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Si existe en la historia militar una prueba de que la guerra las ganan los hombres y no las armas, es la batalla de Nanawa, librada en enero de 1933 durante la guerra del Chaco

El Verdún paraguayo

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El día 23 de enero de 1933, los bolivianos trataron de desalojar a los paraguayos de sus posiciones en Nanawa, sin poder ir más allá de las posiciones alcanzadas en su avance inicial del día 20, y padeciendo numerosas bajas. Si existe en la historia militar una prueba de que la guerra las ganan los hombres y no las armas, es esa batalla librada en Enero de 1933.


La defensa fue exclusivamente humana, recuerda un cronista, sin fortificaciones ni casamatas, sólo trincheras y líneas de hombres capaces de soportar como espartanos cualquier sacrificio, y resistir a un enemigo confiado en la superioridad de sus armas.


Todo había empezado el 20 de enero de 1933, bajo una torrencial e inusual lluvia, cuando las fuerzas de Bolivia se lanzaron al asalto del bastión paraguayo de Nanawa.


Un popular cantar de gesta paraguayo recuerda esa fecha, como el día en que un extranjero anciano y tonto, se rompió la nariz contra una muralla viva.


En aquel 20 de enero, el veterano y aristocrático general alemán Hans Kundt, general en jefe de los ejércitos de Bolivia, fracasó en su intención de abrirse camino hacia el río Paraguay. Se interpuso en su itinerario la quinta división paraguaya, comandada por el Teniente Coronel Luis Irrazábal.


Los testimonios describen aquella batalla como una tela pintada por Edvard Munch, representado todo el horror y la ruptura espiritual que una guerra puede generar; una perturbadora ruptura de la paz, una desesperante, monstruosa y alucinante pesadilla.


En medio del traqueteo de ametralladoras y estruendos luctuosos iluminados por el fuego, escribió el capellán Ernesto Pérez Acosta, que ofreció al Comandante Irrazábal su sotana para huir disfrazado de la escena apocalíptica.


El jefe de la quinta división paraguaya rechazó el ofrecimiento, y años más tarde, siendo embajador de Paraguay en Lima, recordó en una misiva en clave humorística, aquel episodio de enero de 1933.

Para bombardear las líneas paraguayas, los bolivianos contaban con los más modernos aviones de la época, los Curtis Osprey, pero también con un alto mando que nunca captó el realismo mágico de esa guerra.


Al despuntar el alba sobre Nanawa, el 24 de enero de 1933, la artillería boliviana descargó su furia sobre la posición que llamaron Isla del Diablo, haciendo retroceder a sus ocupantes hacia defensas más seguras.


El jefe de la Infantería boliviana, Mayor Eliodoro León, se vio impedido de ocupar el anhelado lugar abandonado, debido a las disposiciones de Kundt, que anulaban toda iniciativa personal. De esta manera, el 24 de enero por la mañana, Bolivia perdió una oportunidad que no se volvería a repetir.


La orden demoró una hora, dando tiempo a los paraguayos de volver a sus puestos cuando un lapso de silencio siguió al tronar de la artillería boliviana. El sol calcinante del Chaco fue ese día, el Invictus que las legiones romanas asimilaron del mitraísmo, pues numerosos bolivianos cayeron inconscientes esa mañana de la insolación.


Lo que quedó en pié de los dos regimientos bolivianos comprometidos, sufrió la implacable metralla del enemigo.


Hans Kundt, el jefe alemán de los bolivianos, había prometido que almorzaría el día 21 en Nanawa, pero la batalla acabó como empezó el día 26.


No hubo más novedades en el frente, hasta que a principios de agosto los bolivianos se percataron que en Nanawa perdían el tiempo, retirando la mayoría de sus tropas hacia posiciones más urgentes. LAW

El Verdún paraguayo

Si existe en la historia militar una prueba de que la guerra las ganan los hombres y no las armas, es la batalla de Nanawa, librada en enero de 1933 durante la guerra del Chaco
Luis Agüero Wagner
martes, 23 de enero de 2024, 11:44 h (CET)

El día 23 de enero de 1933, los bolivianos trataron de desalojar a los paraguayos de sus posiciones en Nanawa, sin poder ir más allá de las posiciones alcanzadas en su avance inicial del día 20, y padeciendo numerosas bajas. Si existe en la historia militar una prueba de que la guerra las ganan los hombres y no las armas, es esa batalla librada en Enero de 1933.


La defensa fue exclusivamente humana, recuerda un cronista, sin fortificaciones ni casamatas, sólo trincheras y líneas de hombres capaces de soportar como espartanos cualquier sacrificio, y resistir a un enemigo confiado en la superioridad de sus armas.


Todo había empezado el 20 de enero de 1933, bajo una torrencial e inusual lluvia, cuando las fuerzas de Bolivia se lanzaron al asalto del bastión paraguayo de Nanawa.


Un popular cantar de gesta paraguayo recuerda esa fecha, como el día en que un extranjero anciano y tonto, se rompió la nariz contra una muralla viva.


En aquel 20 de enero, el veterano y aristocrático general alemán Hans Kundt, general en jefe de los ejércitos de Bolivia, fracasó en su intención de abrirse camino hacia el río Paraguay. Se interpuso en su itinerario la quinta división paraguaya, comandada por el Teniente Coronel Luis Irrazábal.


Los testimonios describen aquella batalla como una tela pintada por Edvard Munch, representado todo el horror y la ruptura espiritual que una guerra puede generar; una perturbadora ruptura de la paz, una desesperante, monstruosa y alucinante pesadilla.


En medio del traqueteo de ametralladoras y estruendos luctuosos iluminados por el fuego, escribió el capellán Ernesto Pérez Acosta, que ofreció al Comandante Irrazábal su sotana para huir disfrazado de la escena apocalíptica.


El jefe de la quinta división paraguaya rechazó el ofrecimiento, y años más tarde, siendo embajador de Paraguay en Lima, recordó en una misiva en clave humorística, aquel episodio de enero de 1933.

Para bombardear las líneas paraguayas, los bolivianos contaban con los más modernos aviones de la época, los Curtis Osprey, pero también con un alto mando que nunca captó el realismo mágico de esa guerra.


Al despuntar el alba sobre Nanawa, el 24 de enero de 1933, la artillería boliviana descargó su furia sobre la posición que llamaron Isla del Diablo, haciendo retroceder a sus ocupantes hacia defensas más seguras.


El jefe de la Infantería boliviana, Mayor Eliodoro León, se vio impedido de ocupar el anhelado lugar abandonado, debido a las disposiciones de Kundt, que anulaban toda iniciativa personal. De esta manera, el 24 de enero por la mañana, Bolivia perdió una oportunidad que no se volvería a repetir.


La orden demoró una hora, dando tiempo a los paraguayos de volver a sus puestos cuando un lapso de silencio siguió al tronar de la artillería boliviana. El sol calcinante del Chaco fue ese día, el Invictus que las legiones romanas asimilaron del mitraísmo, pues numerosos bolivianos cayeron inconscientes esa mañana de la insolación.


Lo que quedó en pié de los dos regimientos bolivianos comprometidos, sufrió la implacable metralla del enemigo.


Hans Kundt, el jefe alemán de los bolivianos, había prometido que almorzaría el día 21 en Nanawa, pero la batalla acabó como empezó el día 26.


No hubo más novedades en el frente, hasta que a principios de agosto los bolivianos se percataron que en Nanawa perdían el tiempo, retirando la mayoría de sus tropas hacia posiciones más urgentes. LAW

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