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Hemos dado por hecho que las cosas se harán sin nuestro concurso. Pero que nos cabrá la pataleta de pedir responsabilidades cuando el daño ya esté hecho y sea irreparable

¿Somos ciudadanos o no?

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El ciudadano necesita una información veraz y total. Lo contrario, significa que no es considerado como tal. Los estados, después, podrán aportar todos los matices necesarios para que su experiencia y profesionalidad delineen las razones de estado que consideren oportunas. Y a nosotros nos corresponderá decir sí o no. Después de todo somos los verdaderos sufridores de las consecuencias de esas razones. Pero esa información previa es indispensable.


Los conflictos bélicos actuales han tenido el efecto de sacarnos del jardín de infancia. En todos los sitios que se permiten comentarios se ve una preocupación y una intuición ciudadana que luego no se plasma en las páginas oficializadas. Es curioso que con la criba noticiera que hay, esos ciudadanos hayan podido crear su propia versión. Y es que las contradicciones oficiales y oficiosas son tan grandes, tan manifiestas, tan ausentes de lógica y sentido histórico, que la realidad se escapa por los agujeros de la malla.


Afortunadamente, no toda la prensa es igual. Aquí, lamentablemente sólo la no oficializada brilla por su presencia. En Francia, país con siglos de libertad de expresión, la cosa no es tan radical. Hoy, por ejemplo, en l´Opinion, Jean Dominique Merchet se pregunta sobre qué dice Macron. Por lo visto Francia sólo podría sostener un frente de apenas 80 kilómetros, frente a miles de kilómetros de conflicto. Los expertos en técnica militar se lo reprochan.


Comienza su artículo así: “Mencionada por Emmanuel Macron, la hipótesis de enviar tropas occidentales a Ucrania para luchar contra Rusia fue rápidamente descartada el martes por varios países de la OTAN... Además, el Elíseo anunció que el Gobierno presentará ante el Parlamento una declaración sobre el acuerdo bilateral de seguridad con Ucrania. A esta declaración le seguirá un debate y, por una vez, una votación”.


En otro lugar añade que ni sus principales ministros están de acuerdo con su postura. Y por fin una votación, dice el articulista. Sí, es necesario que en las actas de los parlamentos queden plasmadas las responsabilidades de los privilegiados por el voto de los ciudadanos.


Responsabilidades: un lapsus mental. Es decir, que hemos dado por hecho que las cosas se harán sin nuestro concurso. Pero que nos cabrá la pataleta de pedir responsabilidades cuando el daño ya esté hecho, sea irreparable, y todos los responsables estén en las Seychelles (o en el Cielo). ¿Podrá Scholz sacar a Alemania de su pozo? ¿Quién indemnizará al pueblo alemán? No, es un derecho indeclinable decidir nuestro destino. Los políticos, los partidos, no son amos. Son intermediarios, (delegados), entre los gobiernos y los ciudadanos. Haber sido votados no significa que el compromiso con los ciudadanos esté consumado. Es decir, que la jerarquía es la siguiente: ciudadanos, grupos parlamentarios (partidos) que recogen su expresión y que componen (y tanto) los gobiernos; y estos, los que han de ejecutar los deseos de aquellos. En España no elegimos ni a un presidente, ni a un Jefe de Estado. ¿Asamblearismo? En absoluto. Pero tampoco caquistocracia.

En definitiva, la conformación de la opinión pública es el fundamento de una democracia. Sin esa opinión ¿qué democracia cabe? Por lo tanto, tan importante es cómo se conforma esa opinión. Y esto no está atendido, ni se considera un obstáculo para analizar la calidad de esa democracia (si lo es). Curiosamente, sólo nos preocupa sa salud de la información de los otros.


¿Vemos brujas donde no las hay? Entonces por qué en el “VII Congreso de Editores de Europa y América Latina, celebrado en Bruselas, se ha aprobado elevar a las autoridades de cada país y a la Comisión y el Parlamento europeos, entre otras, las siguientes conclusiones?: “…(M)antener altos (los) estándares éticos y de responsabilidad en el ejercicio periodístico para contrarrestar la desinformación y las noticias falsas…”.


“…(F)omentar una cultura de paz a través de las publicaciones, condenando los conflictos armados y promoviendo el diálogo y la resolución pacífica de conflictos…”.


Por supuesto, esto, el qué, es lo fácil. Falta el cómo. ¿Será una comisión gubernamental la que vigile las mentiras de fuera y de dentro? ¿Cuántos siglos llevamos con esta tabarra? ¿O por el contrario será una censura más, bajo el ropaje de la defensa de la veracidad? Es insuficiente.


