La verdad es que todavía resuenan en los oídos los petardos y las bandas de música, que hace menos de tres semanas, gobernaban sin tregua las calles de Valencia. Las cristaleras del Hotel Meliá de la Plaza del Ayuntamiento apenas si eran suficiente refuerzo para amortiguar los estampidos de la pólvora y los acordes de los instrumentos musicales. Las comisiones falleras bailaban su salsa y el acto de recogida de premios desgranaba las horas, inmisericorde, una tras otra. Con este telón de fondo, por usar algún eufemismo, entrevisté a Sergio Olguín (Buenos Aires, 1967), periodista y escritor, que ha venido a España para presentar su novela ‘Oscura monótona sangre’, recientemente galardonada con el V Premio Tusquets Editores de Novela. ‘Oscura monótona sangre’ es una obra que respira tragedia casi desde la primera línea y que cuenta el brusco cambio que sufre la vida de un hombre de negocios argentino, Julio Andrada, nuevo rico, acomodado, poco escrupuloso, tras escuchar la conversación de unos camioneros sobre el catálogo de sexo que ofrece uno de los barrios que transita cada mañana para incorporarse a su despacho. En un arrebato nada irreflexivo, decide contratar los servicios de Daiana, una prostituta adolescente, que le provocará un incontenible ataque de deseo. La vida de Andrada cambia y las circunstancias irán cercándole, atenazándole, involucrándole, hasta provocar el desenlace de la historia.
Antes de comenzar la entrevista quiero aclarar algo. El jurado del Premio Tusquets, como el año anterior, estaba presidido por Juan Marsé, lo cual, conociendo el riguroso canon del escritor de Barcelona, reciente Premio Cervantes, garantiza la calidad de la novela de Sergio Olguín, máxime si tenemos en cuenta que de las cinco ediciones del concurso, incluida la presente, tres fueron declaradas desiertas porque las obras no mantenían el nivel exigible. Con estos antecedentes, contingencias y premisas, vamos con la entrevista al escritor bonaerense, amante del fútbol y seguidor del Boca, que ha cruzado el océano para presentar su libro ganador en nuestro país.
Sergio Olguín.
Herme Cerezo / SIGLO XXI
¿Qué importa más en un premio: el reconocimiento de los colegas, el dinero o los posibles lectores?
Lo que importa es la suma de las tres cosas, porque el premio Tusquets reúne todos esos requisitos. Tiene un jurado de primera línea y es un galardón hispanoamericano, que me permite acceder a muchos más lectores de los habituales. De hecho, es la primera vez que tengo presencia real en España. Para un escritor sudamericano es difícil publicar en otros países y el premio Tusquets permite romper fronteras, porque el libro ganador se edita en México, en España, en Colombia, en Chile, etcétera.
¿La novela está escrita específicamente para este premio?
No, no. Recuerdo una novela argentina que ganó un premio internacional y cuando comencé a leerla vi que el personaje hablaba con el tú en vez de con el vos. Y eso me pareció deleznable. A nuestra lengua no le hace falta ser transformada al castellano neutro para ganar un concurso. Hemos crecido leyendo autores de otros países de habla hispana y nuestras particularidades idiomáticas enriquecen la literatura hispanoamericana. Precisamente, en las diferencias del idioma es donde nos reconocemos y no debemos someternos a las reglas comerciales del éxito fácil.
‘Oscura monótona sangre’, ¿qué relación guarda el título con la novela?
El título salió al final. Trabajé todo el tiempo con otro, ‘El hombre equivocado’. Pero la palabra hombre se ha utilizado mucho en literatura y en cine. Entonces decidí cambiar y extraje el título de uno de los poemas de Salvatore Quasimodo, un poeta que me gusta mucho, que aparece como epígrafe en el libro. El poema cuadra perfectamente con lo que Andrada piensa de su vida: una oscura monótona sangre, que circula monótona por su cuerpo, unida a las partes oscuras de su existencia que se mezclan con unos deseos difíciles de definir .
¿Hay mucho de experiencia personal en la obra?
