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Santiago Álvarez (Murcia, 1973) reside en Valencia desde 2001. Es el director de contenidos del festival de género Valencia Negra. Se inició en la literatura escribiendo relatos, muchos de los cuales han sido premiados en diversos certámenes. Ha escrito, protagonizado y dirigido musicales y obras dramáticas, y ha grabado varios discos con distintos grupos y formaciones. Asimismo, imparte numerosos talleres sobre escritura creativa y es el primer profesor en España del software para escritores Scrivener. ‘La Ciudad de la Memoria’, protagonizada por el detective Vicente Mejías y su ayudante Berta, fue su primera novela. Ahora presenta ‘El jardín de cartón’, con los mismos protagonistas.
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Tras su anterior entrega ‘La Ciudad de la Memoria’ -saldada con un notable éxito de crítica y lectores-, Santiago Álvarez recupera al memorable detective Mejías y a su ayudante Berta, envueltos en su caso más complejo: ‘El jardín de cartón’, editado por Almuzara. En esta ocasión, la investigación les conducirá al corazón de la fiesta fallera, en pleno mes de marzo, reflejo de una sociedad que esconde más de lo que muestra. Las raíces del asunto se hunden en el fango del pasado, escenarios sepultados por la culpa, el dolor y el odio, y los protagonistas se sumergen en una Valencia actual y al mismo tiempo mágica, donde resulta difícil distinguir la frontera entre la realidad y la ficción y que les obligará a enfrentarse con lo peor y lo mejor de sí mismos. En el escenario de la FNAC Sant Agustí, aupados sobre un escenario iluminado por dos luces cenitales, que imprimían cierta penumbra alrededor, Santiago y quien esta entrevista suscribe mantuvimos una charla sobre la novela y el género negro. Corría uno de los últimos viernes del mes de noviembre. Eran poco más de las cinco de la tarde cuando, salpicados por las cenizas más caras del mundo, las que llueven sobre Valencia cada diecinueve de marzo, comenzamos la conversación.
Santiago, cuando entrevisto a un escritor por primera vez, la pregunta inicial suele ser la misma: ¿qué significa escribir para ti?
Uff, eso es como no preguntar nada y preguntar mucho al mismo tiempo. En una ocasión, recuerdo que Rosa Montero me dijo que si le dieran a elegir entre escribir y leer se quedaría con la lectura. Y es verdad. No sé exactamente qué significa la escritura para mí, pero lo que sí sé es que utilizo la ficción para hablar, para contar cosas. Hace poco tiempo que he llegado a la novelística y aquí me quiero quedar.
Tú no solo escribes también cantas, bailas, tocas la guitarra, trabajas en una consultora, eres técnico de sonido y más cosas… ¿Hay un solo Santiago Álvarez o hay varios «santiagos»?
No me siento nada especial, creo que hay muchos como yo. Soy un tipo inquieto y hago lo que el cuerpo me obliga a hacer en cada momento. De pequeño adquirí la afición de aprender y eso ya es para toda la vida. Ese afán me ha llevado a estudiar música, hacer teatro, escribir y vete tú a saber cuántas cosas más me quedan aún por hacer. Para mí la cultura se basa en el libro de papel y, como comentaba en la anterior pregunta, he llegado a un territorio del que no me quiero marchar. Creo que siempre soy yo y el secreto de un artista radica precisamente en ser siempre él mismo.
De todas las opciones, muchas, que existen en la literatura, escogiste la del género negro, ¿por qué?
El género negro es el de las clases populares, es el más bastardo y creo que por eso ha permeabilizado otros géneros y sus resortes son los que me interesa manejar Me atrae mucho utilizar sus arquetipos clásicos, porque son clichés que pueden servir para otras cosas. A mí me valen para contar otro tipo de historias. Quizá un poco pretenciosamente, yo digo que escribo «libros de cuentos de hadas noir», con lo que creo un mundo distinto, un poco esperpéntico, que a la vez es un lugar que me permite reflejar el mundo actual.
Sin olvidar su contenido social.
Claro, cuando hablamos de género negro siempre sale a relucir el tema social. El género negro trata de ajusticiar todo lo que ha ocurrido antes y hacerlo así es un error, porque una cosa es la realidad y otra distinta la ficción. Me interesa mucho contar cosas que tienen un reflejo en nosotros. Por eso, la Valencia que aparece en la novela es reconocible, pero no es la Valencia de verdad.
