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Rosa Ribas (Prat del Llobregat, Barcelona, 1963) estudió Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona, y desde 1991 reside en Fráncfort (Alemania). Ha escrito las novelas: ‘El pintor de Flandes’, ‘La detective miope’, ‘Miss Fifty’ y la serie policiaca protagonizada por la comisaria hispano-alemana ‘Cornelia Weber-Tejedor’. En coautoría con Sabine Hofmann ha publicado la llamada ‘Trilogía de los años cincuenta’, compuesta por ‘Don de lenguas’, ‘El gran frío’ y ‘Azul marino’. Sus obras han sido traducidas con gran éxito a distintos idiomas.
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Barcelona, 1959. Mientras la Sexta Flota norteamericana permanece fondeada en el puerto alterando la rutina de una ciudad en plena dictadura, un marinero estadounidense es asesinado en un antro del Barrio Chino en lo que a primera vista no parece más que una simple reyerta arrabalera. Pero una vez más, la perspicacia y curiosidad de la periodista Ana Martí serán fundamentales a la hora de esclarecer el suceso, siempre dentro de la investigación policial que lleva a cabo el inspector Isidro Casto, con el que colabora cada vez que son requeridos sus servicios. Pero la maraña se enreda. Entran en juego las medias verdades y las falsas tapaderas y la historia camina hacia su desenlace sorteando una serie de tramas interconectadas, que asoman la cabeza en el proceso investigador. Con este planteamiento inicial, Rosa Ribas acaba de publicar ‘Azul marino’, editada por Siruela, compuesta junto con la también escritora Sabine Hofmann, novela que cierra su trilogía dedicada a la Barcelona de los años cincuenta.
Rosa, ¿se han acabado los asesinatos en Barcelona y por eso has cerrado tu trilogía negra?
[Risas] No, no, habrá más, pero no de Ana Martí. Sabine y yo siempre dijimos que sería una trilogía y así va a ser. Nuestra idea inicial fue establecer un arco temporal en torno a los años cincuenta, con la trayectoria laboral de la protagonista: una novata en la primera novela; una informadora triunfante en la segunda, que será despedida de ‘La Vanguardia’; y una periodista frustrada, que ve como le cambia la vida en la tercera. Aunque alguna bloguera se haya enfadado y esté recogiendo firmas para que el personaje no desaparezca, ésta es su última historia. La verdad es que lo mejor que le puede ocurrir a una escritora es que los lectores se enfaden porque dejas de escribir sobre su personaje favorito.
Perdona mi insistencia, ¿de verdad la trilogía no se convertirá en tetralogía?
Seguro. Mi próxima publicación será una novela corta, que toca la historia reciente de España con elementos del género negro. Además, estoy preparando una nueva serie contemporánea, otra trilogía, que también se desarrollará en Barcelona.
Nos centramos en ‘Azul marino’, ¿hubo alguna imagen que propició la escritura de esta tercera novela de Ana Martí?
Sí y la encontré mientras me documentaba para las anteriores novelas. Fueron unas fotos de los marinos norteamericanos en Barcelona. Una en concreto me llamó mucho la atención, en ella se veía un grupo de cuatro americanos y a unos españoles que los miraban. Los marinos iban hablando de sus cosas y era como que ignoraban a los españoles. Esa imagen y el hecho de que su arrogancia, la arrogancia del explorador blanco, les llevaba a arrojar cosas al suelo para que las recogiesen los niños, constituyen el punto de partida de esta historia. Particularmente me interesan mucho los choques culturales, en este caso el de los dos mundos que se encuentran en esta novela.
En una ocasión, al referirse Andreu Martín a una novela que había publicado en colaboración con otro escritor, manifestó que él había escrito las vocales y su colega las consonantes, ¿cómo os lo montáis vosotras?
