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Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío

Vaciar para llenar: una lección de vida

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Hace unos días, mientras saboreaba mi café matutino, me di cuenta de la profunda lección que esa taza podía ofrecerme. ¿Qué significa vaciarme? La taza me enseña que para llenarme de cosas mejores de las que tengo, necesito vaciar primero aquello que no me interesa; además, tengo que aprender a mostrarme vulnerable, a admitir que algo ha cambiado, que ya no está. Así como debo deshacerme del contenido de la taza para volver a llenarla. Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío. Al hacerlo, abro la posibilidad de volver a llenarla, de recibir nuevas experiencias y aprendizajes.

   

La taza vacía, en cierto modo, muestra la historia de mi relación con mi crecimiento y el mundo. Es un ciclo constante de experiencias: entrar y salir, llenarse y vaciarse, tomar y dejar. Vivir estos duelos es crucial para mi crecimiento, aunque admito que no siempre es fácil ni está libre de daño.

   

La sabiduría oriental nos habla de que hay que aprender a soltar los apegos, para poder ser libres y no sufrir. Cuanto mayor sea mi apego a lo que dejo atrás, más intenso será el dolor en la separación, en la pérdida: "Si uno no ama, no sufre". Pero pienso que también hay que pensar que llenarse de amor auténtico significa sufrir: el que ama se arriesga a sufrir.

   

“Nadie crece sin haber pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es" (Jorge Bucay). A través de las dificultades vamos descubriendo oportunidades de crecimiento, como se dice vulgarmente: “lo que no mata te hace crecer”. Lo que nos confronta, nos sirve de aprendizaje para ese crecimiento.

   

Cuando nos culpamos por la muerte de un ser querido, recordemos que la vida es una mezcla de amores y desamores, triunfos y fracasos, como en un cuadro hay una sinfonía de colores. Si todo fuera claridad, no habría contrastes en la pintura, contrapuntos. Así, en la vida tenemos momentos agridulces, y podemos ser felices sin depender de si hay o no alguna frustración: podemos ir tomando ese néctar divino de todo, así como una abeja va acopiando dosis de polen en cada flor. Y en ese proceso de vaciar y llenar, vemos que una vida con sentido es una vida con amor, de sentirse amado y saber amar.

   

Y para ello hemos de vaciar el ego, por efecto el afán de controlar que es una derivación, uno de los miedos que tenemos… y soltar amarras, que significa confiar en Dios, no aferrarnos a proyectos demasiado elaborados, pues los proyectos mejor que estén abiertos, no determinados por fechas y objetivos sino por un propósito y compromiso.


Debemos dejar que la mano de Dios los rehaga, como el alfarero hace con el barro fresco. Él sabe más, nos guía a todos, nos dice como a Pedro: "sígueme".  Y en todo esto hay una paradoja: aquello que perdemos ahora, nos lo dará con creces, cien veces más. Así, como mi taza de café, aprendamos a vaciarnos para poder llenarnos de nuevo.

Vaciar para llenar: una lección de vida

Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío
Llucià Pou Sabaté
viernes, 8 de marzo de 2024, 09:32 h (CET)

Hace unos días, mientras saboreaba mi café matutino, me di cuenta de la profunda lección que esa taza podía ofrecerme. ¿Qué significa vaciarme? La taza me enseña que para llenarme de cosas mejores de las que tengo, necesito vaciar primero aquello que no me interesa; además, tengo que aprender a mostrarme vulnerable, a admitir que algo ha cambiado, que ya no está. Así como debo deshacerme del contenido de la taza para volver a llenarla. Mi vida se enriquece cada vez que la colmo, pero también cada vez que la vacío. Al hacerlo, abro la posibilidad de volver a llenarla, de recibir nuevas experiencias y aprendizajes.

   

La taza vacía, en cierto modo, muestra la historia de mi relación con mi crecimiento y el mundo. Es un ciclo constante de experiencias: entrar y salir, llenarse y vaciarse, tomar y dejar. Vivir estos duelos es crucial para mi crecimiento, aunque admito que no siempre es fácil ni está libre de daño.

   

La sabiduría oriental nos habla de que hay que aprender a soltar los apegos, para poder ser libres y no sufrir. Cuanto mayor sea mi apego a lo que dejo atrás, más intenso será el dolor en la separación, en la pérdida: "Si uno no ama, no sufre". Pero pienso que también hay que pensar que llenarse de amor auténtico significa sufrir: el que ama se arriesga a sufrir.

   

“Nadie crece sin haber pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es" (Jorge Bucay). A través de las dificultades vamos descubriendo oportunidades de crecimiento, como se dice vulgarmente: “lo que no mata te hace crecer”. Lo que nos confronta, nos sirve de aprendizaje para ese crecimiento.

   

Cuando nos culpamos por la muerte de un ser querido, recordemos que la vida es una mezcla de amores y desamores, triunfos y fracasos, como en un cuadro hay una sinfonía de colores. Si todo fuera claridad, no habría contrastes en la pintura, contrapuntos. Así, en la vida tenemos momentos agridulces, y podemos ser felices sin depender de si hay o no alguna frustración: podemos ir tomando ese néctar divino de todo, así como una abeja va acopiando dosis de polen en cada flor. Y en ese proceso de vaciar y llenar, vemos que una vida con sentido es una vida con amor, de sentirse amado y saber amar.

   

Y para ello hemos de vaciar el ego, por efecto el afán de controlar que es una derivación, uno de los miedos que tenemos… y soltar amarras, que significa confiar en Dios, no aferrarnos a proyectos demasiado elaborados, pues los proyectos mejor que estén abiertos, no determinados por fechas y objetivos sino por un propósito y compromiso.


Debemos dejar que la mano de Dios los rehaga, como el alfarero hace con el barro fresco. Él sabe más, nos guía a todos, nos dice como a Pedro: "sígueme".  Y en todo esto hay una paradoja: aquello que perdemos ahora, nos lo dará con creces, cien veces más. Así, como mi taza de café, aprendamos a vaciarnos para poder llenarnos de nuevo.

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