vida fácil. ¿Qué les trae la Navidad, aparte de los recuerdos de otros momentos en que eran felices, en otras circunstancias, con las personas que ya no están? Podemos pensar en los que sufren alrededor nuestro, o más lejos, en Palestina o Ucrania...


No es fácil mostrarles cómo son las lágrimas de Jesús Niño las que corren también por las mejillas de las víctimas de la opresión y la miseria, es la mirada de Jesús la que ilumina tantas soledades, pues Él es uno de nosotros y con su solidaridad da sentido a todos nuestros sentimientos. Muchas veces no podemos hacer otra cosa que acompañar a esas personas, darles la mano para que sientan el calor humano, rezar con ellas o estar a su lado en silencio… Cuando el tiempo no está lleno de sentido la espera es insoportable, y cuando hay un amor la espera es algo mágico, llena de alegría.


Recuerdo una joven que iba con la cabeza cubierta por las consecuencias de la quimioterapia, y aunque tenía el cuerpo demacrado reflejaba una belleza y señorío interior, una paz que se transmitía a los de su alrededor. Jesús es sobre todo el Amor encarnado, la prueba de que no estamos solos y que hay un motivo para esperar, para tener paciencia cuando nada se ve claro: es momento de quedarse quieto y esperar, dejarse llevar por esos planes misteriosos que Dios tiene con la confianza de que el tiempo pondrá las cosas en su sitio, que de todo surgirá un bien por caminos inescrutables.


Y ya después de Navidad, al comenzar este nuevo año, hay que llevar un diario interior de cosas buenas, dedicarse a las personas que tenemos sin dejar de recordar los que nos dejaron, pero saber que la vida continúa; confiar en el Emanuel que es Dios presente que permite expurgar las plantas a las que prepara un cielo muy grande, y para dejarse hacer hay que aprender de las abejas que saben estar en cada flor el tiempo necesario para sacar el néctar que dará miel a su tiempo. Navidad nos ha dejado una luz más fuerte que la oscuridad que reina en el mundo, pues es liberación de las tinieblas del egoísmo, y nos ayuda a ver las cosas con un sentido de misión: llevar este amor encarnado a los demás, ser los brazos de Dios para la liberación de tanta esclavitud, guerras, deportaciones forzadas, prostitución infantil y otras esclavitudes, violencia de género… aberraciones, millones de muertes y torturas, violaciones y mil vejaciones. En el cobertizo de Belén, en un clima de pobreza -decía Benedicto XVI, al que hemos recordado en su aniversario de su traspaso- “la contemplación del Niño Dios en el pesebre nos hace pensar en los niños pobres, en los que, concebidos, son rechazados o, apenas nacidos, no tienen medios para sobrevivir. Descubramos los auténticos valores de la Navidad, dejando de lado todo lo que ensombrece su genuino significado. En estos días santos, los cristianos no conmemoramos el surgir de un gran personaje, y menos aún el comienzo de una nueva estación. La Navidad recuerda un hecho fundamental: en la oscuridad de la noche de Belén se hizo una gran luz”.


El año que hemos comenzado a andar, es un período de 366 días para cumplir una agenda que Jesús nos recordó con su vida: pasar haciendo el bien. Lo que queda de la vida es el amor, el que hemos dado y el que recibimos... y no perder tiempo en otras cosas, que todo lo que hagamos sea expresión de ese amor.

