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Las semifinales del Mundial y el cura de la eliminación

Luis Agüero Wagner
Luis Agüero Wagner
martes, 6 de julio de 2010, 06:13 h (CET)
Dicen que la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana.

Podríamos aplicar el dicho al cura Fernando Lugo, maestro del cholulaje futbolero, quien durante todo el tiempo que el seleccionado paraguayo de fútbol mantuvo en vilo al país no perdió oportunidad para aparecer embanderándose con los triunfos deportivos albirrojos, aunque no haya contribuido al éxito ni como pasapelotas.

Al parecer, su anuncio de que viajaría para ver las semifinales fue lo que llevó al equipo paraguayo a su definitiva eliminación de la copa del mundo en el duelo contra España, tras una actuación cuyo decoro superó con creces a la que el cura con hijos proporcionó a la investidura presidencial del pais.

Es de suponer que también, como en el caso del fracaso en las negociaciones por la soberanía energética - que dijo que conquistaría, para conformarse con una línea de transmisión eléctrica cedida por caridad-, también intente convertir la derrota en otro "éxito" más de su gobierno.

Es que para el inescrupuloso cholulaje futbolero, desde Mussolini y Videla a Fernando Lugo, jamás existió la vergüenza ni el sentido del ridículo.
FÚTBOL Y POLÍTICOS INESCRUPULOSOS
En 1934 se disputó el primer Mundial de fútbol en el continente europeo, y el país elegido en el congreso de la FIFA en Estocolmo fue Italia. A posteriori, se diría varias veces que la elección no fue la correcta, pues la península estaba gobernada por Mussolini y sus fascios, que como los emperadores romanos que saciaban ansiedades populares con el circo, y tantos otros dictadores a lo largo de la Historia, pretendieron utilizar la popularidad y publicidad gratuita de este fastuoso acontecimiento en provecho propio.
Nunca en un torneo los errores arbitrales fueron tan controvertidos, nunca el resultado final estuvo tan bajo sospecha, nunca un campeón del Mundo debió tanto su condición a un régimen político.
Poco imaginaba Mussolini que la supuesta gloria que esa victoria había dado al fascismo quedaría para la Historia como un ejemplo vergonzoso de cómo no se deben mezclar política y deporte.
Con frecuencia se recuerda que Hitler tendría menos suerte con sus atletas Luz Long y Max Schmeling, derrotados por los afro-americanos Jesse Owen y Joe Louís, en cien metros llanos y box, respectivamente. De todas maneras, Alemania se quedaría en las recordadas olimpiadas de 1936 con 32 medallas de oro, superando cómodamente a Estados Unidos que sólo alcanzó 24, cuatro de ellas conquistadas por el excepcional atleta Jesse Owen.
También se suele olvidar que Schmeling había derrotado previamente a Louis el 19 de junio de 1936, antes de caer en la famosa revancha del 22 de junio de 1938 en el Yankee Stadium. Otro detalle poco conocido es que Schmeling acabaría siendo un gran benefactor de Louis durante sus emprobrecidos últimos años, y que incluso terminaría solventado su sepelio, en una moraleja testimonial de lo breve que suele ser el tránsito de gloria deportiva por este mundo.
En el campeonato mundial de fútbol organizado por Argentina en 1978, miembros de la delegación brasileña no pudieron evitar la tentación de comparar al torneo con el que organizara Mussolini en 1934. "Por fin el mundo puede ver la verdadera imagen de la Argentina", celebró por otro lado el presidente de la FIFA ante las cámaras de la televisión.
Henry Kissinger, invitado especial, anunció: “este país tiene un gran futuro en todos los ámbitos” y muchas estrellas de fútbol alabaron la estabilidad del país anfitrión, entre ellos el capitán del equipo alemán, Berti Vogts, quien tras dar la patada inicial, declaró: Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.
Los dueños de casa vencieron algunos partidos, pero perdieron ante Italia y empataron con Brasil. Para llegar a la final contra Holanda, debían enterrar a Perú bajo una lluvia de goles. Argentina obtuvo con creces el resultado que necesitaba, pero la goleada, 6 a 0, llenó de dudas a lo malpensados, e incluso a los bien pensados. Los peruanos fueron apedreados al regresar a Lima.
Adolfo Pérez Esquivel, quien vivió entre rejas las emociones del campeonato, de su cautiverio recuerda el nudo de una contradicción para muchos incomprensible: "En la cárcel, como los guardias también querían escuchar los partidos, el relato radial nos llegaba por altoparlantes.
Era extraño, pero en un grito de gol nos uníamos los guardias y los prisioneros. Me da la sensación de que en ese momento, por encima de la situación que vivíamos, estaba el sentimiento por Argentina”.
"Todos los presos políticos, los perseguidos, los torturados y los familiares de los desaparecidos estábamos esperando que Menotti dijera algo, que tuviera un gesto solidario, pero no dijo nada. Fue doloroso y muy jodido de su parte. Él también estaba haciendo política con su silencio." Quien formula el cargo es Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz en 1980, que logró salir de la Unidad 9 de La Plata gracias a la presión internacional, el 23 de junio de 1978, dos días antes de la final.
EL CURA FUTBOLERO
El repaso de esta historia de inescrupulosidad política nos demuestra que el tránsito de la gloria deportiva es casi tan breve como la gloria de los hombres. También que no es el cholulaje futbolero un recurso nuevo de los políticos en aprietos, lo hicieron mucho tiempo antes otros gobernantes arbitrarios y usurpadores empedernidos de la representatividad popular.

Cuando las personas no aprenden las herramientas de juicio y se limitan a seguir sus esperanzas, las semillas de la manipulación política se siembran, decía Stephen Jay Gould, y a nadie viene mejor la sentencia que al cura Fernando Lugo en el día de hoy, en que la ilusión futbolero se hizo trizas ante la furia española.

Con el fin del sueño, se acabó también el intento desesperado del escandaloso obispo por recuperar con histrionismo demagogo-populista y halagos el favor popular perdido. Hace pocos días, un senador exhibió una tarjeta roja al cura futbolero en pleno informe presidencial al Congreso, en una actitud premonitoria de lo que vendría.

Para seguir en el campeonato, el cura deberá apelar a logros mucho más palpables que usurpaciones de éxitos ilusorios en los cuales no tiene parte, y que además compromete con su errática conducta.

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