[Risas] Esa frase es muy propia del Andreu Martín puro y duro. Nosotras hemos cambiado el procedimiento de una novela a la otra. La única que realmente escribimos a cuatro manos fue ‘Don de lenguas’. Allí lo hicimos todo entre las dos, pero eso nos mantuvo ocupadas tres años y medio. No nos importó, porque en principio solo íbamos a escribir una novela y no teníamos prisa. Sin embargo, a medida que vimos que Ana Martí nos gustaba mucho y queríamos seguir con ella, surgió la idea de la trilogía y decidimos cambiar de sistema. Ambas pensábamos las tramas, pero solo la escribía una de las dos. Con ‘Azul marino’ nos encerramos durante una semana para pensar la trama y después la escribí yo. Luego Sabine aportaba comentarios y correcciones. Por tanto, siempre digo que ésta no es una novela escrita a cuatro manos sino a dos cerebros, es decir, que es bicéfala.
¿Y qué surgió primero: el escenario, Barcelona, o la historia?
Primero fue la ciudad. Aunque barajamos otras posibilidades, cuando nos pusimos a pensar dónde íbamos a ambientarla, nos decidimos enseguida por Barcelona, que presenta una serie de escenarios muy atractivos. Si en ‘Don de lenguas’ nos movimos por el Ensanche y la periferia, en ‘Azul marino’ nos hemos ido al otro extremo, a la zona portuaria, que está pegada a la ciudad, y a las Ramblas, que desembocan en el puerto. Dentro de la parte canalla de Barcelona se encuentra el Barrio Chino, que antes de la llegada de los norteamericanos era muy pequeño, pero que se amplió y creció para satisfacer sus demandas. La presencia de los marinos cambió la ciudad, pero no para ofrecer trabajo, sino para dar de comer a todo ese mundo de vivarachos, putas y demás ralea de la parte baja de la ciudad, que vive de todo esto. Por otro lado, en la novela aparecen esas señoras de la caridad, que visitan las zonas más pobres para satisfacer sus necesidades más oscuras y volverse después a sus barrios limpios y ricos. Con ello pretendíamos mostrar la hipocresía de la sociedad y como, en el fondo, la gente de los barrios altos es la dueña de todo.
¿Cómo te has documentado sobre la ambientación y no me refiero solo a imágenes, sino también al lenguaje de la época?
De todo, he usado de todo. Hay un libro fundamental de Xavier Theros, titulado ‘La Sisena Flota a Barcelona’ (‘La Sexta Flota en Barcelona’), que permite conocer bien esta época. En los NO-DOS se encuentra la parte visual y se puede observar cómo era la Barcelona de entonces, aunque la gente que aparece en estas imágenes no habla de un modo natural, porque los textos están censurados. La novela está dedicada a mi padre, que se encontraba con la gente que volvía de fiesta mientras él iba a trabajar. Él y mis abuelos, que también aparecen en la novela, estaban empleados en La Boqueria por lo que he podido disponer de información de primera mano.
¿‘Azul marino’ ofrece además una visión política y crítica de lo que fueron los años cincuenta?
La novela es un reflejo del matrimonio de conveniencia establecido entre España y EE.UU. En plena fase dura de la Guerra Fría, de pronto España se convirtió en un punto interesante porque era la puerta del Mediterráneo. Tras firmar el acuerdo, los americanos querían imponer la democracia al país, la libertad de prensa, de culto, de ideario político, pero al final desistieron, porque lo que les importaba realmente era tener bases aquí. En ‘Azul marino’ nos encontramos con el contraste que ofrece el inspector Isidro Castro, que es un policía fascista y no ve con buenos ojos lo que él entiende como valores americanos, y la soberbia estadounidense de país rico y poderoso, que llega a un territorio que todavía vive en la miseria. Con la política de la autarquía practicada por el régimen, el país estaba al borde del colapso. El acuerdo suscrito mejoró la situación y le alargó la vida a Franco. Todo esto lo encontramos en la novela, pero no como un discurso político, sino como telón de fondo que narra cómo se vivió aquel tiempo.
