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Toda pérdida supone una ganancia, incluso la pérdida más grande

Confiar, dejarse llevar…

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Cuenta J. Bucay de un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua que inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo: por lo tanto, subió sin compañeros. Se le hizo tarde, no se preparó para acampar, decidido a llegar a la cima y le oscureció.


La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, sin visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.


Cansado, por un acantilado, se resbaló y se desplomó por los aires... cayó rápido, pero esos momentos se hicieron largos: podía ver veloces manchas oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente gratos y no tan gratos momentos de la vida, y sintió el tirón fuerte... Sí, como todo montañero, estaba asegurado, y las cuerdas tienen elasticidad, aguantan hasta 10 toneladas…


En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: "ayúdame, Dios mío..." De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "¿qué quieres que haga?"

   -"Sálvame, Dios mío.”

   -"Si confías en mí, corta la cuerda que te sostiene...”

   

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...

   

Cuenta el equipo de rescate que por la mañana encontraron colgado a un alpinista congelado, medio muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... a dos metros del suelo...

   

Y concluye Bucay: “... ¿Y tú?... ¿Qué tan confiado estás de tu cuerda?... ¿Por qué no la sueltas? Y yo digo, a veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos de las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.


Hablar de la pérdida es un camino de lágrimas con frecuencia, pues nos apegamos a las personas, a las cosas. Se lloran las pérdidas, hasta que aprendemos a soltar, dejar ir, enriquecidos por aquello que hoy ya no tengo pero pasó por mí y también por la experiencia vivida en el proceso. Cada pérdida conlleva una ganancia.


Esto es difícil entender, cuando uno está sujeto a emociones que aparecen como la única verdad, pero luego cuando más negra es la noche “amanece Dios”. Así, hay como una revelación en cada persona y en cada acontecimiento, la vida es como un camino en el que vamos encontrando las pruebas cuando estamos preparados, para continuar en la misión, es como un ir descubriendo el sentido de la vida, del por qué de las cosas. Así, los fracasos, el dolor, las penas, nos van preparando para algo a lo que antes no servíamos, pero que con el aprendizaje ya servimos, podemos afrontar nuevos retos, transformados como el gusano que en el crisol del dolor, se transforma en mariposa…


Así, toda pérdida supone una ganancia, incluso la pérdida más grande, "la muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a Aquel que amamos" (San Agustín). Si hemos visto que la vida es un camino, un aprendizaje, que tiene un fin, que es el comienzo de una nueva etapa, una “graduación”,dejar esta escuela para pasar a un nivel más alto de consciencia, no hemos de temerla sino dejarnos llevar por la vida, ya que por ese caminar encontramos la felicidad: "la Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo" (P. Novet).

Confiar, dejarse llevar…

Toda pérdida supone una ganancia, incluso la pérdida más grande
Llucià Pou Sabaté
jueves, 22 de febrero de 2024, 09:41 h (CET)

Cuenta J. Bucay de un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua que inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo: por lo tanto, subió sin compañeros. Se le hizo tarde, no se preparó para acampar, decidido a llegar a la cima y le oscureció.


La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, sin visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.


Cansado, por un acantilado, se resbaló y se desplomó por los aires... cayó rápido, pero esos momentos se hicieron largos: podía ver veloces manchas oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente gratos y no tan gratos momentos de la vida, y sintió el tirón fuerte... Sí, como todo montañero, estaba asegurado, y las cuerdas tienen elasticidad, aguantan hasta 10 toneladas…


En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: "ayúdame, Dios mío..." De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "¿qué quieres que haga?"

   -"Sálvame, Dios mío.”

   -"Si confías en mí, corta la cuerda que te sostiene...”

   

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...

   

Cuenta el equipo de rescate que por la mañana encontraron colgado a un alpinista congelado, medio muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... a dos metros del suelo...

   

Y concluye Bucay: “... ¿Y tú?... ¿Qué tan confiado estás de tu cuerda?... ¿Por qué no la sueltas? Y yo digo, a veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos de las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.


Hablar de la pérdida es un camino de lágrimas con frecuencia, pues nos apegamos a las personas, a las cosas. Se lloran las pérdidas, hasta que aprendemos a soltar, dejar ir, enriquecidos por aquello que hoy ya no tengo pero pasó por mí y también por la experiencia vivida en el proceso. Cada pérdida conlleva una ganancia.


Esto es difícil entender, cuando uno está sujeto a emociones que aparecen como la única verdad, pero luego cuando más negra es la noche “amanece Dios”. Así, hay como una revelación en cada persona y en cada acontecimiento, la vida es como un camino en el que vamos encontrando las pruebas cuando estamos preparados, para continuar en la misión, es como un ir descubriendo el sentido de la vida, del por qué de las cosas. Así, los fracasos, el dolor, las penas, nos van preparando para algo a lo que antes no servíamos, pero que con el aprendizaje ya servimos, podemos afrontar nuevos retos, transformados como el gusano que en el crisol del dolor, se transforma en mariposa…


Así, toda pérdida supone una ganancia, incluso la pérdida más grande, "la muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a Aquel que amamos" (San Agustín). Si hemos visto que la vida es un camino, un aprendizaje, que tiene un fin, que es el comienzo de una nueva etapa, una “graduación”,dejar esta escuela para pasar a un nivel más alto de consciencia, no hemos de temerla sino dejarnos llevar por la vida, ya que por ese caminar encontramos la felicidad: "la Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo" (P. Novet).

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