En Europa los protagonistas de novelas policiales suelen ser policías y en Estados Unidos detectives. Sin embargo, tú has contravenido la norma y has ubicado un detective, llamado Mejías, en la ciudad de Valencia, donde su profesión no es demasiado común.
Tuve muchas dudas de qué tipo de protagonista elegir y dónde ubicar la novela. Pensé en un detective, porque es otro cliché del género negro, un tipo que no tiene bandos y no se casa con nadie. Personalmente, no me gustan las novelas procedurales, porque tienen demasiada lupa, me interesa más saber por qué se produce un crimen y analizar el mecanismo que describe las intenciones de los personajes. Utilizar un detective implica un cierto lado de romanticismo, porque es alguien que está solo, sin nadie a su lado. Con relación al escenario, cuando hace quince años llegué a Valencia, la ciudad me deslumbró. En lugar del sitio maravilloso que nos habían vendido cuando vivía en Murcia, donde se la veía como una hermana mayor, me encontré con una ciudad muy antigua, con muchos estratos del pasado. Algunos colegas escritores me sugerían que utilizase espacios con más sabor, como por ejemplo Oporto, pero hice pruebas y la cosa no funcionaba. Por eso regresé aquí y ya solo concibo a Mejías en esta ciudad.
‘El jardín de Cartón’ es la segunda novela protagonizada por Vicente Mejías, ¿tienes la sensación de que estás escribiendo una obra mucho más larga y que vas entregando capítulos sueltos?
No, no tengo esa sensación. El otro día y vuelvo a ella, Rosa Montero me comentaba que su próxima novela tendrá de nuevo como protagonista a Bruna Husky, un personaje al que le gusta volver, algo que a mí me ocurre también. Como creador no creo en las novelas episódicas al estilo de Sherlock Holmes, en las que da lo mismo el orden en que las leas, porque siempre lo encuentras igual. En mis novelas los personajes tienen la obligación de evolucionar, por eso estoy seguro de que no puedo escribir quince libros sobre el mismo personaje, como máximo tres o cuatro.
Desde luego encontrar un personaje al que regresar es importante, para un escritor es como un refugio seguro.
En mi caso, e imagino que en el de todos, al final el lector se identifica con los personajes, mientras que los escritores nos quedamos con el tono, con el sabor, con la mirada… No soy especialmente amante de Mejías y Berta, pero sí del mundo que habita entre las tapas del libro. Es un mundo que me atrae y, cuando paseo por la calle, veo detalles que me sugieren la posibilidad de hablar sobre ciertos temas usando los mismos protagonistas.
¿Cuál es la primera imagen o la primera frase que dio pie a la escritura de ‘El jardín de cartón’?
Lo cierto es que no lo sé. Repito mucho un pensamiento de Mejías, que viene a decir que el pasado brilla con la fuerza de lo auténtico y ese concepto, que no tiene nada que ver con la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, le permite al detective regresar con mayor fuerza al presente. El tema del pasado, por tanto, influyó mucho para empezar la novela, y también el hecho de sentirme en medio de todo. España está polarizada en bandos y yo no me identifico con ninguno de ellos. No me gusta cavar dos trincheras para meterme en una de ellas. Debo ser un tibio, pero ninguna de las dos me convence plenamente.
Dibujemos un poco el perfil de Mejías. No parece un tipo fácil, los clientes que le contratan no pueden desembarazarse de él cuando quieren. El propio detective afirma que «los casos terminan cuando lo digo yo».
Sí, él dispone de un arsenal de frases propias, como otros tienen uno de balas. Mejías se siente como el reflejo del icono de Bogart, aspira a ser como él y establece una especie de simbiosis entre lo que fue como personaje y como persona. Sabe también que el mundo no se puede arreglar, pero el consuelo que le queda es ese estilo sarcástico, audaz, atrevido y osado, como forma de sentirse inmortal. Mejías adopta su estilo, aunque sepa que es absurdo, impostado y esperpéntico. A fin de cuentas es la única cosa que le permite vivir. Mejías necesita actuar y el mundo es su plató.
Mejías es asmático, una dolencia que no resulta cómoda en una profesión como la suya, y utiliza con frecuencia un inhalador Ventolín.
Entre la serie de clichés que hay sobre el arquetipo literario de los detectives, uno de ellos dice que son grandes fumadores. Yo he querido darle la vuelta a la tostada y buscarle alguna debilidad física. Así que en ocasiones, para perseguir delincuentes Mejías ha de utilizar el Ventolín.