[Risas] No, no, al contrario. En mis otras novelas trabajé siempre con personajes con los que me sentía identificado o con experiencias de mi propia vida. En cambio en esta novela decidí hacerlo en un ambiente puramente literario. No quise que un tipo como Andrada, el protagonista, tuviese nada que ver conmigo para tranquilidad de mis familiares [más risas]. Andrada no despierta en mí ningún tipo de simpatías, pero deseaba evitar dos cosas: que ese personaje fuese una víctima mía y que el público se predispusiese en su contra. Lo que buscaba es que el lector fuese descubriendo poco a poco cómo era él.
‘Oscura monótona sangre’ está llena de referencias al fútbol, su propio apellido huele a campeón del mundo de 1978: Fillol, Olguín, Galván, Pasarella, Tarantini...
El fútbol es importante en Argentina, pero sobre todo en mi vida. Es como una referencia obligada, un modo de comunicarse muy específico entre los argentinos, entre los hombre en general, un código muy satisfactorio. Pero, sin embargo, en este libro es en el que menos hablo de él. En mi novela ‘El equipo de los sueños’, cobra un mayor protagonismo, ya que trata de un grupo de adolescentes que entran en una villa a buscar la primera pelota con la que jugó Maradona y que había sido robada por una banda de delincuentes. En ‘Oscura monótona sangre’, la referencia futbolística tiene que ver más con cuestiones sociales, ya que se desarrolla en Parque Patricio, un barrio limítrofe entre la ciudad y lo marginal, un barrio tanguero que parece detenido en el tiempo, donde juega el Huracán, un equipo que despierta mis simpatías. Es justo pasando la cancha de Huracán cuando, de pronto, aparece la Villa 21 de la que habla la novela, la zona más peligrosa de Buenos Aires y que a mí me resulta muy atractiva literariamente. En ella nació el paco, una droga que ataca la vida de quien la consume.
En la novela se compara la existencia con el ajedrez: según como uno juega llegan las consecuencias, no hay espacio para el azar...
Claro, no sabemos jugar bien al ajedrez, no sabemos mover las piezas del modo adecuado. En la vida tampoco jugamos bien y es cierto que uno mismo va desencadenando su propio destino, como hace Andrada, que además cree que siempre puede adelantarse a sus movimientos, lo que no es posible porque existe una cuota de misterio alrededor de nosotros. Por eso le ocurren las cosas que le suceden.
Hablemos un poco del protagonista, ¿cómo nace Andrada?
Andrada nace por mi afición a Simenon. Me lo imagino físicamente como cualquiera de sus personajes, con paso cansino, medio destruido por el tiempo. Creo que traté de plagiar al escritor belga en la construcción del protagonista. Simenon dice que no hay que juzgar al personaje y pienso que tiene razón. Un escritor sólo debe explicar cómo es. Para lo otro, ya están los medios de comunicación. Andrada tiene mucho que ver con la realidad argentina, con un grupo emergente que creció con la industrialización del país en los 60, que durante la dictadura militar se movió dentro de la especulación hasta los años 80, cuando desembocó en la firma de contratos con el estado. Todo ello les permitió construir enormes fortunas.
Y concluimos con el escenario: ¿Buenos Aires es una ciudad peligrosa para vivir?
No, no. Según un informe que hizo ‘Clarín’, el primer diario de la nación, las calles que cruzan Alsina, entre Pasco y Pichincha, son las más peligrosas de la ciudad. Son justo donde yo vivo [risas]. Pero mis hijos van solos a la escuela y de vez en cuando te encuentras algún borracho tirado por el suelo, pero nada más. Buenos Aires tiene un estándar de seguridad como cualquier ciudad de los Estados Unidos y es mucho más segura que Sao Paulo o México, Creo que hay una enorme paranoia de los propios habitantes sobre este tema, azuzada por los medios de comunicación, ya que cuando matan a alguien es justo que se organice escándalo, pero es más noticia cuando muere un chico de las clases media o alta, que cuando pertenece a la clase baja. En el primer caso, los noticieros repiten el suceso día y noche; en el segundo, apenas llega a la tarde.
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