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"Los personajes de ‘El carbonero’ solo aspiran a llegar vivos al día siguiente"

Entrevista al escritor Carlos Soto Femenía
Herme Cerezo
martes, 11 de octubre de 2016, 00:40 h (CET)



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Carlos Soto Femenía nació en Palma de Mallorca el 10 de diciembre de 1966. A corta edad se traslada a Madrid, donde permanece hasta cursar estudios universitarios. De regreso a Mallorca, ejerce su actividad laboral en diversos flancos del sector de la Informática. Ha publicado algunos relatos premiados en los certámenes Silverio Lanza de Getafe (Madrid). Es autor de las novelas ‘La unción’ (premio Alfonso VIII, editorial EDAF, 2004) y ‘Enemigo innúmero’ (Playa de Ákaba, 2013).

En un pequeño y tranquilo pueblo de la Mallorca rural, Marc y su padre pasan meses haciéndose compañía mutuamente. Rodeados por el silencio y la belleza de la montaña, viven atentos al proceso de la quema de las encinas, sacrificando el sueño en una especie de vigilia sin fin. Pero ese remanso de paz queda truncado el día que la muerte irrumpe en sus vidas, arrebatándoles brutalmente a uno la madre y al otro la mujer. A grandes rasgos este es el punto de partida de ‘El carbonero’, escrita por Carlos Soto Femenía. Editada por Destino el pasado mes de septiembre, la novela se ha convertido en una de las atracciones literarias del último trimestre de 2016.

Carlos, siempre que entrevisto por primera vez a un escritor, mi primera pregunta suele ser la misma o parecida: ¿qué significa para ti escribir?
La más difícil. No sé bien qué responder. A veces doy una respuesta y a veces otra. No tengo una razón para escribir. Es una pulsión. Una necesidad. No sabría vivir sin hacerlo, creo que ésa es la mejor forma de explicarlo. Podría decir que escribo porque no me gusta lo que veo, como ya se ha dicho por ahí. No me gusta lo que veo, pero ése no es el motivo por el que escribo. La imaginación no me da descanso. Ella es la culpable. Si fuera un órgano, sería mi órgano más desarrollado.

¿Cómo surge la idea de esta novela o cuál es la imagen o la frase que actuó como disparador para escribirla?
La idea de una novela siempre surge, en mi caso, de una imagen. La imagen que dio pie a El carbonero fue la estampa de un niño, hijo de carbonero, perdido durante meses en la Sierra de Tramontana. La belleza de la Sierra, y el tiempo en soledad ante esa belleza, entendí que merecían una novela. Aunque la primera idea, llegó a raíz de un artículo de prensa, en el que un carbonero mayor, e hijo a su vez de otro carbonero, aseguraba haber ejercido el oficio hasta hacía apenas treinta años.

¿’El carbonero’ está basado en un hecho real?
Nunca me ha gustado basar una novela en un hecho real (otra cosa es que un hecho real sirva de catalizador para una idea o una imagen). O nunca he encontrado uno que yo, y mi ficción, pudiéramos enriquecer. La vida real es difícilmente superable; y si no se va a escribir algo que mejore el hecho real, para qué convertirlo en ficción.

En una entrevista reciente, el escritor Hipólito G. Navarro decía que para escribir solo precisaba poner la primera frase y dejarse llevar sin saber a dónde. ¿Te apuntas a esta tendencia o te aferras a un guión rígido y lo observas escrupulosamente?
Soy del primer grupo. Si la creación no deparara sorpresas, no escribiría. El trabajo que requiere una novela no quedaría compensado. Trato de seguir unas líneas generales, pero nunca me ciño escrupulosamente a ellas. A veces, lo hago muy someramente. Los personajes cobran vida y autonomía casi de inmediato y hay que dejarles hacer. Es una mala idea, amordazar a un personaje. Repercute en su naturalidad. La trama también se va construyendo a sí misma, aunque es más manejable que un personaje.

En tu novela, llama la atención la soledad en la que viven los personajes. La soledad implica mucho silencio, ¿qué papel desempeña el silencio en ‘El carbonero’?
El silencio, la soledad y el aislamiento son determinantes para que la intimidad de Marc cobre esa intensidad que transmite. Son factores que favorecen la concentración. Cuando uno no se distrae, piensa. Y pensar es crear. Marc crea entonces su propia vida, un camino que seguir; y esa creación, precisamente, es la que le desvía de una vida mucho más fácil y satisfactoria. Al final, Marc acaba siendo esclavo de las creencias que se ha inculcado a sí mismo.

