Dijo alguna vez Mao Tse Tung que el imperialismo estadounidense es un tigre de papel, en una famosa entrevista que le hiciera la periodista estadounidense Anna Louise Strong, en 1956.
En realidad, Mao solo había usado una antigua expresión popular de sabiduría china, utilizada desde tiempos inmemoriales para definir una amenaza solo aparente, que en realidad es impotente e inofensiva. Mao profundizó en su idea afirmando que lo que está hecho de papel, es capaz de resistir al viento y la lluvia.
El papel es un material frágil, que también puede ser destruido por el fuego o el simple paso del tiempo. Un ejemplo son los otrora omnipotentes medios impresos, que en mayor o menor grado, en casi todo el orbe van disminuyendo su tiraje y su número de páginas, barridas por el paso del tiempo y los avances tecnológicos, como si fueran hojas secas de un árbol viejo.
En Paraguay, esta evolución es cada vez más notoria si se considera lo que sucede con el otrora hegemónico diario ABC color, cuyo propietario Aldo Zucolillo, es un verdadero paradigma del reaccionario superficialmente poderoso, pero propenso a extenderse más allá de sus limitaciones, por lo que no sorprende su desmoronamiento repentino.
Es precisamente lo que expresó el senador Victor Bogado en un elocuente discurso en el senado paraguayo, afirmando que el imperio de Zuccolillo que hoy se desmorona día a día es apenas de papel.
A propósito de las víctimas del insano emperador de marras, y solamente por tratarse de un pedido expreso de mi amiga Cynthia Nuñez, quien recurrió a mí ante el hostigamiento que sufre y del cual soy testigo, reconozco que me encontraba acompañado por ella la noche del jueves 7 de enero, cuando sucedieron los extraños hechos que relaté un artículo publicado en esta misma columna, y titulado Rémoras del estado policíaco en Paraguay.
Aquella noche tuve el disgusto de reencontrarme con una policía que se resiste a olvidar lo tenebroso de su propio pasado, haciendo una barrera ilegal en la esquina de mi casa y buscando sacarme dinero, reteniendo el vehículo en el cual yo estaba circulando sin orden judicial alguna, y sin haberme sorprendido in fraganti en absolutamente nada. Lógicamente me negué, como lo haría cualquiera que conoce sus derechos, y entonces procedieron con violencia contra mí e intentaron violar mi domicilio.
Como si fuera que estaban procediendo contra algún peligroso criminal, pidieron refuerzos y en pocos minutos se presentaron más patrulleras. También fingieron desconocer mi domicilio, siendo que se trata de policías de la comisaría de la cual mi familia es benefactora, y de mi barrio, del cual soy habitante hace cuarenta años, con el evidente propósito de extorsionar de forma alevosa y descarada.
Por si no bastase todo esto, buscaron chantajearme amenazando con llamar a la prensa y exponerme a un supuesto bochorno. Curiosamente, un periodista amigo se apersonó en el lugar raudamente a pedido de las “fuerzas del orden”, como si la prensa fuera auxiliar de policía corruptos. El periodista en cuestión, a pesar de pertenecer a un canal de TV que no está relacionado con los medios de Zucolillo, llegó transportado por un automóvil de una de las empresas de éste, como lo identificaban sendos logos de “ABC color”.
Creo sinceramente que pertenecer a una familia con la cual Aldo Zuccolillo tuvo un enconado enfrentamiento, no es justificativo suficiente para que la amiga que me acompañaba en aquella oportunidad, deba sufrir hasta hoy los atropellos que sufre en su privacidad.
Sin dar tregua, hasta hoy la siguen automóviles sin chapa, realizan sabotajes de partes mecánicas cada vez más sensibles de su automóvil, siendo hechos que atentan contra su integridad física y salud mental, con el evidente propósito de perturbarla cotidianamente. Por haberse vuelto la situación insostenible, tras las denuncias que presentó ante autoridades pertinentes, dejo escrita esta constancia de lo que vi con mis propios ojos.
Desde esta columna, hago un llamado a la reflexión a quienes por simple inercia o costumbre siguen embotados por el aturdimiento que ocasiona el imperio de papel, cuyos delirios de dominación no contemplan precisamente una sociedad ejemplarmente justa.
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