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Era el Parapití. El equivalente a su cauce en agua, se convirtió luego de una guerra en tinta, para maquillar un tratado secreto claudicante

Río paraguayo en Bolivia

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El miércoles 16 de enero de 1935, un grupo de hombres de reavivado verde olivo, divisó por primera vez un río al que sólo habían oído mencionar en inflamadas consignas, y en una popular canción que devino en profecía. Nunca lo habían visto ni poseído, pero lo sentían.


Luego de más de dos sacrificados años, de torrentes de sangre y tinta derramadas, un infortunado pueblo en armas llegaba a su autoimpuesto destino. Era el río Parapití, un cauce de agua hoy boliviano, pero al cual la cultura popular bautizó como paraguayo para siempre.


Antes de convertirse en nostálgicas calles, plazas, estadios, el Parapití fue un río. El equivalente a su cauce en agua, se convirtió luego de una guerra en tinta, para maquillar un tratado secreto claudicante.


Ese mismo día de enero, la prensa publicaba que los señores de la guerra, que jugaban a los naipes en la Liga de las Naciones, levantaron el embargo de armas que pesaba sobre Bolivia y arrojaron amenazantes admoniciones sobre el atrevido Paraguay.


Eran los mismos pacifistas que habían consentido las aventuras de Mussolini en Abisinia, y tolerado las atrocidades del imperio del Sol Naciente en Manchuria. Un batallón paraguayo comandado por el Teniente Domingo Bañuelos había encendido las alarmas, llegando por primera vez al Río prohibido.


Como un cataclismo que daba forma al mundo, afloraban las contradicciones en la Diplomacia Mundial, la invasión de Bolivia por tropas paraguayas que se consideraba imposible se consumó contra todas las predicciones.


Un excéntrico Senador estadounidense, sumaba su voz al desconcierto, sacudiendo a la opinión pública internacional, como una lanza vibrando luego de alcanzar el centro del blanco. Era el senador estadounidense Huey Long, quien explicando armisticios y embargos inexplicables, fue uno de los pocos en notar que el Rey de la especie desfila desnudo. Ni el ropaje ni las causas habían logrado ser del todo invisibles.


"Esta decisión de la Liga de las Naciones no es más que un mensaje dirigido al Paraguay y firmado por Rockefeller que le dice que No toque los lugares donde han localizado pozos del petróleo" dijo muy suelto y seguro, como explicando la disputa entre dos distritos electorales de Luisiana. 


Huey Long se posiciona, a principios de 1935, como candidato presidencial de cuidado, para las elecciones de 1936. Uno de cada diez norteamericanos le daría su voto, decían los números, y ese balance de poder amenazaba tanto a republicanos como a la reelección de Franklin Delano Rooselvet, quien lo calificaba en privado como uno de los dos hombres más peligrosos del país.


El presidente del nuevo trato, encontraba intratable a este escurridizo pez sureño, afecto a las aguas turbulentas, que desafiaba a los amos de las finanzas de Wall Street, con la misma naturalidad con que pontificaba sobre la guerra y la paz, cinco mil millas al norte del Chaco.


Si un episodio de la historia confirma el famoso dictamen de Augusto Roa Bastos, de que el infortunio se enamoró del Paraguay, es lo que vino después de aquella guerra. Hasta la guerra que ganó militarmente a Bolivia, la perdió al final.


Como el Mariscal Petain, héroe de Verdún, devino en traidor de la Francia ocupada en la Segunda Guerra Mundial, el jefe de los ejércitos paraguayos del Chaco, participó de una macabra burla a la geografía en 1938.


La posguerra fue tan larga, que desde la muerte, muchos todavía montan guardia y esperan el final de la guerra. LAW

Río paraguayo en Bolivia

Era el Parapití. El equivalente a su cauce en agua, se convirtió luego de una guerra en tinta, para maquillar un tratado secreto claudicante
Luis Agüero Wagner
martes, 16 de enero de 2024, 09:45 h (CET)

El miércoles 16 de enero de 1935, un grupo de hombres de reavivado verde olivo, divisó por primera vez un río al que sólo habían oído mencionar en inflamadas consignas, y en una popular canción que devino en profecía. Nunca lo habían visto ni poseído, pero lo sentían.


Luego de más de dos sacrificados años, de torrentes de sangre y tinta derramadas, un infortunado pueblo en armas llegaba a su autoimpuesto destino. Era el río Parapití, un cauce de agua hoy boliviano, pero al cual la cultura popular bautizó como paraguayo para siempre.


Antes de convertirse en nostálgicas calles, plazas, estadios, el Parapití fue un río. El equivalente a su cauce en agua, se convirtió luego de una guerra en tinta, para maquillar un tratado secreto claudicante.


Ese mismo día de enero, la prensa publicaba que los señores de la guerra, que jugaban a los naipes en la Liga de las Naciones, levantaron el embargo de armas que pesaba sobre Bolivia y arrojaron amenazantes admoniciones sobre el atrevido Paraguay.


Eran los mismos pacifistas que habían consentido las aventuras de Mussolini en Abisinia, y tolerado las atrocidades del imperio del Sol Naciente en Manchuria. Un batallón paraguayo comandado por el Teniente Domingo Bañuelos había encendido las alarmas, llegando por primera vez al Río prohibido.


Como un cataclismo que daba forma al mundo, afloraban las contradicciones en la Diplomacia Mundial, la invasión de Bolivia por tropas paraguayas que se consideraba imposible se consumó contra todas las predicciones.


Un excéntrico Senador estadounidense, sumaba su voz al desconcierto, sacudiendo a la opinión pública internacional, como una lanza vibrando luego de alcanzar el centro del blanco. Era el senador estadounidense Huey Long, quien explicando armisticios y embargos inexplicables, fue uno de los pocos en notar que el Rey de la especie desfila desnudo. Ni el ropaje ni las causas habían logrado ser del todo invisibles.


"Esta decisión de la Liga de las Naciones no es más que un mensaje dirigido al Paraguay y firmado por Rockefeller que le dice que No toque los lugares donde han localizado pozos del petróleo" dijo muy suelto y seguro, como explicando la disputa entre dos distritos electorales de Luisiana. 


Huey Long se posiciona, a principios de 1935, como candidato presidencial de cuidado, para las elecciones de 1936. Uno de cada diez norteamericanos le daría su voto, decían los números, y ese balance de poder amenazaba tanto a republicanos como a la reelección de Franklin Delano Rooselvet, quien lo calificaba en privado como uno de los dos hombres más peligrosos del país.


El presidente del nuevo trato, encontraba intratable a este escurridizo pez sureño, afecto a las aguas turbulentas, que desafiaba a los amos de las finanzas de Wall Street, con la misma naturalidad con que pontificaba sobre la guerra y la paz, cinco mil millas al norte del Chaco.


Si un episodio de la historia confirma el famoso dictamen de Augusto Roa Bastos, de que el infortunio se enamoró del Paraguay, es lo que vino después de aquella guerra. Hasta la guerra que ganó militarmente a Bolivia, la perdió al final.


Como el Mariscal Petain, héroe de Verdún, devino en traidor de la Francia ocupada en la Segunda Guerra Mundial, el jefe de los ejércitos paraguayos del Chaco, participó de una macabra burla a la geografía en 1938.


La posguerra fue tan larga, que desde la muerte, muchos todavía montan guardia y esperan el final de la guerra. LAW

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