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El dedo del fanfarrón

Rafa Esteve-Casanova
Rafa Esteve-Casanova
domingo, 21 de febrero de 2010, 09:02 h (CET)
A nadie se le puede negar el derecho a dar una conferencia en cualquier Universidad y menos a todo un ex presidente de Gobierno pero a los políticos se les supone un talante especial para saber aguantar con estoicismo y educación las broncas que muchas veces se producen en señal de protesta por su presencia en determinados foros. José María Aznar no es el primer orador que es abroncado por los universitarios, también lo fue su eterno “enemigo” Felipe González, pero éste supo salir airoso del trance, mantuvo la tranquilidad ante los universitarios que le gritaban y en ningún momento realizó ningún signo de protesta contra los levantiscos que le increpaban mostrando así su protesta ante una determinada forma de hacer política. Recientemente el Ministro de Trabajo también tuvo que aguantar el chaparrón de gritos que le lanzaron quienes protestaban por ser el artífice de alargar la edad de la jubilación, Celestino Corbacho, sereno y tranquilo, se acercó a quienes protestaban e incluso habló con ellos intentado explicar los motivos de tal medida, María Teresa de la Vega cuando visitó el lugar en el que habían muerto varios trabajadores con motivo de un incendio forestal también tuvo que escuchar un concierto de silbidos en su contra e incluso su coche fue perseguido por algunos de los que allí la esperaban pero la Vicepresidenta, también con serenidad, aceptó sin ningún mal gesto el aluvión de la protesta. Al fin y al cabo los políticos deben comprender que las protestas y las increpaciones van incluidas en el sueldo que cobran de todos los españoles.

Es una simple cuestión de respeto hacia los demás, aunque los otros no te lo tengan, y de educación y buenos modales. Visto lo visto José María Aznar debió hacer novillos el día en que en su escuela impartían las lecciones de aquella antigua asignatura llamada Urbanidad. Llegó a la Universidad de Oviedo prepotente y con el ego a punto de estallarle en ese pecho plagado de abdominales, llamó “jefe de los pirómanos” al actual presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, pintó una España pobre y sombría en contraposición con la que él cree habernos dejado en herencia que supone rica y alegre y ante el griterío formado por la grey estudiantil se sirvió una ración extra de egolatría afirmando que “algunos parecen obstinados en demostrar que no pueden vivir sin mi”. Y cuando todo parecía calmado y sus seguidores se habían dedicado a romper los carteles que le llamaban “criminal de guerra”, “terrorista” y “fascista” en el momento de la despedida salió a relucir la bestia que Aznar lleva dentro y que, de tanto en tanto, saca a pasear, ante los gritos de choteo de los estudiantes que le despedían alborozados clamando “presidente, presidente”, alzó la mano y elevando su dedo corazón les hizo el gesto conocido como “peineta”, una grosería en todo un político que dirigió España durante un tiempo y una buena muestra de la educación y el respeto que este “señorito” tuvo y ha tenido por los españoles.

Tal vez aprendió el gesto de su intimo amigo Georges Bush en aquella visita en la que, otra vez la mala educación, se permitió poner los pies sobre la mesa de su anfitrión o tal vez fue una traición del subconsciente falangista que todavía debe perdurar en él y recordó aquella parte de la doctrina joseantoniana que habla de la dialéctica de los puños y las pistolas. Desde luego él es totalmente ajeno a la dialéctica pacifica de la palabra. Lo suyo es la chulería y a pesar de que a él y sus conmilitones se les llena la boca con la palabra España y corren a envolverse en la tela roja y gualda en los últimos tiempos flaco servicio le está haciendo a esa España que dice amar tanto cuando no pierde la ocasión para denigrarla a ella y a su Gobierno en cualquier foro en que le den la palabra. Nunca desde el advenimiento de la democracia ningún ex presidente se ha comportado como él, denostando a sus antecesores y a sus sucesores tan sólo por no pertenecer a su partido y por no hacer la política que él quisiera que se hiciera. Poca fe demuestra tener con sus actos en la democracia y en la alternancia de poder.

Pero esta “peineta” aznariana no es un caso aislado, gestos como el de Aznar, aunque metafóricos, los vemos cada día en sus seguidores y compañeros de partido, desde Rita Barberá declarándose insumisa y desobediente a los autos del Tribunal Supremo en el caso del Cabanyal hasta Esperanza Aguirre llamando sin tapujos “hijo de puta” a un conmilitón que no le es grato. Como mínimo uno de los calificativos que le endilgaron los estudiantes ovetenses le viene como anillo al dedo y es el de “fascista”, su conducta lo atestigua y parte de su ideología lo corrobora, desde aquel gesto tan machista de meterle en la regata del escote un bolígrafo a la periodista que intentaba entrevistarlo hasta esta “peineta” llena de chulería no pueden venir más que de un personaje como él, ególatra, fanfarrón y prepotente y que en su juventud mamó la doctrina totalitaria del fascismo falangista. Tal vez crea que su dedo es “el dedo de Dios”, en la próxima ocasión le aconsejo que utilice su dedo corazón para cosas más placenteras como sacarse los mocos de la nariz u otras que me callo.

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