Después de Navidad

Lo que queda de la vida es el amor, el que hemos dado y el que recibimos
Llucià Pou Sabaté
martes, 9 de enero de 2024, 09:18 h (CET)

Navidad es la fiesta religiosa más popular del año, descubre un sentimiento de nostalgia que nos hace anhelar paraísos perdidos, fomenta sueños llenos de esperanza de que se hagan realidad, nos habla de que lo mejor siempre está por llegar... Estas emociones, ¿de dónde salen, cuándo afloran?: no sólo de la publicidad y películas que estos días pone la televisión… surgen de nuestro interior, donde se remueven ciertas fibras en lo más profundo..., estas noches estrelladas nos hablan de paz en el alma, de vivir más intensamente el cariño con la familia y amigos, vecinos... con todo el mundo. Pero cuando el dolor aprieta, ¿se puede obligar a ser feliz a quien se le ha muerto el ser querido que era el motivo de su vida, al que está sumido en la enfermedad o graves problemas familiares, económicos y de trabajo, o están sintiendo un vacío interior profundo? Es el dolor de “los otros”, los que no tienen una vida fácil. ¿Qué les trae la Navidad, aparte de los recuerdos de otros momentos en que eran felices, en otras circunstancias, con las personas que ya no están? Podemos pensar en los que sufren alrededor nuestro, o más lejos, en Palestina o Ucrania...


No es fácil mostrarles cómo son las lágrimas de Jesús Niño las que corren también por las mejillas de las víctimas de la opresión y la miseria, es la mirada de Jesús la que ilumina tantas soledades, pues Él es uno de nosotros y con su solidaridad da sentido a todos nuestros sentimientos. Muchas veces no podemos hacer otra cosa que acompañar a esas personas, darles la mano para que sientan el calor humano, rezar con ellas o estar a su lado en silencio… Cuando el tiempo no está lleno de sentido la espera es insoportable, y cuando hay un amor la espera es algo mágico, llena de alegría.


Recuerdo una joven que iba con la cabeza cubierta por las consecuencias de la quimioterapia, y aunque tenía el cuerpo demacrado reflejaba una belleza y señorío interior, una paz que se transmitía a los de su alrededor. Jesús es sobre todo el Amor encarnado, la prueba de que no estamos solos y que hay un motivo para esperar, para tener paciencia cuando nada se ve claro: es momento de quedarse quieto y esperar, dejarse llevar por esos planes misteriosos que Dios tiene con la confianza de que el tiempo pondrá las cosas en su sitio, que de todo surgirá un bien por caminos inescrutables.


Y ya después de Navidad, al comenzar este nuevo año, hay que llevar un diario interior de cosas buenas, dedicarse a las personas que tenemos sin dejar de recordar los que nos dejaron, pero saber que la vida continúa; confiar en el Emanuel que es Dios presente que permite expurgar las plantas a las que prepara un cielo muy grande, y para dejarse hacer hay que aprender de las abejas que saben estar en cada flor el tiempo necesario para sacar el néctar que dará miel a su tiempo. Navidad nos ha dejado una luz más fuerte que la oscuridad que reina en el mundo, pues es liberación de las tinieblas del egoísmo, y nos ayuda a ver las cosas con un sentido de misión: llevar este amor encarnado a los demás, ser los brazos de Dios para la liberación de tanta esclavitud, guerras, deportaciones forzadas, prostitución infantil y otras esclavitudes, violencia de género… aberraciones, millones de muertes y torturas, violaciones y mil vejaciones. En el cobertizo de Belén, en un clima de pobreza -decía Benedicto XVI, al que hemos recordado en su aniversario de su traspaso- “la contemplación del Niño Dios en el pesebre nos hace pensar en los niños pobres, en los que, concebidos, son rechazados o, apenas nacidos, no tienen medios para sobrevivir. Descubramos los auténticos valores de la Navidad, dejando de lado todo lo que ensombrece su genuino significado. En estos días santos, los cristianos no conmemoramos el surgir de un gran personaje, y menos aún el comienzo de una nueva estación. La Navidad recuerda un hecho fundamental: en la oscuridad de la noche de Belén se hizo una gran luz”.


El año que hemos comenzado a andar, es un período de 366 días para cumplir una agenda que Jesús nos recordó con su vida: pasar haciendo el bien. Lo que queda de la vida es el amor, el que hemos dado y el que recibimos... y no perder tiempo en otras cosas, que todo lo que hagamos sea expresión de ese amor.

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