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I
Las manecillas del reloj regresaron al mismo punto por el que transitaron ayer, el calendario está en la misma fecha, situación irrepetible por siempre en la nomenclatura gregoriana.
Frente a la ventana, ella pierde su mirada en el infinito, una maleta de cuero café depositada en el piso está a su costado.
Él está ausente, quizá representado por el viejo poemario que yace en la mesa de madera.
Todo yace en el mismo lugar –al menos en apariencia, porque ya sabemos que nada se encuentra en el mismo punto por efecto de los movimientos de rotación y traslación planetaria, y de los incontables sismos–, nada se ha movido desde hace veinticuatro horas.
Hay pequeños cambios en la escena, solo perceptibles para una mirada entrenada en horas y horas de juegos centrados en la observación y en hallar diferencias.
II
Han pasado quince días y otra vez parece que nada se ha movido.
Todo está en el mismo lugar con las salvedades que pudiera haber en el caso, y que ya se han expresado.
Los pequeños cambios son cada vez más imperceptibles.
¿Congelamiento del espacio tiempo?
III
Un mes y, ahora sí, nada se ha movido o cambiado.
¿Paradoja geométrica?
IV
No sé hasta cuando la imagen de la moza perdurará / en la memoria de las promesas que ya están, / pero qué más da lucubrar / y afirmar que parte de esos pasajes / –risas y tristezas varias– / yo capté; / las guardé para mí. / Y cuando la huella sea eso, / cuando los veranos sean muchos, / esa imagen hoy viva / seguirá siendo viva, / tan fresca / como la pintura detrás del anuncio: "No pisar". / Cuando la rota y la ruta sean otras, / cuando la fiebre terráquea nos haya alcanzado, / ni el tiempo ni la distancia / separarán mi mano / del baúl que guarde esos recuerdos, / a menos que el trastorno del olvido me invada, / y entonces, solo entonces, / los poemas que te escribí / cobrarán valor de historia. (De poesía a historia. APR. 1/jul/2023)
V
Todo guarda una proporción en la imagen, no es para menos, el artista ha alcanzado tal nivel que imita con gran cercanía la realidad.
Pero hay proporciones que escapan a lo plasmado, son más claramente entendibles en el rubro de las correspondencias.
VI
te arranqué de mi pecho / te boté al vacío / al fin amaneció / la luz pacificó los mares / en la quietud vi la infinita bóveda / a ras la rotación de lo alto / la cura llegó del corazón (Cauterización. APR. Abril, 2024)
VII
La lentitud con la que ha cambiado el cuadro solo es entendible en la correspondencia directamente proporcional a la que el pintor ha ido curando su interior, arrancando de su pecho el dolor de ese desamor y el traslado del núcleo a sí mismo.
En una casona antigua y desolada, en el centro de la sala se encontraba un espejo de un metro de alto y cincuenta centímetros de ancho, montado y sostenido por una linda mesita antigua. En él convergían las articulaciones de todos los espacios.
Cuenta Irene Vallejo que San Agustín se quedó absolutamente perplejo al ver al obispo de Milán leyendo para sí mismo, al ver cómo “sus ojos transitaban por las páginas, pero su lengua callaba”. La anécdota la usa la escritora —siempre elegante, delicada y tensa— para argumentar que, hasta bien entrada la Edad Media, la lectura se hacía solo en voz alta, de ahí la extrañeza del filósofo, que veía, por primera vez, un lector tal como nosotros lo imaginamos.
Me veo en el espejo y veo el tiempo, que en el silencio, ya no muere. Mi rostro lleno de quebrantos, arrugas en mis ojos, en mis labios.
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