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Ha llegado un momento en que tenemos que andar por la vida como el simpático alcalde-cabrero de la serie “El pueblo”. Este hombre va cargado con un diccionario a todas partes, con el fin de entender los “palabros” que escucha a su alrededor.
Los comunicadores oficiales están tirando de una especie de lenguaje culto, casi ininteligible, con el que nos van transmitiendo conceptos y descripciones solo aptas para iniciados, como una especie de vaselina lingüística para evitar problemas. Sin ir más lejos, hoy he tenido que buscar en el diccionario lo que significa “gentrificación”.
La RAE nos dice que gentrificación es: “Proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo”. La palabra viene del inglés y significa algo así como la mejora del vecindario por la llegada de familias más pudientes. Para que lo entendamos todos. Lo que está pasando en la zona de las playas de Huelin.
Lo que diríamos en román paladín: que el pez grande se come al chico o lo lanza fuera de su territorio ocupado. La historia nos demuestra que siempre ha sido así. En la antigüedad los menos favorecidos eran arrojados extramuros y hogaño se les envía a unas nuevas barriadas en la gran puñeta. Bajo la excusa de “una renovación y mejora urbana” se va consiguiendo “renovar y mejorar” el precio de las viviendas con el fin de “mejorar” la situación económica de sus propietarios o de las empresas que pululan a su alrededor. Como contrapartida, las ciudades pierden su identidad y los ciudadanos sus raíces. Las otrora poblaciones con solera, se convierten en una especie de aglomeración de edificios, perfectamente alineados, pero sin ninguna personalidad que las identifique.
En Málaga estamos sufriendo esta transformación. Nos estamos convirtiendo en una ciudad-hotel o una ciudad-apartamentos turísticos, bares, restaurantes y tiendas de souvenirs, en la que los indígenas apenas podemos caminar y que, la mayoría vivimos a varios kilómetros de lo que era nuestro hábitat el siglo pasado.
Aún recuerdo cuando se clasificaban las clases sociales más desfavorecidas como “del puente para allá”. Ahora todos estamos acampados en los alrededores y apenas visitamos nuestra ciudad por temor a la avalancha turística y la imposibilidad de circular. De momento estos cambios nos permiten ampliar nuestro vocabulario. Aunque alguno de los nuevos términos no vienen ni en el diccionario.
Cuando en las relaciones personales, sociales o políticas se pierden o desprecian las mínimas reglas o costumbres de educación o cortesía, éstas se convierten en un territorio minado donde el desencuentro y el enfrentamiento vienen a ser la tónica general entre los miembros de una colectividad. Si además esto se traslada a las relaciones personales de ámbito internacional, las consecuencias pueden ser imprevisibles.
Lo importante es caminar en sintonía con la naturaleza y el cosmos. La vida, por si misma, es una dependencia existencial, que nos llama a ocuparla de modo armónico. Sin embargo, las acciones humanas surgen de la iluminación o de la ignorancia. Esto es lo que tenemos que trabajar, haciéndolo con la energía del corazón y con la actitud de análisis de la mente, para no caer en la deshumanización e inhumanidad de los tiempos actuales.
Por ser de diferente forma, no quiere decir que los animales sean inferiores, sino que Dios nos ha hecho distintos unos de los otros, pero todos somos creaciones de Dios y debemos respetarnos. Todos deseamos vivir con el cuerpo con que hemos nacido y anhelamos la felicidad.
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