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El lastre acumulado exige miradas francas

Tropiezos y venturas

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La sencillez y la complicación están entrelazadas hasta el punto de una relación interminable, con abrazos y desplantes, como si de seres humanos se tratase. Sus semblantes ofrecen ese doble cariz de unas entidades ambiguas. Desde la observación es difícil identificarlas con precisión debido a lo ambivalente de sus aspectos. Descubrimos la complicación de lo sencillo y viceversa, con el asombro de gentes un tanto desorientadas.


Cuesta encontrar algún recodo plácido en el camino, mientras se amplían las quimeras en el tren intranquilo de la vida. El camino impone su ritmo, ¡Y qué ritmo!, pleno de maravillas y salpicones intempestivos; de contenidos superadores y retornos con las alforjas abultadas, pero sin destapar. Los hallazgos son muy personales, casi íntimos; de ahí lo fascinante de la experiencia. Referiré algunas que me parecen ilustrativas.


La inexactitud

De las ciencias exactas.

Es fascinante.


Ya me había hecho a la nocturna tibieza de la luz de la luna y con el sueño llegaba tarde a las alboradas. Contemplé la lluvia de investigaciones de alto copete, matemáticas, espaciales e incluso del subconsciente. Soporté también las presiones de sus conclusiones intolerantes. Aunque los horizontes y las intuiciones cuánticas estimulan mis vibraciones, al pairo de esa luna como testigo fiel, al calor del sol y con ese cosquilleo interior que no acaba de resolverse.


Aturden hueras

Las aglomeraciones.

Crean desiertos.


En esto de los círculos perniciosos hemos adquirido una experiencia extensa; somos poco duchos para escapar de sus influencias, nos dedicamos a otros fogosos empleos. Nos dejamos sugestionar por señuelos aparatosos, sin atender apenas al fondo de sus recomendaciones; por el contrario, entramos en afanosa competición por el número de seguidores para cada tentadora proposición. El gentío sirve de tapadera de unos frascos sin nada consistente en su interior. La poca sustancia de tales alimentos no augura ningún fortalecimiento, pero a la vorágine instaurada le sabe a manjar exquisito.


La vergüenza huye

Por campos devastados.

La honradez, llora.


Es increíble, a la vista de todo el mundo, sea por timidez, sea por complicidad tenue o descarada, se multiplican las trayectorias para escapar de las responsabilidades adquiridas. No sirven las tretas ni los enmascaramientos, los desperfectos ocasionados son elocuentes y los mecanismos causantes evidencian sus formatos. Los lamentos refuerzan la expresividad de semejante panorama. Queda patente la ausencia radical, quizá añorada, quizá desdeñada, de una de las principales cualidades humanas.


Cuando el talento

Lidia con los estorbos.

Se ausenta el necio.


Ante los obstáculos, no queda otra, hay que acentuar la atención y exprimir el cerebro en la proyección de solucionar los problemas. Se sobreentiende la importancia de las colaboraciones para pergeñar las actuaciones recomendables. Si no se consiguieron las metas proyectadas; al menos, se aportaron los esfuerzos denodados y los recursos disponibles. La negación a participar en dichas tareas es indicativa de la estupidez de esa postura insolidaria y perjudicial para los propios ejercitantes. Gran parte de las ruidosas reivindicaciones sociales surgen de los grupos no dispuestos a las colaboraciones pertinentes. Las múltiples escusas no atenúan el desplante de quienes no quieren comprometerse con la comunidad, en realidad la combaten y constituyen una rémora notable.


Los vientos braman

Inclementes y ciegos.

Mera rutina


La metáfora de los vientos, cuando en ella se reflejan los comportamientos humanos, nos mantiene entre los ritmos caóticos. Lo peor de este asunto es la intuición de las maquinaciones subyacentes, pergeñadas de manera interesada por determinados sujetos indetectables a primera vista. Diríamos que impera la rutina errática para mucha gente, pero de una extremada preparación por parte de unos pocos diseñadores de la misma. Desentrañar todo esto supone un reto mayúsculo que supera con creces a la meteorología.