En la soledad del bosque se alternan el sueño y la vigilia de tal manera que llega a perderse la sensación de realidad. ¿Soñar o imaginar es imprescindible para sobrevivir en un bosque de encinas?
Soñar o imaginar es imprescindible para sobrevivir. En cualquier circunstancia. Y ambas cosas siempre se verán favorecidas por ciertos factores, como los que se han comentado anteriormente de soledad y aislamiento. Imaginar, al fin y al cabo, es la mejor manera de pensar.

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¿La voz que cuenta ‘El carbonero’, en primera persona, ¿podemos considerarla no solo como una voz narrativa sino también como esa suerte de otro yo que todos llevamos dentro, con el que dialogamos especialmente cuando nos sentimos solos?
La voz narrativa del carbonero es la esencia del personaje. La sublimación de su personalidad. Por así decir, es el personaje en estado puro.

¿Resulta fácil contar una historia tan dura como esta con la calma que lo hace Marc, el protagonista y narrador a la vez? ¿Cómo se consigue ese efecto?
Empezando por el final: ese efecto se consigue dejando libre al personaje, tal como hemos comentado antes. Sin amordazarlo. Cuando el personaje es libre, fluye. Para mí, particularmente, es algo muy fácil de lograr. Entre otras cosas, entiendo, porque el mérito es suyo, no mío. Aunque sea yo quien le esté poniendo voz.

Realmente, ¿Marc es un tipo tranquilo?
Sí. Su entorno ayuda, pero él es tranquilo. Es consecuente y no le importa recriminarse nada a sí mismo. Trata de no mentirse, sean cuales sean las consecuencias. Eso le da tranquilidad. Se fía de sí mismo, por decirlo de otro modo. Es honesto con los demás y consigo mismo. Ésa es la mejor base para la tranquilidad.

Los personajes trabajan en el bosque, un círculo cerrado, viven su propio tiempo, ¿el resto del mundo no existe para ellos?
Los personajes de esta novela viven en un verdadero agujero. Pero no por voluntad propia. En este caso, lo hacen obligados por las circunstancias. El propio lugar, en el que les ha tocado vivir, es un pueblo pequeño. Pero también los aíslan a miseria, las clases sociales, muy delimitadas, y la dureza de sus oficios. Todo ello les deja poco tiempo y pocas fuerzas para mirar hacia fuera.

No solo permanecen aislados los personajes, también los señores parecen interesados en seguir “un poco fuera de juego”, utilizando términos futbolísticos, y se mantienen anclados al pasado, ¿tal vez por eso, como leemos en la página 82, se esfuerzan en mantener el vestuario de sus criados exactamente igual al que utilizaban en el siglo XIX?
En esa época, las diferencias sociales estaban muy marcadas. Se pertenecía a un bando o a otro, y cada uno sabía perfectamente cuál era su lugar. Gracias a eso, había pocos conflictos. Ésa era la razón de que las clases convivieran con cierta armonía, como queda apuntado en la novela. La insularidad, la ausencia de injerencias externas, potenciaba esa atmósfera. Y a los señores, evidentemente, era a quienes más les interesaba que ese estado de cosas se perpetuara.

Aunque la novela se desarrolla en el primer tercio del siglo XX, los personajes de Mar, Arnau o Aína están atados al territorio que pisan, al señor que sirven, ¿son siervos de la gleba en pleno siglo XX?
Son personajes cuya mayor aspiración, o preocupación, es llegar vivos al día siguiente. Y cuando la supervivencia diaria nos exige toda nuestra energía, como decía antes, deja poco tiempo para divagar o especular. Los personajes están demasiado atareados en su subsistencia como para ocuparse de otros frentes.

Mallorca es el escenario que has escogido para desarrollar la historia, ¿el hecho de que sea una isla acentúa el aislamiento de todos los que intervienen en la novela?
La insularidad es un fenómeno que marca profundamente. Mucho más de lo que pueda parecer. El aislamiento físico define todo un ecosistema. Económico, cultural. Que hoy en día el transporte haga más fácil la comunicación, no quiere decir que esa comunicación sea la misma que la de pueblos que no cuenten con esa barrera. El mallorquín ha padecido durante muchísimos años saqueos y todo tipo de piratería. Está acostumbrado a ver pasar gente que no va a permanecer en su tierra. Antes, para ver cómo le robaban. Con toda la impotencia que eso acarreaba. Ahora, con el turismo, para enriquecerse con él. Y vivir de él. Es una forma de compensación. En cuanto a los personajes, también están marcados por la insularidad. Si para un jornalero peninsular no era un despropósito coger sus bártulos e ir a probar suerte en la provincia de al lado, para el mallorquín, en los años 50, era toda una aventura abandonar la isla. Incierta y muy arriesgada.