Por todo lo que cuentas, ‘Azul marino’ es una novela negra, pero también podría ser considerada como de género histórico, ¿no?
Sí, el problema es que, como lo tenemos todo tan etiquetado, el libro se ha publicado dentro de la colección de Siruela policiaca, pero también es novela histórica. Lo bueno de la novela negra en España es que hemos alcanzado ese punto en el que ya no tenemos que ser tan ortodoxos, porque el género está consolidado. Al principio éramos muy tradicionales o muy innovadores y ahora estamos en un momento más equilibrado y nos podemos permitir otras licencias.
En un momento dado, Ana Martí se siente mal y piensa que es una periodista mercenaria, ¿sin duda los años cincuenta fueron un mal momento para ejercer el periodismo femenino en España, no?
En aquellos años ser periodista en nómina no debía de ser tan malo, pero ir por libre, cobrando por pieza y teniendo en cuenta que la censura se llevaba por delante la mitad de los trabajos, pues no era algo demasiado aconsejable. Aquí Ana ya tiene treinta años y, si a su edad no se había casado, eso significaba que era una solterona. Afortunadamente, hoy no funcionamos igual y una mujer como ella todavía se considera que es joven, pero en aquel momento la suya era una forma muy atípica de ir por la vida.
Por la novela desfilan personajes reales como el periodista Enrique Rubio, y Silver Kane y Curtis Garland, autores de novelas de las llamadas «libros de a duro».
Enrique Rubio era una persona interesada fundamentalmente en los timos y las estafas. Él llevaba en mente un proyecto para crear la Timoteca Nacional y disponía de un enorme archivo. Su sobrino, Tomás Sastre, lo heredó y me ha pasado algunos casos increíbles, cada uno de los cuales daría para escribir una novela entera. Si este país hubiera invertido toda su energía criminal en hacer algo decente, otro gallo le habría cantado. Sacarlo en la novela, desde luego, era rendirle un pequeño homenaje, como también los es que aparezcan Silver Kane y Curtis Garland. Decidí que lo mejor era juntarlos en una escena con el padre de Ana Martí, un personaje que está basado en estos escritores que publicaban sus novelas bajo seudónimo por cuestiones de la censura.
Uno de los medios en los que colaboraba Ana Martí era ‘El Caso’, ¿este periódico era la cara B de la realidad de la España franquista?
O la A, según lo cojas. ‘El Caso’ mostraba lo que nadie quería que se viera. Pensándolo bien, lo cierto es que sí podemos decir que era la cara B de la realidad de entonces y lo usaban para mostrar el mal, que estaba bajo control, porque siempre pillaban al delincuente.
Tras concluir la Trilogía, ¿qué poso te ha quedado como persona y escritora?
Muchísimo, sin duda. Haber colaborado con otra persona me ha ayudado mucho a verme como escritora y me ha permitido reflexionar sobre cómo trabajo. He aprendido bastante y espero no ser la misma que empezó, aunque la esencia permanezca inalterable. Siempre deseo que cada novela nueva sea mejor que la anterior, porque sé más y domino mejor la técnica.
La última por hoy: ¿Ana Martí e Isidro Castro han dejado un vacío en tu vida?
Desde el momento que puse el punto y final ya percibí ese vacío. Me gusta promocionar la novela porque me permite recuperarlos a los dos. Cuando se acabe la promoción, creo que lo notaré más, especialmente al regresar de este viaje. Quizá después quede algún club de lectura para hablar sobre la trilogía, pero desde luego no serán charlas tan intensas como éstas. La verdad es que me cuesta mucho abandonar a los personajes, porque me enamoro de ellos. Por eso escribo series. De las novelas de Cornelia Weber-Tejedor todavía me falta una por escribir y la estoy demorando, porque no quiero despedirme de ella.
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