Cavando fosas

Entre fango y piedras,

Brilla una llama.


Sería ilusionante disponer de ese estandarte flamígero bien orientado, espontáneo, sin desviaciones. La luz es primordial a la hora de percibir los detalles. El calor, cuando impregna el ánimo, ayuda en las empresas más fatigosas. Aunque dichas proyecciones se desmoronan cuando los aires de las voluntades violentan y desequilibran los mejores ímpetus. Entonces, las miradas, lejos de centrarse en la luz, queman sus arrestos en torno a realidades pringosas, de turbios fundamentos. El porqué de semejantes dislates permanece sin dilucidar, pero sus repercusiones inciden de lleno en la vitalidad comunitaria.


Hay muchos tomos

En torno a la justicia.

La vida cruje.


Nadie ha conseguido ratificar a la justicia como parte natural integrante de este mundo; en todo caso, lo contrario. Las injusticias abarcan desde lo más natural a lo artificioso. Que se escribe mucho sobre ello y cada uno defiende sus intereses, eso no lo discute nadie. Los obstáculos comienzan desde los primeros intentos definitorios. Los matices, pronto se convierten en abrumadoras dificultades. Mientras las disquisiciones se eternizan, los avances titilan con alarmante fragilidad. Sobre las personas se crean reiteradas e intolerables desproporciones, con los consiguientes sufrimientos.


El desespero

Cruel y fiero, atosiga.

Pero, esos ojos…


Con el paso sucesivo de los días, el lastre acumulado es notable. En parte, nuestras apetencias no concuerdan con las de los demás; pero, sobre todo, en la serie de comportamientos se suman incongruencias peligrosas. Tendemos a lamentarnos cabizbajos, porque son muchos los despropósitos. Pero, no conviene obcecarnos con estas facetas de la vida. Es mejor reconstituyente la contemplación de esa mirada limpia, abarcadora y anhelante, de los niños; con su potente calidez, se abren a todas las posibilidades gratificantes, de empeños solidarios, de anhelos en pos de la belleza y las bondades.

Tropiezos y venturas

El lastre acumulado exige miradas francas
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 22 de marzo de 2024, 10:20 h (CET)

La sencillez y la complicación están entrelazadas hasta el punto de una relación interminable, con abrazos y desplantes, como si de seres humanos se tratase. Sus semblantes ofrecen ese doble cariz de unas entidades ambiguas. Desde la observación es difícil identificarlas con precisión debido a lo ambivalente de sus aspectos. Descubrimos la complicación de lo sencillo y viceversa, con el asombro de gentes un tanto desorientadas.


Cuesta encontrar algún recodo plácido en el camino, mientras se amplían las quimeras en el tren intranquilo de la vida. El camino impone su ritmo, ¡Y qué ritmo!, pleno de maravillas y salpicones intempestivos; de contenidos superadores y retornos con las alforjas abultadas, pero sin destapar. Los hallazgos son muy personales, casi íntimos; de ahí lo fascinante de la experiencia. Referiré algunas que me parecen ilustrativas.


La inexactitud

De las ciencias exactas.

Es fascinante.


Ya me había hecho a la nocturna tibieza de la luz de la luna y con el sueño llegaba tarde a las alboradas. Contemplé la lluvia de investigaciones de alto copete, matemáticas, espaciales e incluso del subconsciente. Soporté también las presiones de sus conclusiones intolerantes. Aunque los horizontes y las intuiciones cuánticas estimulan mis vibraciones, al pairo de esa luna como testigo fiel, al calor del sol y con ese cosquilleo interior que no acaba de resolverse.


Aturden hueras

Las aglomeraciones.

Crean desiertos.


En esto de los círculos perniciosos hemos adquirido una experiencia extensa; somos poco duchos para escapar de sus influencias, nos dedicamos a otros fogosos empleos. Nos dejamos sugestionar por señuelos aparatosos, sin atender apenas al fondo de sus recomendaciones; por el contrario, entramos en afanosa competición por el número de seguidores para cada tentadora proposición. El gentío sirve de tapadera de unos frascos sin nada consistente en su interior. La poca sustancia de tales alimentos no augura ningún fortalecimiento, pero a la vorágine instaurada le sabe a manjar exquisito.