¿Hubiera funcionado igual esta historia en la península en un territorio más amplio, más abierto?
Creo que sí. Es una historia íntima. De venganza, de justicia. De pasión, al fin y al cabo. Podían haber cambiado algunos elementos circunstanciales, pero la historia habría sido la misma.

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Los personajes habitan un mundo de leyendas para niños, como la de María Enganxa, pero también para mayores, ¿son gente de sentimientos y caracteres bastante primitivos, no?
No olvidemos el contexto. Oficios rudimentarios o delictivos, como el contrabando y el estraperlo. Guerras pocos años atrás. Miseria, racionamiento, clases sociales, incultura. Y además, sobre todo, la dependencia de la tierra, con lo que significa tener que vivir de ella. El caldo de cultivo ideal para la vuelta a la caverna. A la ley del más fuerte. El milagro era sobrevivir. Las familias tenían un gran número de hijos, como me explicó mi padre en su día, porque ya se contaba con que la mitad de ellos iban a quedarse por el camino. Por enfermedad, por accidente, por debilidad. La idea, hoy, es aterradora.

¿El tema central de la novela es la venganza de Marc por la muerte de su madre?
La novela tiene tres líneas argumentales. O tres temas. El inmediato, es la venganza. Viene a ser el nervio que sostiene el hilo narrativo. Otro de ellos es la justicia o la interpretación que cada uno haga de ella. Y el tercero, que para mí es el más importante, es el de las deudas que nosotros mismos inventamos y, a continuación, contraemos. Ése es un tema complejo. Marc, el protagonista, no es responsable de lo que le ocurre a su madre y a su padre, pero no puede evitar sentir que sí lo es, aunque sea en parte. Es el único que ha sobrevivido a la tragedia, y eso, moralmente, le obliga a asumir un papel determinado. Es el único que puede mantener no ya viva, sino limpia, la memoria de sus padres, aunque nadie se lo haya pedido; y la mejor forma de hacerlo, es la de compensar la injusticia de la que ellos fueron víctimas. Esa obligación que él mismo se impone, la de limpiar la memoria de sus padres, va a cambiar su vida. Va a romperla. A desviarle de la que habría sido su vida natural (y probablemente, feliz) con Aina, de no haber elegido ese otro camino. La idea es que nuestra propia ética, nuestra idea del deber, puede convertirse en nuestro peor enemigo. Entre otras cosas, porque nunca podremos vencernos a nosotros mismos. El protagonista es consciente de que tal vez esté arruinando su vida con lo que hace, pero su sentido del deber está por encima de su propia felicidad.

Jesús Carrasco, Jenn Díaz, entre otros, y tú mismo estáis contando historias del campo, ¿ha llegado el tiempo de que la literatura abandone el medio urbano para pasar al medio rural? ¿Este cambio conlleva alguna ventaja especial desde el punto de vista del trabajo de un escritor?
Ventaja, en mi caso, al tener que ambientarlo todo sesenta años atrás, ninguna. El trabajo de documentación a veces es agradable, pero otras, es tedioso. En cualquier caso, no creo que la novela rural sea ahora tendencia. ‘El carbonero’ surgió así porque los carboneros sólo ejercieron su oficio en el ámbito rural. Si se hubiera tratado de la vida de un buzo, habría ambientado la novela en el mar. Actualmente hay novela rural, pero también hay novela negra, novela histórica, novelas de zombis, novela de corte sentimental. Hay de todo. Mejor así.

Después de todo lo que hemos hablado sobre tu libro, si tuvieras que ponerle una etiqueta, ¿la definirías como una novela negra tal y como la han calificado en algún medio de comunicación?
Jamás pensé, aun habiéndola terminado, que fuera novela negra. Ni me lo planteé. Fue mi primer lector, quien me dijo que era novela negra. El carbonero, al final, creo que es un extraño equilibrio de distintos géneros. Es rural, es thriller y es novela negra, finalmente, pero todo eso ha sobrevenido. Mientras la escribía, sólo pensaba en Marc. No veía más allá.

La última por hoy: ¿qué nuevo proyecto literario llevas entre manos?
Llevo muchos. Más de los que podré plasmar. Tengo más proyectos que tiempo para darles una oportunidad. Nunca sé cuál de ellos va a llegar a algún sitio. Tampoco pienso en ello. Normalmente me doy cuenta de que alguno de ellos sí va a tener esa oportunidad cuando ya está terminado. Siempre estoy divagando, de unos a otros. A veces no sé ni dónde me encuentro. Tampoco nosotros dejamos de ser personajes. Nos amordacen o no, sabremos en qué ha quedado todo cuando la novela esté terminada.

Foto: Toni Salort

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