Se la conoce con diversos nombres, como “planta del alma”, “liana del alma” y “soga del muerto” en lengua quechua; la ayahuasca es una bebida sagrada, amarga, de color marrón, que se usa en rituales sagrados, dirigidos por chamanes, curanderas y sanadores del alma, en espacios o contextos de la sierra o selva del Perú.
Es milenario su uso en las culturas precolombinas y fue prohibida en la invasión española. Desde el 2008 es legal en el Perú, pero siempre fue parte del “alimento espiritual” en diversas pócimas para mantener al pueblo en conexión, respeto y gratitud con las tres nociones básicas: Ama llulla (significa no mentir), Ama kella (es no ser flojo) y Ama sua (es no robar), que hicieron posible la civilización incaica; mantenida por el inca, la Coya, las “vírgenes del sol”, curacas, amautas...
Desde niña hasta el presente me fascina su organización, que sumaba pueblos conquistados con el único deber de adorar al Inti, hijo del sol, y pagar tributos.
Hasta ahora funcionan los caminos del inca; se pueden observar restos de tambos con granos y cereales —grandes reservorios de alimentos—, cementerios, ciudadelas en arenales a lo largo del Pacífico y, más admirable aún, fue una cultura que nunca pasó hambruna. Al calor del viento, imagino correr a los atletas chasquis que mantenían la comunicación y, con los “tukuy ricuy”, casi nada se les escapaba al inca; con los chamanes, los rituales diversos satisfacían las necesidades espirituales, como el ritual Kintu de las tres cocas, con los apus, que depuraban, adivinaban, sanaban y curaban los males invisibles, malos vientos, mal de ojo, hechizos, cantos agoreros...
La civilización occidental no ha podido desaparecer la cultura de los pueblos originarios y, ante la masificación, el consumismo, las violencias, las enfermedades mentales y las depresiones, retornan sus ojos depredadores a las culturas ancestrales, como la incaica, quechua y amazónica, queriendo ser dueños de la flora y fauna de la Amazonía. Realmente no tienen límites sus codicias y, ante la nueva apertura de la “era de Acuario”, reaparecen hippies, neonazis, tatuajes masivos, “regresiones” de modas unisex, y ser pansexual está en tendencia. Hay veces que siento un déjà vu de los años sesenta, con las ideologías estancadas y los “viajes psicodélicos”.
Las consultas psicológicas aumentan y se siente menos tabú asistir al psicólogo o psiquiatra; nos revolucionamos con la esperanza del amor solidario, desde la alegría, el divertimento, el cambio personal y colectivo. El consumo del yagé o ayahuasca aumenta, pero sin respeto: se mercantiliza y muchos solo ansían sentir efectos inmediatos. Existe un turismo psicodélico, como el turismo sexual, con ofertas increíbles. Todo lo que toca el capitalismo neoliberal salvaje lo degrada, lo ensucia.
Mientras la insania mental aumenta, la frágil lucidez hace aguas y crecen los estudios sobre la mente, el alma y la psique. La neuropsicología y la psiquiatría investigan los efectos neurofisiológicos y psíquicos de la ayahuasca.
La ayahuasca se obtiene del cocimiento, por varios días, de las lianas Banisteriopsis caapi con las hojas del árbol chacruna (Psychotria viridis) para activar la DMT (dimetiltriptamina, que es un alcaloide, alucinógeno, potente droga psicodélica). La bebida sagrada se consume en ritos ceremoniales, para el encuentro con el ser interior; diluye egos, es introspectiva, energía vital que regula la conexión con la Pachamama, en retrospectiva percibe vidas pasadas, siente desconexión del tiempo y espacio cronológico, eleva estados suprasensibles, que posibilitan un buen viaje al cuidado del chamán o chamana. Por lo general, los “malos viajes” se dan cuando no se han cumplido las pautas previas, como semanas de desintoxicación, no estar medicado, no estar en tratamiento médico, y estar libre de angustias o depresión.
La ayahuasca es una droga psicodélica y psicoactiva que abre nuevos portales en calma, de ensueño, sin apuro, y explora el desarrollo personal a través de la naturaleza introspectiva y alucinógena. En estos tiempos, es una terapia alternativa, una psicoterapia psicodélica.
Las investigaciones recientes sobre los efectos de la ayahuasca en cambios de las oscilaciones de las ondas cerebrales, medidas por el EEG, nos muestran: las ondas alfa son las más lentas, con poca actividad cerebral y relajación (7,5-14 Hz) —1 Hz significa un ciclo u onda por segundo—; las ondas beta se producen cuando el cerebro está despierto y activado, con desarrollos mentales internos (14-40 Hz); las ondas gamma son las más rápidas en frecuencia (40-100 Hz), con repentina intrapercepción; las ondas theta (0,5-4 Hz) se alcanzan bajo un estado de profunda calma; y las ondas delta (0,5-4 Hz) son las más lentas en frecuencia y se generan ante un estado de sueño profundo.
La psicoterapia psicodélica se experimenta con chamanes psicoterapeutas, en espacios adecuados. Aprovechando la neuroplasticidad del cerebro, se rompen paradigmas y patrones de pensamiento; cada sujeto sintoniza la vida imaginativa y onírica, y se tiene cuidado de sus reacciones, antecedentes biopsicosociales y espirituales. El acompañamiento es crucial, porque se pueden suscitar situaciones de “mal viaje” con vómitos, pérdida del control de esfínteres, percepciones alteradas, cuadros psicóticos, despersonalización, transposición de espacios al “verse” física e interiormente, oleadas de mundos desconocidos sin tiempo, percepción de seres, de uno mismo, olores, brillos, colores, y la sensación de “atravesar” objetos. Hay situaciones de “buen viaje” al entrar en un sueño profundo o en el sollozo desconsolado...
Realmente, no sé si podrían ser terapias confiables, pero sí es recomendable el acompañamiento porque siempre están presentes los riesgos. Sin embargo, si alivian depresiones, dependencias adictivas o enfermedades mentales en pocas sesiones, sería una solución y se evitaría la medicalización eterna. Por supuesto, las regularizaciones serían necesarias para su buen funcionamiento. Hay mucho por redescubrir y aprender de nuestras culturas ancestrales.
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