La vergüenza huye

Por campos devastados.

La honradez, llora.


Es increíble, a la vista de todo el mundo, sea por timidez, sea por complicidad tenue o descarada, se multiplican las trayectorias para escapar de las responsabilidades adquiridas. No sirven las tretas ni los enmascaramientos, los desperfectos ocasionados son elocuentes y los mecanismos causantes evidencian sus formatos. Los lamentos refuerzan la expresividad de semejante panorama. Queda patente la ausencia radical, quizá añorada, quizá desdeñada, de una de las principales cualidades humanas.


Cuando el talento

Lidia con los estorbos.

Se ausenta el necio.


Ante los obstáculos, no queda otra, hay que acentuar la atención y exprimir el cerebro en la proyección de solucionar los problemas. Se sobreentiende la importancia de las colaboraciones para pergeñar las actuaciones recomendables. Si no se consiguieron las metas proyectadas; al menos, se aportaron los esfuerzos denodados y los recursos disponibles. La negación a participar en dichas tareas es indicativa de la estupidez de esa postura insolidaria y perjudicial para los propios ejercitantes. Gran parte de las ruidosas reivindicaciones sociales surgen de los grupos no dispuestos a las colaboraciones pertinentes. Las múltiples escusas no atenúan el desplante de quienes no quieren comprometerse con la comunidad, en realidad la combaten y constituyen una rémora notable.


Los vientos braman

Inclementes y ciegos.

Mera rutina


La metáfora de los vientos, cuando en ella se reflejan los comportamientos humanos, nos mantiene entre los ritmos caóticos. Lo peor de este asunto es la intuición de las maquinaciones subyacentes, pergeñadas de manera interesada por determinados sujetos indetectables a primera vista. Diríamos que impera la rutina errática para mucha gente, pero de una extremada preparación por parte de unos pocos diseñadores de la misma. Desentrañar todo esto supone un reto mayúsculo que supera con creces a la meteorología.


Cavando fosas

Entre fango y piedras,

Brilla una llama.


Sería ilusionante disponer de ese estandarte flamígero bien orientado, espontáneo, sin desviaciones. La luz es primordial a la hora de percibir los detalles. El calor, cuando impregna el ánimo, ayuda en las empresas más fatigosas. Aunque dichas proyecciones se desmoronan cuando los aires de las voluntades violentan y desequilibran los mejores ímpetus. Entonces, las miradas, lejos de centrarse en la luz, queman sus arrestos en torno a realidades pringosas, de turbios fundamentos. El porqué de semejantes dislates permanece sin dilucidar, pero sus repercusiones inciden de lleno en la vitalidad comunitaria.


Hay muchos tomos

En torno a la justicia.

La vida cruje.


Nadie ha conseguido ratificar a la justicia como parte natural integrante de este mundo; en todo caso, lo contrario. Las injusticias abarcan desde lo más natural a lo artificioso. Que se escribe mucho sobre ello y cada uno defiende sus intereses, eso no lo discute nadie. Los obstáculos comienzan desde los primeros intentos definitorios. Los matices, pronto se convierten en abrumadoras dificultades. Mientras las disquisiciones se eternizan, los avances titilan con alarmante fragilidad. Sobre las personas se crean reiteradas e intolerables desproporciones, con los consiguientes sufrimientos.


El desespero

Cruel y fiero, atosiga.

Pero, esos ojos…


Con el paso sucesivo de los días, el lastre acumulado es notable. En parte, nuestras apetencias no concuerdan con las de los demás; pero, sobre todo, en la serie de comportamientos se suman incongruencias peligrosas. Tendemos a lamentarnos cabizbajos, porque son muchos los despropósitos. Pero, no conviene obcecarnos con estas facetas de la vida. Es mejor reconstituyente la contemplación de esa mirada limpia, abarcadora y anhelante, de los niños; con su potente calidez, se abren a todas las posibilidades gratificantes, de empeños solidarios, de anhelos en pos de la belleza y las bondades.

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