La cuestión de cómo conformar una opinión pública sana y bien estructurada no es un problema sólo periodístico. También lo es cultural. Cuando algo retrocede, todo lo que está a su alrededor tiende a imitarle. Es decir, el de la cultura también se está convirtiendo en un problema, Dice La Razón: “Se extiende en Estados Unidos la inclusión de “cláusulas de moralidad” en los contratos editoriales, ante el estupor de los defensores de la libertad y la impotencia de los propios escritores. …”


Cambio 16, añade: “El año pasado se solicitó la salida de 1.269 libros de los anaqueles de las bibliotecas escolares y públicas de Estados Unidos. Esta cifra es el doble de la que se presentó en 2021” Entre los censurados están: “Un mundo feliz de Aldous Huxley; Anna Karenina de León Tolstoi; El cuento de la criada de Margaret Atwood; El color púrpura de Alice Walker; 2001: odisea del espacio de Arthur C. Clarke; Forrest Gump de Winston Groom; La chica del tren de Paula Hawkings; La hora de la araña de James Patterson, (el primero de uno de los 100 grandes libros estadounidenses de Public Broadcasting)…” Diario es por su parte dice: “Hay varios premios Nobel de Literatura, pero también de la Paz, ya que entre los afectados están Elie Weisel, investigador y víctima del Holocausto, Nelson Mandela o Malala Yousafzai, la adolescente que se enfrentó a los talibanes por su derecho a la educación”.


¿Qué nos prepara el mundo? Ellos lo saben; nosotros no. Pero callamos. Ahí, cada cual, con su responsabilidad. Y su responsabilidad no ha de ser frontal. Pero sí entre líneas y con sinónimos. Y por supuesto nunca colaborando en la poda.


Volviendo arriba: y esos selectos que pugnan por quitarnos la ciudadanía, ¿quiénes son, que sin embargo no les preocupa dar de comer al hambriento ni de beber al sediento, y siempre están envueltos en guerras injustificables? Cualquiera diría que su gestión es positiva para que tengan la convicción de que sólo ellos pueden decidir.

¿Somos ciudadanos o no?

Hemos dado por hecho que las cosas se harán sin nuestro concurso. Pero que nos cabrá la pataleta de pedir responsabilidades cuando el daño ya esté hecho y sea irreparable
Luis Méndez Viñolas
martes, 26 de marzo de 2024, 09:19 h (CET)

El ciudadano necesita una información veraz y total. Lo contrario, significa que no es considerado como tal. Los estados, después, podrán aportar todos los matices necesarios para que su experiencia y profesionalidad delineen las razones de estado que consideren oportunas. Y a nosotros nos corresponderá decir sí o no. Después de todo somos los verdaderos sufridores de las consecuencias de esas razones. Pero esa información previa es indispensable.


Los conflictos bélicos actuales han tenido el efecto de sacarnos del jardín de infancia. En todos los sitios que se permiten comentarios se ve una preocupación y una intuición ciudadana que luego no se plasma en las páginas oficializadas. Es curioso que con la criba noticiera que hay, esos ciudadanos hayan podido crear su propia versión. Y es que las contradicciones oficiales y oficiosas son tan grandes, tan manifiestas, tan ausentes de lógica y sentido histórico, que la realidad se escapa por los agujeros de la malla.


Afortunadamente, no toda la prensa es igual. Aquí, lamentablemente sólo la no oficializada brilla por su presencia. En Francia, país con siglos de libertad de expresión, la cosa no es tan radical. Hoy, por ejemplo, en l´Opinion, Jean Dominique Merchet se pregunta sobre qué dice Macron. Por lo visto Francia sólo podría sostener un frente de apenas 80 kilómetros, frente a miles de kilómetros de conflicto. Los expertos en técnica militar se lo reprochan.


Comienza su artículo así: “Mencionada por Emmanuel Macron, la hipótesis de enviar tropas occidentales a Ucrania para luchar contra Rusia fue rápidamente descartada el martes por varios países de la OTAN... Además, el Elíseo anunció que el Gobierno presentará ante el Parlamento una declaración sobre el acuerdo bilateral de seguridad con Ucrania. A esta declaración le seguirá un debate y, por una vez, una votación”.


En otro lugar añade que ni sus principales ministros están de acuerdo con su postura. Y por fin una votación, dice el articulista. Sí, es necesario que en las actas de los parlamentos queden plasmadas las responsabilidades de los privilegiados por el voto de los ciudadanos.