Berta es su secretaria y colabora con él en la resolución de los casos. Pero a la hora de redactar informes utiliza una máquina de escribir, no sé si eléctrica o no, de la marca Olivetti, algo poco frecuente en los tiempos que corren.
Sí, es eléctrica, en ‘La Ciudad de la Memoria’, primera entrega de la serie, se ve cómo nace este asunto. Berta es todo lo contrario de Mejías. Ella procede de un pueblo de Utiel, es joven y bastante lanzada y se enfrenta a un tipo conservador como su jefe. Ambas paradojas se juntan y él le obliga a escribir a máquina porque es una forma de rebeldía y de marcar estilo propio.
La acción de ‘El Jardín de Cartón’ se desarrolla durante el mes de marzo, en plenas Fallas, un tiempo en el que Valencia se convierte en una ciudad difícil para vivir. Me imagino que para el trabajo de un detective debe ser horrorosa, ¿no?
Sí es un tiempo complicado para todo, tú que eres de aquí ya lo sabes. Mejías, salvo para casos muy concretos, no se desplaza en coche y vive en el centro, lo que le resulta útil para su trabajo. Quiero resaltar que la novela se desarrolla desde el día 1 de marzo, la primera mascletà, hasta el 19, la última mascletà, y lleva un ritmo orgánico acompasado con el de las fiestas. Esos días constituyen un escenario maravilloso para narrar y simplemente dejándote llevar, la historia llega de manera trepidante hasta el final.
Sin embargo, el ambiente fallero que describes tiene poco que ver con lo que se observa a simple vista, ¿al escribir la novela tu propósito ha sido mostrar la cara B de las fiestas? ¿No se va a enfadar nadie?
Todos me preguntan lo mismo y de momento no ha pasado nada y, si surgiera algo, me parece que sería bueno. Creo que la gente no le da importancia a los libros y es una pena, porque eso amplificaría el poder que tienen. No he escrito contra las Fallas, lo que ocurre es que es un fenómeno que no se puede tocar y no puedes salirte del guión establecido. Yo no cuento cosas nuevas, porque todo lo que he escrito se puede encontrar por ahí, con argumentos respaldados por estudios serios. Lo único que he dicho es que las Fallas nacieron con un agudo sentido crítico popular y, al principio, eran ignoradas por las clases altas, pero luego fueron domesticadas, que es como están ahora. Si uno accede a los archivos del Ayuntamiento, descubre una enorme cantidad de bocetos de otros tiempos, con figuras y textos censurados. La censura siempre fustigó a las Fallas, pero ahora ya no hace falta hacerlo.
Con relación a la estructura narrativa has jugado con dos escenarios, uno en primera persona y otro en tercera.
No diré que se trata de un molde fijo, que es algo muy rígido, pero sí es verdad que los libros de Mejías tienen una estructura reconocible sobre cómo se comportan sus historias. Hay una parte que sucede en el presente, pero necesariamente el pasado irrumpe en él. En la primera novela irrumpía en un momento concreto y de manera muy furibunda, pero ahora quería hablar también del propio pasado, aunque no del mismo modo, y decidí hacerlo a través de dos historias paralelas que se conectan al final.
El género negro, y la vida misma, siempre tropiezan con el pasado, ¿qué sería de las novelas policiacas sin el pasado?
El pasado es indispensable, siempre camina detrás de nosotros, es algo que impide que tú no puedas hacer lo que te dé la gana, porque siempre está ahí como una amenaza. Es otro cliché más que utilizamos estéticamente y soy partidario de hacerlo, porque funciona bien, pero hay que darle un sentido y eso cuesta trabajo. Yo lo uso para llegar a alguna parte. Cuando se emplea mal o vacío de contenido hay mucha burla, porque la historia lo acusa y se resiente.
La última por hoy, Santiago. Todo proceso creativo tiene un principio y un final y el escritor cambia mientras escribe. ¿Qué poso te ha dejado a ti ‘El Jardín de Cartón’ una vez concluida?
Es muy difícil decirlo, los creadores no lo vivimos como un gran tachín-tachán, porque eso no es ficción, es la vida. Las películas te cuentan una existencia más ordenada y tienes la sensación de no haber crecido tanto, pero sí de haber aprendido cosas. Y de eso te das cuenta cuando pasa tiempo y regresas sobre lo que has escrito. Me dejo la piel en cada página y seguro que yo cambio, pero resulta difícil saber en qué, porque siempre vivo el tiempo presente.
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