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He mostrado públicamente mis diferencias con algunas medidas que ha tomado el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y con su política de alianzas en los últimos tiempos. Lo hice por convicción y lealtad y por esas mismas razones quiero expresarle ahora mi completo apoyo, mi solidaridad, mi afecto y mi agradecimiento.
Mi apoyo, ante lo duro que debe ser aguantar tanto insulto e infamia.
Mi solidaridad, porque la derecha no está poniendo límite alguno al ataque personal e inhumano a él y a su familia.
Mi afecto, porque comparto sus ideas progresistas, por encima de las diferencias.
Y mi agradecimiento porque, gracias al gobierno que preside y a pesar de todas las dificultades, se han podido tomar muchas decisiones en beneficio de las personas más desfavorecidas que la derecha siempre ha rechazado
Esta expresión de mis sentimientos que ahora también hago pública es muy modesta. Pero tengo la seguridad de que si fuésemos miles y miles las personas que levantásemos al unísono nuestra voz contra el cainismo y la infamia, contra la política convertida en una constante e inhuman agresión al adversario, y a favor del respeto y la paz como forma de abordar los conflictos, no nos dolería tanto España como ahora nos duele a personas de todas las ideologías.
Toda mi comprensión y todo mi ánimo para el presidente Pedro Sánchez, para su familia y para la militancia del Partido Socialista Obrero Español.
Aunque criticada por su nivel de simplificación, la teoría del cerebro reptiliano, difundida por el neurólogo Paul D. MacLean en la década de 1960, se presenta atrayente para los legos en la materia, como es el caso de quien suscribe, pues nos retrotrae a otros esquematismos explicativos, verbigracia, el de infraestructura/superestructura.
Las especulaciones del pensamiento, sean de gente común o de egregios pensadores, cotizan a la baja frente a los requerimientos prácticos; generan una serie de abstracciones teóricas, difíciles de amoldar en la encarnadura de lo que son el ser humano concreto, el individuo, y el sujeto colectivo.
Hemos pasado de la “gloriosa” etapa del nacionalcatolicismo, en la que todo era cumplimiento y parabienes, a una especie de paso a la persecución solapada y el ninguneo –cuando no desprecio- hacia la Iglesia Católica. Los cristianos de a pie vemos como desciende de una manera exagerada el número de los que se consideran católicos, mientras muchos renuncian a su pertenencia a una fe que confesaron en su día, y que hoy la consideran como algo “cultural” y arcaico.
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