Responsabilidades: un lapsus mental. Es decir, que hemos dado por hecho que las cosas se harán sin nuestro concurso. Pero que nos cabrá la pataleta de pedir responsabilidades cuando el daño ya esté hecho, sea irreparable, y todos los responsables estén en las Seychelles (o en el Cielo). ¿Podrá Scholz sacar a Alemania de su pozo? ¿Quién indemnizará al pueblo alemán? No, es un derecho indeclinable decidir nuestro destino. Los políticos, los partidos, no son amos. Son intermediarios, (delegados), entre los gobiernos y los ciudadanos. Haber sido votados no significa que el compromiso con los ciudadanos esté consumado. Es decir, que la jerarquía es la siguiente: ciudadanos, grupos parlamentarios (partidos) que recogen su expresión y que componen (y tanto) los gobiernos; y estos, los que han de ejecutar los deseos de aquellos. En España no elegimos ni a un presidente, ni a un Jefe de Estado. ¿Asamblearismo? En absoluto. Pero tampoco caquistocracia.

En definitiva, la conformación de la opinión pública es el fundamento de una democracia. Sin esa opinión ¿qué democracia cabe? Por lo tanto, tan importante es cómo se conforma esa opinión. Y esto no está atendido, ni se considera un obstáculo para analizar la calidad de esa democracia (si lo es). Curiosamente, sólo nos preocupa sa salud de la información de los otros.


¿Vemos brujas donde no las hay? Entonces por qué en el “VII Congreso de Editores de Europa y América Latina, celebrado en Bruselas, se ha aprobado elevar a las autoridades de cada país y a la Comisión y el Parlamento europeos, entre otras, las siguientes conclusiones?: “…(M)antener altos (los) estándares éticos y de responsabilidad en el ejercicio periodístico para contrarrestar la desinformación y las noticias falsas…”.


“…(F)omentar una cultura de paz a través de las publicaciones, condenando los conflictos armados y promoviendo el diálogo y la resolución pacífica de conflictos…”.


Por supuesto, esto, el qué, es lo fácil. Falta el cómo. ¿Será una comisión gubernamental la que vigile las mentiras de fuera y de dentro? ¿Cuántos siglos llevamos con esta tabarra? ¿O por el contrario será una censura más, bajo el ropaje de la defensa de la veracidad? Es insuficiente.


La cuestión de cómo conformar una opinión pública sana y bien estructurada no es un problema sólo periodístico. También lo es cultural. Cuando algo retrocede, todo lo que está a su alrededor tiende a imitarle. Es decir, el de la cultura también se está convirtiendo en un problema, Dice La Razón: “Se extiende en Estados Unidos la inclusión de “cláusulas de moralidad” en los contratos editoriales, ante el estupor de los defensores de la libertad y la impotencia de los propios escritores. …”


Cambio 16, añade: “El año pasado se solicitó la salida de 1.269 libros de los anaqueles de las bibliotecas escolares y públicas de Estados Unidos. Esta cifra es el doble de la que se presentó en 2021” Entre los censurados están: “Un mundo feliz de Aldous Huxley; Anna Karenina de León Tolstoi; El cuento de la criada de Margaret Atwood; El color púrpura de Alice Walker; 2001: odisea del espacio de Arthur C. Clarke; Forrest Gump de Winston Groom; La chica del tren de Paula Hawkings; La hora de la araña de James Patterson, (el primero de uno de los 100 grandes libros estadounidenses de Public Broadcasting)…” Diario es por su parte dice: “Hay varios premios Nobel de Literatura, pero también de la Paz, ya que entre los afectados están Elie Weisel, investigador y víctima del Holocausto, Nelson Mandela o Malala Yousafzai, la adolescente que se enfrentó a los talibanes por su derecho a la educación”.


¿Qué nos prepara el mundo? Ellos lo saben; nosotros no. Pero callamos. Ahí, cada cual, con su responsabilidad. Y su responsabilidad no ha de ser frontal. Pero sí entre líneas y con sinónimos. Y por supuesto nunca colaborando en la poda.


Volviendo arriba: y esos selectos que pugnan por quitarnos la ciudadanía, ¿quiénes son, que sin embargo no les preocupa dar de comer al hambriento ni de beber al sediento, y siempre están envueltos en guerras injustificables? Cualquiera diría que su gestión es positiva para que tengan la convicción de que sólo ellos pueden decidir.

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